Hoy es el día del padre, y como tal un día muy especial para mí. En especial porque la paternidad no consiste (como creen algunos) en ser sólo el sostén familiar. El «pater familia». Ser padre, es sin lugar a dudas, mucho más. Casi diría que alcanzamos la graduación junto a nuestros hijos, y aún en ese momento, debemos seguir creando. Es difícil, seguramente, educar a un hijo y protegerlo al mismo tiempo. Quizás, mucho más difícil es amarlo; simplemente. Amar en la desigualdad, amar en la diversidad, amar en el respeto del hijo como un individuo diferente de mí mismo. Amar en la desilusión. Amar en la desesperanza y sobre todo, amar en la soledad…

«Ama y haz lo que quieras», decía San Agustín, y aunque parezca una obviedad, es en este preciso verbo, donde debemos poner toda nuestra fuerza y nuestra creatividad. ¿Qué cosa puedo hacer, fuera del amor? Muchas sin dudas, pero que poco tienen que ver con la paternidad.  Amar a un hijo, quizás, es como dijo el poeta santafecino José Pedroni:   

Y un día, un dulce día, quizá un día de fiesta
para el hombre de pala y la mujer de cesta;
el día que las madres y las recién casadas
vienen por los caminos a las misas cantadas;
el día que la moza luce su cara fresca,
y el cargador no carga, y el pescador no pesca
tal vez el sol deslumbre; quizá la luna grata
tenga catorce noches y espolvoree plata
sobre la paz del monte; tal vez en el villaje
llueva calladamente; quizá yo esté de viaje
Un día, un dulce día, con manso sufrimiento,
te romperás cargada como una rama al viento.
Y será el regocijo,
de besarte las manos, y de hallar en el hijo
tu misma frente simple, tu boca, tu mirada,
y un poco de mis ojos, un poco, casi nada…

Como un sincero homenaje a todos los padres y al mío propio, les ofrezco una pequeña pieza de amor filial y de recuerdos. Del «Amanecer bajo los puentes», de Armando Tejada Gómez, un gran poeta mendocino al que amo entrañablemente, les regalo este bello poema:

Fuente de la imagen

«Como soñar, lo sueño y entonces lo soñaba.
Siempre tuvo ese aspecto de niebla y lejanía.
Lo recuerdo dormido encima de su sombra.
Me alzaron y lo vi.
Lo recuerdo dormido.
Por eso es que lo tengo por materia de sueño.
Sólo existe en mi hondura.
Galopa dentro mío.
Y por eso lo sueño como entonces y siempre.
Es hueso de mi sombra.
Va en el tiempo conmigo.
Su aventura venía por boca de los otros.
Lo nombraba el boliche a la hora del trago.
Dejó un rescoldo lerdo de apagar en la gente.
De su ceniza ardiente siempre había un relato.
Mi padre fue Tropero antes de los caminos.
Debe haber sido enorme el silencio que usaba.
Pero ahí, en esa ronda de compadres insomnes,
mi padre gigantesco me escondía a mi padre.
Dije que era de niebla por decir que era lejos,
tan canción para entonces, tan metido a centauro.
Se llevó la ternura severa de sus ojos.
Como soñar, lo sueño.

Y entonces lo soñaba:
(galopamos dos cielos y alguna noche negra,
gastando en el resuello las frases necesarias).
Creo que no teníamos ya sombra ni camino,
que solamente huíamos hacia ninguna parte.
Pero eso era todo.
La dignidad completa.
El gesto más decente: galopar, apagarnos,
ultimarnos la ausencia a caballo y cuchillo,
 entrar a las tinieblas con la entraña en las manos.
Nadie como nosotros puede cruzar los vientos
ni meterse en la sal ni cuerpear la distancia.
Andamos madurados por estas lejanías
y somos leña que arde sobre su propia llama.
Mi padre no creía ya ni en ese galope
-era un duro propósito, un capricho adelante-,
pero esa travesía era su testamento:
la única ternura que podía dejarme.
Así que galopamos, cielo allá, dos milenios,
sólo para salvarle la honra a la distancia.
De perfil le veía cruzar los pensamientos:
los ojos a lo lejos, los labios apretados,
un país de galopes le trepidaba adentro
y en sus manos de cobre se le arrugaba un mapa.
No sé si me lo dijo o le escuché el silencio, ahí,
contra la luna donde se recortaba,
alzó sobre la frente el ala del sombrero
y era todo crepúsculo el rastro que dejaba.

– Hay que sacar los diarios, me despertaba el Toto. Desmonté de mi sueño. Se me quedó mirando. Sobre el puente llovía un silicio finito. Se demoró en llegar la madrugada…

ADOLESCENCIA

La luz de un nuevo día entró por la ventana.
Miré mis muñecas pero ellas callaban,
dormían el sueño de tantas rayuelas,
de don piruleros, de pisa pisuelas,
sus bocas de trapo guardaban silencio,
no había respuestas.

Entonces, sentí miedo.
¿Qué había cambiado?
¿Qué duende o qué encanto trocaban las cosas?

Medí con las manos los senos diminutos
que sin prisas rompían mi pecho de niña.
Imitando al árbol,
fijando primero su raíz profunda,
para quebrar luego,
en gajos la tierra,
y una mañana
una cualquiera
surgir de golpe y crecer junto al día
y afirmarse diciendo:
Yo soy el árbol,
le broto a la tierra,
llevo en mis entrañas toda la madera,
ardo con el fuego que abriga a los hombres,
yo soy el que soy
idéntico a esos senos.

Soy la adolescencia…

A mis hijas:
Verónica y Laura

DANIEL OMAR GRANDA

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