Novela de caballerías:
Género narrativo que tuvo su máximo desarrollo en España entre los siglos XIV y XVII, y que en su momento también se llamó libro de caballerías.
Muy semejantes a las novelas de aventuras, los libros de caballerías se basan —según Gonzalo Torrente Ballester— en la odisea de un caminante que se enfrenta a múltiples azares —batallas, desafíos, amores, pérdidas, reencuentros y tránsitos—, normalmente en un espacio lejano y exótico. Un rasgo bastante común en estas obras es que el autor afirma que el texto procede de un manuscrito que él ha encontrado; de ahí la parodia que realiza Cervantes al respecto en el Quijote, cuando alude a que el texto lo ha sacado de una traducción que un morisco hizo de un texto de un historiador llamado Cide Hamete Benengeli (véase Miguel de Cervantes: El Quijote como juego literario).
La primera novela importante es Libro del caballero Zifar, compuesto hacia 1300, que utiliza la técnica del sermón: cada personaje o situación es un ejemplo y figura de realidades espirituales. Con el Amadís de Gaula, cuya versión original de principios del siglo XIV está perdida casi por completo y que se conoce por la refundición que a finales del siglo XV realizó Garci Rodríguez de Montalvo, el género comienza a fijarse, gracias a la calidad del texto. Durante el siglo XVI hubo abundantes imitaciones y continuadores del Amadís, cuyo resultado más interesante puede que sea Amadis de Grecia (1530) de Feliciano Silva. Llegaron a realizarse casi veinticinco libros tanto en España como en Europa hasta bien entrado el siglo XVI.Otro ciclo importante fue la serie de Palmerín, que se inició con Palmerín de Oliva (1511) del que se realizaron once impresiones hasta 1580, y uno de los mejores libros de la serie fue Palmerín de Inglaterra (1547-1548) escrito en portugués por Francisco de Morais. Tirant lo Blanc, de Joanot Martorell, es otro ejemplo en lengua catalana, publicado en 1490, y, según Miguel de Cervantes, “es el mejor libro del mundo”.
Las novelas de caballerías encontraron grandes detractores desde sus orígenes. Se les criticaba por su inverosimilitud, inmoralidad y descuidado lenguaje. Durante mucho tiempo se dijo que eran libros que leían gentes de escasa formación, pero la realidad es que interesaban a todos los estamentos sociales y culturales y eso se ha demostrado por lo que dicen de ellos personajes como santa Teresa de Jesús, el humanista Juan de Valdés y hasta el emperador Carlos V.
Los antecedentes de la novela de caballerías deben situarse en la difusión europea, con gran influencia española, de tres ciclos épicos medievales: el artúrico, el carolingio y el troyano. El código moral caballeresco se entrelaza con el código erótico —el caballero brinda sus empresas a la dama de su elección—, y ello explica los puntos comunes entre la novela caballeresca y la novela sentimental, en la que el paisaje de las hazañas se hace alegoría del deseo amoroso y su búsqueda. Mario Vargas Llosa ha estudiado la actualidad de las novelas de caballerías, hasta el punto de afirmar que el coronel Buendia, de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez “parece descender en línea recta de los cruzados caballerescos”
Barroco (literatura):
Periodo que sucedió al renacimiento, entre finales del siglo XVI y finales del siglo XVII, impregnó todas las manifestaciones culturales y artísticas europeas y se extendió también a los países hispanoamericanos.
Como etapa preparatoria, que coincide cronológicamente con el renacimiento y el barroco, debe tenerse en cuenta el manierismo. La palabra barroco tuvo originalmente un sentido peyorativo, ligado con la extravagancia y la exageración, que aún se mantiene en ciertos tópicos del lenguaje no especializado. Se dice que el término deriva del portugués barroco (castellano barrueco), que significa ‘perla irregular’. También suele relacionarse con baroco, nombre que recibe una figura del silogismo. El barroco expresa la conciencia de una crisis, visible en los agudos contrastes sociales, el hambre, la guerra, la miseria. Suele establecerse una distinción entre el barroco de los países protestantes y el de los países católicos (barroco de la Contrarreforma).
En el caso de España, aunque sin perder de vista el contexto europeo, José Antonio Maravall ha enumerado una serie de asuntos y tópicos literarios que definen una imagen del mundo y del hombre: la locura del mundo; la melancolía —Anatomy of melancholy, de R. Burton, es de 1621— la sensación de inestabilidad de los hombres y la fugacidad de las cosas; la revitalización del tópico del mundo al revés y la figura del gracioso en el teatro español como uno de sus representantes (“Soy el que dice al revés / todas las cosas que habla”, dice un personaje de El mejor alcalde, el rey de Lope de Vega); el mundo como laberinto, como gran plaza o mesón; la concordia de los opuestos (nuestra vida se “concierta de desconciertos”, dice el conceptista español Baltasar Gracián); el mundo como guerra y el hombre lobo del hombre.
