En los tiempos del Covid-19 y en medio de esta pandemia que azota al mundo entero, algunas obras de la literatura recobran una escalofriante actualidad. Es notorio el interés actual por dos clásicos de la literatura del siglo XX: “La peste” de Albert Camus (1947) y “El ensayo sobre la ceguera” del portugués José Saramago, publicada en 1995 y quién fuera honrado con el Premio Nobel de Literatura (años más tarde) en 1988. De Saramago podemos destacar otras obras como: “El Evangelio según Jesucristo”, “Todos los nombres”, “El ensayo sobre la lucidez”,entre otras.

Saramago definía a “El ensayo sobre la ceguera” como: «la novela que plasmaba, criticaba y desenmascaraba a una sociedad podrida y desencajada», en alusión a la mentalidad que en su mayoría, forma parte del sistema de vida actual.

Lo que hace que esta novela sea muy particular, es su “técnica literaria”, donde Saramago narra desde una perspectiva omnisciente, que se centraliza en el personaje conocido como “la mujer del médico”. El autor se da el lujo de obviar los nombres de los múltiples personajes. Solo la exhaustiva descripción, que hace de cada uno de ellos, permite que el lector los identifique claramente. Los describe por alguna característica sobresaliente como la mujer del médico, la mujer de las gafas oscuras, el niño estrábico y así en todos los casos.

Y lo sobrecogedor que cobra especial significado en estos momentos duros que vive la humanidad; es lo que Saramago nos dice en su novela: «Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que viendo, no ven».

En otra obra de Saramago del 2004: “Ensayo sobre la lucidez”, (que algunos consideran complementaria) porque se utiliza la misma ubicación y vuelven a aparecer varias personificaciones principales del ensayo sobre la ceguera como la blancura, que es el componente que unifica a las personas, aunque la temática pasa por otro lado; ya que durante las elecciones municipales de una ciudad sin nombre, la mayoría de sus habitantes deciden ejercer “su derecho al voto de una manera inesperada”, y el gobierno teme que ese gesto revolucionario, sea el producto de una “conjura anarquista internacional” o de “grupos extremistas desconocidos”. Entonces “las cloacas del poder” se ponen en marcha. Los culpables tienen que ser eliminados; y si no se hallan, se inventan. En esta obra Saramago lanza una llamada de alerta diciéndonos: “Puede suceder que un día tengamos que preguntarnos: Quién ha firmado esto por mí. Ese día puede ser hoy”…

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“Ensayo sobre la ceguera” desnuda las relaciones humanas con una crudeza y una simpleza admirable. Es capaz de develar las miserias que nos atraviesan, con total franqueza, en una sociedad signada por la desigualdad. Todos estos temas existenciales emergen en medio de ese “sálvese quien pueda” que es el leitmotiv de la novela, un retorno a la barbarie con franca animalización de las personas. Sin embargo, tampoco escasean gestos heroicos de solidaridad, de un altruismo necesario, de espíritu colectivo, de una comunidad en mutua ayuda y colaboración que a fuerza de males, se ve obligada a comprender que de esa salen todos juntos, o no sale ninguno (y no porque no se quiera, sino porque es imposible).

Y como frutilla del postre, un pequeño diálogo entre ciegos que da escalofríos por la crudeza y desesperanza de sus propias palabras:

El miedo ciega, dijo la chica de las gafas oscuras. Son palabras ciertas, ya éramos ciegos en el momento que perdimos la vista, el miedo nos cegó, el miedo nos mantendrá ciegos.

Quién es el que está hablando, preguntó el médico. Un ciego, respondió la voz, sólo un ciego, eso es lo que hay aquí. Entonces preguntó el ciego de la venda negra. Cuántos ciegos serán precisos para hacer una ceguera. Nadie supo responder

DANIEL OMAR GRANDA

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