Él ya estaba en la puerta de los Tribunales cuando Clara llegó. Se saludaron con una fría sonrisa mientras subían por las escalinatas. A las once tenían cita con el Juez para tentar una reconciliación; a partir de allí, toda la rutina del divorcio que no es otra cosa que jugar al teléfono descompuesto. Este era su segundo matrimonio y, aunque distinto, terminaba en la misma frustración. Quizás Norberto pensó que con Clara bastaba su silencio pero la cosa no funcionó.

Una empleada los llamó por el apellido y entraron. En un escritorio cercano al del Juez, el secretario tomaba nota taquigráfica de su declaración, mientras Norberto veía como Clara le mostraba al magistrado las huellas en su rostro y las marcas insinuantes en la cara interna de las piernas, producto de la última violación y quizá, de la última vez que tuvieron sexo; aunque nunca se sabe. Norberto la miraba de reojo, mientras hablaba. Clara, seguramente, detallaba las razones por las que consideraba que su matrimonio estaba acabado y no debía continuar. Estos exabruptos eran constantes, sobre todo en los últimos tiempos donde Norberto había perdido definitivamente la cordura. La convivencia era imposible y tal vez, hasta peligrosa para su propia seguridad.

-Ya está  -dijo el secretario-  Ahora usted, señor.

Estaba furioso. Yo no quise pegarle, pero estaba furioso. ¿Por qué no puedo aguantarme? Siempre me pasa, sobre todo cuando me lleva la contra. Esta vez se pasó de la raya. Acusarme a mí, nada menos que a mí. Como si yo fuera el responsable de todo lo que sucede en el país. Le tendría que haber sacado los dientes de un trompazo para que aprendiera. ¡Bastante barata la sacó la turra esa! Al fin y al cabo, ¿quién carajo se cree que es, dios? Y para colmo, tener que bancarme esto. Imbécil. De última, le di lo que se merece y como siga jodiendo, me las va a pagar. ¡Juro que me las paga! El Cholo le tiene bastante hambre. Varias veces lo pesqué mirándole el culo. Como siga hinchando la pelotas la chupamos, se la paso al Cholo y se deja de joder para siempre. Va a aprender a llamarme torturador hijo de puta y puto y degenerado y qué sé yo cuántas cosas más. Por eso me calenté. ¿Qué se cree esta turra? De última, no tengo por qué bancarme nada de esta mierda. Le tendría que haber pegado más fuerte. ¡Qué joder!

Tenía veintitrés años, el amor de una mujer, pero aun así no lograba estabilizarse. Menos el trabajo en el puerto, al que siempre le esquivó por ser demasiado pesado, había pasado por todos los oficios a su alcance sin quedarse con ninguno. Cuando probó suerte en la policía, Laura ya estaba definitivamente decepcionada. El tiempo que duró la capacitación en la academia “Ramón Falcón” decidió la pareja, poco después de la graduación, se separaron.

Aunque no habían formalizado el matrimonio legalmente, a Norberto lo afectó mucho. Laura era muy especial, tenía una mezcla de ingenuidad y de respeto hacia él, que le permitía sentirse importante, aunque no fuera más que un simple policía de calle. Más aún, cuando Norberto extraía de su funda el arma reglamentaria ante los ojos asustados de Laura y limpiaba la mesa, con sumo cuidado y morbosa parsimonia, mientras desplegaba concienzudamente un par de hojas de diario sobre el mantel. Sin mirarla, pero sin perder un solo gesto de ella, disfrutaba paso a paso de la operación  simulada de limpieza, poniendo la Ballester Molina sobre la mesa y junto al arma, los elementos necesarios para su limpieza.

Gozaba la morosidad de los segundos en cada detalle de la operación. Lentamente extraía el cargador, vaciaba la recámara y alineaba los proyectiles con sumo esmero a un lado del improvisado escritorio. Una bala parada junto a la otra y a veces, como por descuido, volteaba la metálica muralla para poder empezar otra vez desde foja cero. Por prolongar cuanto fuera posible el terror en los ojos de Laura hacía cualquier comentario, sin importancia, obligándola a conversar. Sabía que la proximidad con las armas le repugnaba, pero igual la obligaba a quedarse junto a él. A veces, le preguntaba por las novedades de la casa, sin preocuparse demasiado por el relato de su mujer. Sabía que, de esa manera, ella estaría obligada a quedarse junto a la mesa conversando y algunas veces, para prolongar aún más su adversión, le pedía que le cebara unos mates.

Soportar el metálico ruido de la corredera o el seco click del percutor en el vacío, la erizaba. Laura se ponía histérica cuando Norberto practicaba desenfundar frente al espejo, y terrible cuando la asaltaba por sorpresa con una toma de judo, poniéndole la boca de la pistola en su garganta o en la cabeza, como practicando la detención de algún delincuente. Soñaba con ese uniforme, ejercía en él un atractivo irresistible. Lo transformaba convirtiéndolo en un verdadero energúmeno.

