Sabía que esto iba a pasar. ¡Yo lo sabía! Héctor nunca me escuchó. Cuántas veces le dije que dejara, que pensara más en nosotros. Pero, no, él siempre en los otros. Que los compañeros, que la injusticia y qué sé yo cuanta milonga. ¿Y ahora? Marito es chiquito, nos necesita. Si no tiene a nadie. Mis viejos no lo van a querer como nosotros. Don José tampoco. Él también lo hinchaba al Héctor para que largara, ahora no van a hacer nada. No es como el hijo. Tiene razón. Si ya podríamos haber terminado la casa; con levantar la piecita del fondo y el baño, estaba lista. Bueno, lista es un decir. Pero no importa, de a poco la hubiéramos terminado. El piso y los revoques los hacíamos después, lo importante eran las paredes y el techo. Teníamos pagado el terreno, así que lo que juntáramos se lo podíamos poner a la casa. Marito disfrutaba tanto. ¡Jugaba con su perro como si fueran dos chicos! Mafalda y la hermana se iban a ir pronto. Ya habían conseguido una prefabricada y hubiéramos tenido un montón de lugar para nosotros. Además, el Chaca ya dijo que se casaba con la Isabel. Parece que con la trompeadura que se pegaron con Mafalda llegaron a entenderse También; ya está gruesa de seis meses la pobre. El hermano no quería saber nada, se agarró a las piñas con el Chaca y si el Héctor no los separa, se matan. Menos mal que se arregló. El Chaca consiguió trabajo en la fábrica del Héctor, pero no creo que le dure mucho. Y ahora con esto, menos que menos. Cuando se enteren en la fábrica, los echan a los dos a patadas. Héctor ya quedó mal con lo de la huelga. ¡Pobre! Estuvo dos noches sin dormir, ¿y para qué? Los sacaron a patadas sin darles un peso. Yo no sé para que se mete. Siempre fue igual. Primero, que les iban a dar un aumento si no hacían lío y después, nada. ¡Pobre! Es testarudo como el padre. ¡Tal, para cual! Cuando nos casamos, lo mismo. Que era seguro el cambio de las planchas, que él lo hablaba al Turco y listo. Todavía tengo cuatro y no sé cuántos veladores. Menos mal que cuando se casó la gorda Norma pudimos cambiarnos los regalos, si no… ¿Por qué me dejaron aquí? ¿Qué estarán haciendo? Si por lo menos viniera el Héctor. Marito duerme, suerte. Se despertó, pero después se volvió a dormir. Es como si no quisiera ver, pobrecito. Cuando se quemó la casilla, estaba como tonto. No se reía ni a garrotazos. Cuántos análisis que le hicimos. Tenía toda la piel lastimada, como si tuviera sarna. No me quería comer nada al principio. Con Héctor lo llevábamos a la calesita, a la plaza, pero igual no se olvidaba. Ahora es distinto. Da gusto verlo jugar con el Colita, se revuelcan en la tierra como si fueran dos cachorritos. Por eso se quedó dormido, no quiere ni ver. Si le falta el Héctor se me muere, son tan pegados. Cuando se fue por unos días al campo, a visitar al padrino, creí que se me enfermaba.

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A cada rato salía a la puerta con su sillita para esperar al papá. ¡Pobrecito! Voy a tener que decirle cualquier cosa para conformarlo mañana porque esto va a durar unos días. También, el Héctor, si me hubiera hecho caso no pasaba. ¡Es tan cabeza dura! Igual que el padre. Silvia me lo dijo más de una vez. Cuando ella era la novia, tampoco lo podía convencer. Claro que no es lo mismo. Eso fue hace mucho y eran chicos. Ahora me tiene a mí y al Marito. Cuando salga, dentro de unos días, seguro que se le pasa. Un poco está bien, sobre todo porque si no lo hace nadie siempre va a ser igual y eso no es justo. Por lo mismo que a veces lo acompaño yo también. Como cuando fuimos a pintar por la estación, que susto. Creí que nos mataban. No me puedo olvidar de ese negro asqueroso del comando apuntándonos con la pistola. En cinco minutos nos rodearon por los cuatro costados. Escopetas, revólveres, pistolas, de todo tenían. Y nosotros con los tachitos de pintura. Nos salvó la policía. ¡Parece mentira! Esa vez nos salvó la policía. El Héctor lloraba de la bronca. Después hablamos mucho. Me contó lo que pasaba, por qué nos habían asustado, qué decía cada uno. ¡Qué sé yo! No sé. No entendí mucho. Pero igual sé que el Héctor no me iba a mentir. ¿Para qué? Si pudiera hablar con él ahora. ¿No se habrán equivocado? Todo por un paro. Si no era la primera vez que se armaba lío en la fábrica. Bueno, al fin. Parece que terminaron con el Héctor. Abren la puerta. ¿Cómo? ¿Y por qué a mí? ¿Yo qué hice? ¿Qué pasa? ¡Dios mío! ¡Marito, no! ¡Suéltenlo, por favor! ¡Marito, no! ¡Por favor! ¿Por qué le pegan al Héctor? ¿Quiénes son? ¿Qué quieren? ¡Marito!… ¡Marito!… y los tres se hundieron muy profundo en la noche que nos habita…

DANIEL OMAR GRANDA

*El próximo Lunes día 1 de Marzo, el siguiente relato de La Bitácora del naufragio. !No te lo pierdas!

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