Desde el punto de vista estético, sobresalen la búsqueda de la novedad y de la sorpresa; el gusto por la dificultad, vinculada con la idea de que si nada es estable, todo debe ser descifrado; la tendencia al artificio y al ingenio; la noción de que en lo inacabado reside el supremo ideal de una obra artística. La búsqueda de la novedad y de lo extraño explica la admiración del barroco por pintores flamencos como El Bosco, Arcimboldo y Brueghel el Viejo: así lo demuestran, entre otros textos, los Sueños del escritor español Francisco de Quevedo.
Entre los autores del barroco hispanoamericano, destacaron (el Inca) Garcilaso de la Vega (1539-1616) en Perú; Sor Juana Inés de la Cruz, sobre todo por su Primero Sueño (de clara influencia gongorina por su audacia formal) y El divino Narciso (cuyo antecedente es Eco y Narciso, del dramaturgo español Pedro Calderón de la Barca), y Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, autor de una Historia chichimeca y traductor de poesía náhuatl en México; Martín del Barco Centenera (La Argentina y Conquista del Río de la Plata), extremeño que vivió más de veinte años en América; Pedro de Oña y Arauco domado en Chile; el canario Silvestre de Balboa y Espejo de paciencia en Cuba, y Hernando Domínguez Camargo, a quien el poeta Gerardo Diego cita en su Antología poética en honor de Góngora, y que vivió en Colombia.
Culteranismo y conceptismo:
La retórica barroca puede sintetizarse en la coexistencia de dos corrientes: el conceptismo y el culteranismo. Aunque generalmente suele afirmarse que se trata de dos estilos opuestos, lo cierto es que los dos buscan la complicación formal. El culteranismo intensifica los elementos sensoriales preocupado por el preciosismo y la artificiosidad formal a través de la metáfora, la adjetivación, el hipérbaton forzado o los efectos rítmicos y musicales del lenguaje; a esta tendencia pertenecen Luis de Góngora y Pedro Soto de Rojas. La crítica señala como ejemplo más significativo del culteranismo la Fábula de Polífemo y Galatea de Góngora, en cuya primera estrofa aparecen todos los procedimientos culteranos:
Era de mayo la estación florida
en que el mentido robador de Europa
—media luna las armas en la frente
y el sol todos los rayos de su pelo—,
luciente honor del cielo,
en campos de zafiro pace estrellas.
El conceptismo debe su nombre a los Conceptos espirituales (1600-1612) de Alonso de Ledesma. Su juego formal se basa en la condensación expresiva y para ello se sirve de la polisemia, las elipsis, las oposiciones de contrarios o antítesis, las paradojas, todo lo que exija una agudeza conceptual y cuenta entre sus principales representantes a Francisco de Quevedo, Luis Vélez de Guevara y su El diablo cojuelo, la prosa de tipo moralista y satírico de Baltasar Gracián y autores de empresas o emblemas (véase Alegoría) como Diego de Saavedra Fajardo (1584-1648). En teatro, sobresale Pedro Calderón de la Barca, especialmente por La vida es sueño y El gran teatro del mundo, donde se entrelazan concepto y juego verbal. El tema del sueño y la duda sobre los límites entre apariencia y realidad permiten aproximar a Calderón con el dramaturgo inglés William Shakespeare. El conceptismo valora laconismo, por eso, a veces, se ha confundido con claridad estilística y precisión, algo de lo que carece por completo, como puede verse en la frase de Gracián característica de este estilo: “Lo bueno si breve, dos veces bueno”, que como se ve es ingeniosa pero ni precisa ni clara.
Proyección del barroco:
Mención aparte merece la proyección del barroco en la generación del 27, año del tricentenario de la muerte del poeta Luis de Góngora. Dámaso Alonso dedicó gran parte de su vida al estudio del poeta cordobés y Federico García Lorca le consagró una magnífica conferencia titulada “La imagen poética de don Luis de Góngora”. Gerardo Diego recuperó a los poetas Bocángel Unzueta y Pedro de Medina Medinilla. Luis Rosales, al conde de Salinas (1564-1630) y a Juan de Tasis, conde de Villamediana (1582-1622). Éste último, además de Góngora, figura entre los autores citados con frecuencia por el cubano José Lezama Lima. Otro cubano, Severo Sarduy, fue el creador del término neobarroco para designar, si no un regreso, una prolongación del barroco en el siglo XX. En 1868 un político conservador y brillante articulista, Francisco Silvela, se burlaba de los cursis y de los neoculteranos, aludiendo a quienes se valían de un lenguaje pretencioso para decir cosas que podían comunicarse de manera más sencilla.
FUENTE:
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