Yo lo vi claramente. En un instante desapareció la mitad de su cabeza. No sé si primero fue el estampido o aquel desparramo de sesos. Después vomité. Cayó encima de mí ensangrentándome todo. Y Laura que no lo entiende. ¡Qué va a entender, si siempre tiene miedo! Miedo de mí, de que se me escape un tiro, ¡qué sé yo! tiene miedo de todo. Aunque asqueroso, fue grande. Algo nuevo. Nunca sentí nada igual. La sangre no se parece a nada, es dulce y espesa. Primero fue la sangre, después el estampido. ¡Estoy seguro, aunque no puede ser! Hay que vivirlo para entenderlo, si no es imposible. No vomité porque me diera asco, ¡no! fue algo distinto, instintivo. ¿La impresión? Sí, es posible. Bueno…también. Era la primera vez, ¡qué joder! No creí que fuera así, no me lo imaginaba. Quería algo más espectacular. Como en las películas. Pero igual fue grande. ¡Qué sé yo! distinto. La próxima vez, voy a tener los ojos bien abiertos. No me quiero perder nada. Cuando cayó, no lo vi. Me asusté con la sangre, ¡qué sé yo! creí que era la mía, no sé…

Un importante acto de servicio, así lo llamó el principal. No lo pensé. Igual hubiese apretado el gatillo, para ver cómo era. Pero fue un acto de servicio. Suena grande, ¡Servicio! Me palmearon, me daban la mano, me felicitaban y yo como un boludo. Y el Cholo que me dice: ¡Pibe, te pasaste!, ¡qué cojones! Era un pesado, un rojo, un guerrillero hijo de mil puta. ¿Y yo qué sabía? No importa, fue grande. A éstos hay que matarlos a todos, los mandan los rusos. Son como la lepra, contagian. El Cholo dijo que después me quería hablar, que tenía un laburito extra para mí. Laura no quiere que lo haga. No me quiere más. No entiende nada, no ve más allá de sus narices. ¡Si todos me saludan! ¡Qué va a entender! Total, hay tantas minas.

Ma’ sí, que se vaya. ¡Qué me importa! Tengo que matar a unos cuantos y hacer como los pistoleros, una raya por cada rojo. Ese pibe vale doble. Dicen que era importante y fue tan fácil, si ya estaba entregado. El boludo se movió. ¿Qué sé yo? ¿No sé por qué? En realidad, me asusté. Por eso apreté el gatillo. ¡Si no veía nada! Era mi primera vez y bueno, ahora no les va a poder contar lo que pasó. Cuando vino el Cholo, estaba todo lleno de la sangre del pibe. Por eso me felicitaron, ¿qué querrá el Cholo? ¿Un laburito? Sí, un laburito dijo. Total, Laura ya se fue. Esta noche le digo que se consiga un par de atorrantas y chau.

Soy un héroe. Norberto estaba nervioso. El Coronel le dijo que se tranquilizara, que tenían todo arreglado, que no iba a haber problemas.

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Pasaron a buscar al Cholo, que vino con una descomunal escopeta de caño recortado y con una canana de cartuchos posta. El chofer encaminó el coche para Ramos Mejía. En la rotonda de Liniers, se detuvieron. El Coronel se bajó del auto en el puesto caminero, tardó unos minutos y regresó.

-Ya vienen –dijo-. Tenemos que esperar.

El Pato se bajó para revisar las cubiertas. El Coronel aprovechó para conversarme: -Así que vos fuiste el que boleteó al pendejo. Buena carta de recomendación, che. Tenés que quedarte tranquilo entonces, esto es mucho más sencillo. Además, es todo legal y lo tenemos bien estudiado.

Se miraron con el Cholo, mientras el Pato subía nuevamente al coche. El Coronel prosiguió.

-Mirá, todos estos laburitos te los vamos a pagar aparte. En sobre cerrado. Es un montón de guita. Además, no pasa nada. A estos hijos de puta hay que hacerlos cagar cuanto antes, son un montón de mierda roja. Vos, lo que tenés que hacer es fácil, igual que con el pendejo, apretás el gatillo, de vez en cuando te volteás alguna zurdita y ya está. Te forrás para toda la cosecha. Haceme caso, Norberto, es sencillo. Es igual que con los tres monitos: ver, oír y callar. Ojo, que en esta los machos son los que van para adelante. ¿Quién te dice que mañana no vayas a cargo de un grupo? ¡Qué te parece!…

Otro Falcon se estacionó junto al puesto. Guiñó las luces y se pusieron en marcha. Al llegar a la Avenida de Mayo, en Ramos Mejía, viraron a la izquierda. Después de una estación de servicio, se detuvieron.

El Pato, el Coronel y él se quedaron en el coche. Cholo se bajó y se parapetó detrás de un árbol. El otro coche siguió su marcha hasta la esquina, donde se detuvo. Bajaron dos hombres vistiendo uniformes de combate. Se acercaron a un edificio de departamentos, llamaron al portero y esperaron. Al rato, les abrieron la puerta y entraron mostrando sus credenciales.

