LA BITÁCORA DE UN NAUFRAGIO – LA NOCHE QUE NOS HABITA (288) [PARTE 02/12]

INTRODUCCIÓN:

Daniel Granda 26/12/2020

Difícilmente podría hacerlo entrar en razones. Enrique ya había decidido que, a pesar de todo, no abandonaría el país. Tantos años a la cabeza de la juventud peronista de la zona, hacían que su resolución de vivir en el partido fuera peligrosa. Felizmente, con la ayuda de otros amigos, logramos convencerlo de que vendiera el departamento y se fuese con su mujer y su hija al interior.

-Mirá -me dijo una vez la Negra- Quito ya no es el de antes. Vive obsesionado por los diarios. Lleva un minuciosos registros de muertes y desaparecidos y, todos los días, se pregunta por qué Coco o el Negro y no él. Es como si quisiera llegar al final.

El final. La palabra quedó suspendida del asombro. Sonó en mis oídos como un lejano grito aún audible. En su voz, la de todos, el final. ¿Cuántas veces me hice la misma pregunta? Sentir en la piel el sudor de los otros. La garganta que se cierra, a medida que el miedo desciende por los hombros. El final y las pupilas que se dilatan conteniendo el vacío dejado por las lágrimas y el miedo que avanza por el vientre. Las terribles imágenes del último combate acuden ahora golpeándonos los muslos. Solo frente al enemigo y en nuestra soledad; el otro. El final y el miedo por las piernas. Mordiendo nuestra espalda, ese último combate del que todo sabemos y aun así, es preciso pasarlo en la mesa de torturas. Solos, frente a frente. El enemigo, yo y el mudo testigo del otro. También el miedo que se aloja definitivamente en la garganta. El final.

Qué lejos están aquellas proyecciones de “La hora de los hornos”, la “Operación masacre”, los reportajes al Viejo. Cuántas ilusiones corrieron por debajo de los puentes y cuántos sueños flotan hoy con las manos atadas a su espalda. La esperanza, acribillada a balazos, rugió en silencio desde una tumba sin nombre. Regresar a la playa es necesario para el hombre que cae al mar desde un helicóptero artillado. Regresar es necesario.

Fuente de la imagen

De Enrique, lo que me impresionaba eran sus ojos. Increíblemente tiernos. Quizás favorecía esa expresión el tener los párpados caídos y sobre todo el derecho, notoriamente más marcado que el otro.

Una vez se lo hice notar y se rio con ganas, retrucándome con una idiota semblanza vacuna que me pareció exagerada. Como aquella vez que, por tomarme el pelo, me pintó de rojo los labios de un afiche de Belmondo que tenía en mi pieza, diciéndome que un compañero no podía ser tan puto para que le gustase un rostro masculino, aún en nombre de la estética. Desde entonces, la realidad latinoamericana era analizada bajo la sensual vigilancia de un francés muy distinto a aquel Debray que testimonió los primeros pasos.

A las ocho tengo que pasar a buscarlo para comer un asado, y ver a Boca ganar la Libertadores. Las excusas son buenas para volver a encontrarnos. ¿Cuántos años pasaron desde Belmondo? La vida nos arrastró varias veces hasta sus límites. La urgencia por ver un mundo nuevo nos puso viejos en éste y a pesar de todo, no dejábamos de soñar con esa vieja utopía llamada libertad.

Durante cuatro años vimos gastársenos las ganas en encuentros casuales. Enmarcados en un barrio o en alguna movilización, nos buscábamos para saber que estábamos. Nos bastaba. Cuando encontré a la Negra, casualmente, en el andén de Liniers, el tiempo desapareció. La distancia nunca había sido verdaderamente cierta. Vernos y sentir que ayer nos habíamos buscado, fue una misma alegría.

Al rato la mesa de su casa se tendió, albergando la amistad. Con nosotros Belmondo, Roberto, el Mosquito y tantos otros que nos ayudaban a sentirnos vivos.

Los ridículos calzoncillos antieróticos de Enrique surtieron efecto. Hoy ofrecíamos a nuestro afecto dos hijas, la suya y la mía. Junto al pan soñamos en voz alta la posibilidad futura de que crecieran juntas por continuar a nuestros ojos. Ese fue el camino que elegimos algunos años atrás.

Me dolía tener que convencerlo, pero era necesario. Sabía que si lograba que se fuera sería un nuevo compás de espera en nuestras vidas. Pero si no lo lograba, la espera del reencuentro podría ser mucho más larga y peligrosa. A pesar de que Enrique ya no militaba, lo buscaban por todas partes. Supimos de varios compañeros a los que les habían hecho preguntas muy concretas sobre su paradero. No era prudente seguir creyendo en la suerte.

