CRÓNICAS DE UNA GUERRA: LUIS ANTONIO AZCOITIA, CON 12 AÑOS FUSILARON A MI MADRE Y ME ECHARON DE CASA (358)

«Llevo haciéndome la misma pregunta una y otra vez; una y otra vez, desde hace 75 años: ¿Por qué, por qué, por qué? Siempre lo mismo, pero no hay respuestas». La voz de Luis Antonio Azcoitia Argüelles se entrecorta. Sólo era un niño de 12 años cuando su madre fue fusilada por los republicanos en Ribadesella, algo incomprensible para un crío, pero también para un hombre que cuenta ya 87 años. Es uno de los pasajes más dolorosos de su vida, pero no puede evitar aderezarlo con una dosis de inocencia y emoción. Recuerda los combates aéreos, las aventuras en busca de comida e incluso la felicidad que le invadió con «la liberación de Gijón». Y es que, hablamos de guerra y de Asturias, una de las regiones más castigadas, pero también hablamos de un niño. Acosado, perseguido, pero un chaval al fin y al cabo para quien la llegada de los nacionales significaba «volver a casa».

De familia de derechas, «conservadores, monárquicos y muy políticos », Antonio recuerda los primeros momentos de aquellos 14 largos meses de batalla en los que su familia fue perseguida y gran parte asesinada —cinco miembros, entre los que se encuentra su madre, Hortensia Argüelles—. «Cuando estalló la guerra aquí, en Infiesto, mi abuelo y sus hermanos tuvieron que huir de inmediato. Venían en su busca. Les tirotearon, pero en ese momento pudieron escapar. Más tarde, uno de ellos, José Argüelles y Argüelles, fue asesinado en la playa de Gijón con otros 18». Antonio cuenta cómo a partir de ese momento empezaron a sucederse los registros en la casa: «Se llevaban todo lo que podían, desde colchones, sillas, hasta la ropa…». Después llegaron las detenciones de sus padres y más tarde, el batallón Somoza con una orden de desalojo. Les echaban de su casa para convertirla en un hospital republicano.

Amaneció el primer domingo de septiembre de 1936. Nada volvió a ser como antes. Antonio y sus dos hermanos, de 13 y tres años, se preparaban para visitar a su madre en la cárcel. No pudieron verla. «No entendíamos nada y mandamos a un empleado a investigar». La verdad no se hizo esperar. «El 6 de septiembre de 1936 mi madre, que estaba en estado, fue fusilada junto a cuatro personas más en Ribadesella. Luego lanzaron los cuerpos al agua».

Ha perdonado a sus verdugos, pero esa herida nunca ha dejado de sangrar. «A ella le gustaba la política, pero la política de pueblo. Era partidaria de Gil Robles, incluso en una ocasión estuvo de interventora en una mesa, pero no me parece suficiente para darle ese final», se lamenta. Unos pescadores recuperaron su cuerpo y la enterraron. «Luego la trajimos al pueblo. Fue muy duro, a nosotros nos lo dijo mi tía, pero a mi abuela se lo ocultamos hasta que entraron los nacionales, el 21 de octubre de 1937. En casa nunca se pudo hablar del tema. Cada uno cargaba lo suyo».

Tras este doloroso capítulo, la cosa empeoró. «Tuvimos que huir a Gijón porque la vida de mi tía corría peligro». Allí, cuenta, el día a día fue más tranquilo, pasaban desapercibidos y, salvo algún que otro sobresalto, podían respirar. Su abuela desde Infiesto cubría sus gastos —era una familia adinerada; poseían una central eléctrica, vacas, tierras…—, incluidos los del comité que repartía el suministro. «Los últimos días de la contienda me tocaba ir a por la comida y recuerdo mucho griterío y malestar entre la gente. No era para menos, el suministro era una botella de lejía y una escoba». Pero nada de cruzarse de brazos, «nosotros salíamos todos los días a los alrededores de Gijón e incluso llegábamos hasta Llanera. Allí había un túnel —de un lado estaban los nacionales y del otro los rojos—. Allí conseguíamos patatas, algo de harina, leche…».

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Conseguir alimentos, ese era el objetivo. Pero entre carrera y carrera, también le daba tiempo a bañarse en la playa y «jugar como cualquier ‘guaje’». Lo mejor de aquella época era que no teníamos que ir al colegio», bromea. Confiesa que se escondían para ver los combates aéreos y con la inocencia propia de aquella edad recrea uno de ellos: «Una vez, durante un combate, un avión nacional rodeó al republicano, lo ametralló y vi caer el avión echando humo. Aunque lo más impresionante fue ver cómo bajaba algo más. ¡Era el piloto en paracaídas! Cayó al mar y se salvó. Increíble». Tampoco olvida los bombardeos en El Musel en Gijón, «eran de película». De película también fueron los de la toma de Santander, pero no le dejaron el mismo sabor de boca: «Horroroso, tremendo. A lo mejor no fueron para tanto, pero yo lo viví con verdadero pánico».

Junto a su tía y sus hermanos vio pasar los meses en Gijón, aunque no tardó en regresar su padre, detenido antes del asesinato de su madre. Se sometió a juicio y le dejaron libre con la condición de que se pusiera a trabajar de inmediato. Le destinaron a la sección de divorcios en un juzgado. «Sí, las milicianas querían divorciarse. Mi padre vivía asombrado durante el mes que trabajó allí. Después, lo mandaron a fortificar a Lugo de Llanera». Tampoco aguantó mucho tiempo, el miedo a que lo mataran por la espalda le llevó a huir y un buen día se presentó en su casa, donde estuvo escondido hasta «el día de la liberación».

«Cuando los nacionales llegaron, la entrada en Gijón fue emocionante. Bueno, para mí. Porque de estar perseguidos, acosados… pues volvíamos a Infiesto. Venían de la zona de Villaviciosa, con unos capotes preciosos. Aquello fue tremendo, aplausos, abrazos…». Un mes después, regresaron a su pueblo, tuvieron que arreglar la vivienda porque estaba destrozada, tanto por el frente como por un lateral, pero no importaba: «Estábamos en casa».

FUENTE

https://www.elmundo.es/
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Por Icaro

Generación del '77. Nacido en Reggio Emilia y criado en Asturias. Enamorado de la música; de mi mujer, Elena y de mi niña, Gaia. Apasionado del cine de terror, la ciencia ficción, la montaña, la fotografía y la comedia. Letrista de grupos pop, rock y metal desde Octubre de 1999.

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