-Ya está -dijo el Coronel- ¡Vamos!

Bajaron del auto y se unieron al grupo. El Pato quedó al volante. Entonces el Coronel ordenó:

-Vos y el pibe por la escalera. Nosotros y el Cholo vamos por el ascensor, entramos y el Cholo queda de contención en la puerta.

-Vamos, que la pichona está sola con el crío -ordenó el Teniente.

            Fue todo muy rápido. La chica no pudo reaccionar, sólo atinó a aferrarse a la criatura. Mientras revisaban el departamento iban metiendo en una valija lo que servía y en un bolso los elementos de prueba.

-Es el botín de guerra, después  repartimos  -le dijo Esteban, mientras le guiñaba un ojo.

Norberto agarró al crío, mientras el Coronel y Esteban esposaban a la chica. Le pusieron una bolsa de harina en la cabeza y bajaron. Al salir, los coches ya estaban en marcha. La tiraron en el piso de atrás del Falcon del teniente. Subieron, mientras ordenaba por la ventanilla.

-Al pibe llévenlo ustedes, después nos vemos en el Olimpo-. Viraron en redondo y partieron rumbo a Rivadavia. El Cholo agarró al niño y le tapó la boca. Entraron en el coche y se pusieron en marcha.

Pobre piba, será una guerrillera pero igual me da no sé qué. De última, uno es un hombre. No es lo mismo reventar a un tipo que a una mina. ¿Qué sé yo? Cholo se caga de risa, porque es un turro. ¡Y qué linda es! Creo que ésta, si me viera por la calle, no me pasaría ni cinco de bola. Cuando el Teniente le apoya la picana en las tetas, tiembla toda. Lo que no me gusta es el hilo de baba que le cuelga de la boca. Pobre mina. Ya ni llora. ¡También! Después de la paliza que le dio Esteban, ni ganas tiene. Este hijo de puta del Coronel, le puso un cartelito en el culo. En ablande. ¡Qué bárbaro! Es mi turno. Ya se la pasaron dos, y la piba ni pío. ¡Qué cojones! Tal vez le gusta igual. Con estos rojos, uno nunca sabe. ¡Andá a saber cuántos se la pasaban en la organización! ¿Y a mí qué carajo me importa? Es uno más, aunque sea una mina. El Teniente ya me dijo que ahora me tocaba a mí. Me guiñó un ojo. Delante de todos no voy a poder. No se me para. Ahora, no me puedo echar para atrás. Estoy jugado y sin fichas. Y a mí, de última, ¿qué carajo me importa?

A la semana se encontró al Coronel por la calle. Le contó que la piba se había quedado en la parrilla. No aguantó. Le pidió si le podía tener al chico por unos días, hasta que lo colocaran. Que ya tenían una pareja de Mar del Plata y que pagaban bastante bien.

Norberto arregló para pasar a buscarlo por la tarde. Como no tenía dónde llevarlo, se lo dejó a su madre.

-Es por unos días, los padres son de la repartición y sufrieron un accidente. No tiene más parientes que nosotros.

La madre de Norberto asintió encantada, siempre le gustaron los bebés. Permanentemente recriminaba a su hijo porque no le daba nietos.

Se despidió de ella, prometiendo volver al día siguiente. Esa noche, tenía otro trabajito. Se le había ocurrido una idea descabellada para satisfacer los caprichos de su madre. Lo arreglaría con el Coronel.

¿Cuánto pasó desde lo del pibe? Fue unos días antes de que mi vieja se quedara con Pablito. Al Coronel lo mataron por boludo. Si me hubiera hecho caso, no pasaba. Clara me dijo la otra noche que me tendrían que haber boleteado a mí. ¡Casi le saco los dientes! Se pone así, pero estoy seguro de que le gusta. No lo quiere reconocer, pero le gusta. Cada vez que le pido que se dé vuelta, empieza a insultarme. Ya me tiene podrido. ¿Qué se cree? Que me voy a dejar basurear por ella. ¡Nada menos que yo! Yo, ¿o al pedo, tengo un grupo a mi cargo? Ya no es lo mismo que antes. Ahora mando y los otros se callan. ¿Y esta imbécil me va a venir a basurear? Si sé que le gusta y también cuando le pego. Estoy seguro. Si a veces, empieza ella a buscarme. ¡Perra!. La voy a colgar de los pezones, como a la flaca del Vesubio. Así, vas a gritar, pero con ganas.

¡Hija de puta! Pablo ya tiene siete años y es el orgullo de su abuela. Las brillantes calificaciones y su conducta ejemplar en el colegio hacen difícil negarle nada. A pesar de ser un chico feliz, hay algo en su mirada que no soporto. Cuando me mira, me acusa. Yo no tuve nada que ver con lo de su madre. Yo no la maté. De última, no la va a comparar con la mía. Él también es como ella. ¡Yo lo sé y él lo sabe! Por eso me acusa y por eso, algún día me las va a pagar…

FIN

DANIEL OMAR GRANDA

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