Aún no era el tiempo de la síntesis. Los muertos conocidos eran muchos, demasiados y deambulaban vivos por nosotros. Se cometieron errores, pero no era posible dimensionarlos. No ahora.

¿Cómo ocurrió todo? ¿Por qué Roberto, que soñaba con un tonto tanque amarillo a lunares, hoy no sueña con nosotros? ¿Qué fue lo que hizo trizas ese gran sueño colectivo? El Mosquito cayó en una sonrisa.

Pero Boca juega la final y el asado es una buena excusa. Esa noche atentaba contra nosotros. Llegamos con Enrique a casa, ya de noche y un corte de luz, casi nos obliga a volver a su departamento asesino. Por suerte volvió la luz y nos dispusimos frente a Boca y, no nos fallaron ni Boca ni el asado.

Inevitablemente, superada ya la excusa, vienen los raccontos necrológicos.

-Ya sabés de Juan, que el Loco, que Horacio, Mecha, Esteban, Jorg…

Necrológicamente nos sumergimos en el tema, apretándonos fuertemente las manos. Los asesinatos de presos (durante los traslados) eran moneda corriente. Se leía en los periódicos que Mengano había pretendido huir. El cómo se desprendía de nuestra angustia, si sabíamos que estaba esposado, desarmado, sin esperanzas y que a pesar de todos se había entregado creyendo en la justicia.

El proceso de Reorganización organizaba la infamia. La noche cubría cualquier posibilidad de luz que quisiera filtrar por la ventana. Con la noche crecían los ruidos de cadenas, extendiéndose en el grito de un vientre roto a patadas o en el de algún testículo amorotonado a 220 voltios.

-Por eso te tenés que ir. ¿A quién le importa si sos culpable o inocente? ¿Quién te va a juzgar? ¿Una picana? Con el torturador no se razona y, además, el país es un gran campo de concentración.

-¿No te das cuenta que el terror impune nos invade?

Era difícil darse cuenta, mientras el áspero silencio nos aturdía. Sonó el teléfono. A pesar de ser temprano, nos despertó a casi todos. Por suerte las nenas dormían.

La voz quebrada de la Gorda sonó como un latigazo. Tuve que hacérselo repetir otra vez, porque no quería oírlo.

-Se lo llevaron a Cacho del banco. Fue anoche, mientras trabajaba, a la madrugada. Les aviso para que se cuiden. Suerte.

Colgó, era preciso proteger a nuestros sueños y había tiempo. Sólo un bolso y la calle. A las dos nos veríamos para saber que estábamos bien y darnos las manos. Enrique, con la calle, fue en busca de su bolso y no debió hacerlo.

Las ratas habían roído su cerradura durante la noche. Al entrar al edificio, lo atraparon.

-El oficial Benítez es el que está a cargo del procedimiento, señora; no tema que a su hijo no le va a pasar nada.

Tita, la mamá de Enrique, había sido detenida horas antes de que él llegara al departamento. Toda la noche habían masticado sus entrañas. Tita fue por la mañana para cuidar la beba y se encontró con ellos. La interrogaron por horas acerca del paradero de su hijo, pero lo ignoraba. Ahora lo tenían, a Enrique y a su bolso.

-Vos sos un boludo, pibe -dijo uno-. Para qué guardás estos viejos documentos, si ya no sirven. Nosotros sabemos que no estás en nada, pero igual vas a tener que acompañarnos. Es sólo rutina.

-Si querés, despedite de tu vieja en la cocina… -agregó el oficial.

Se negó. Sabía que era condenarla a una segura tortura posterior. Quizás, por eso mismo, no quiso llevarse la foto de su hija que le ofrecían. Tenía la certeza de que no iba a ser el primero al que torturaran con ella. Por eso prefirió dejarla en la biblioteca, agregando: Vamos.

-Señora. Mañana vaya a buscarlo al Regimiento 1ª de Palermo, que allí el oficial de guardia le va a informar dónde va a estar el pibe.

Enrique jamás pudo abrir esa ventana, como había convenido con la Negra, para avisarle que todo estaba bien.

La ventana y los sueños quedaron cerrados frente a la noche que aún nos habita…

*** Daniel Omar Granda ***

A Enrique Maratea (Quito).
Detenido / desaparecido desde el 29/04/1977 y en él, 
a todos los compañeros detenidos / desaparecidos 
durante la feroz dictadura militar de los años 70’
en la República Argentina.

Continuará…
El próximo Lunes 11 de Enero, un nuevo relato.

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