Diferente de otros domingos porque habíamos decidido salir a remar por el río Uruguay. Con Julián, desde temprano, tomamos unos mates y nos preparamos el bolso con todas las cosas indispensables para divertirnos a lo grande con este deporte del que sinceramente, yo no tenía la menor idea. Sobre las 08:30 Agustín nos pasó a buscar para ir al Club Regatas de Concepción del Uruguay. Cuando llegamos, Alberto ya nos estaba esperando. Ellos, que eran socios, hicieron los trámites para sacar las canoas y las aprontaron para echarlas a flotar. Ya en el embarcadero, lo pensé más de una vez, pero estaba decidido a probar y entonces lo hice.
Realmente sensacional, jamás pensé que el canotaje resultara tan divertido. Al principio me costó coordinar los movimientos con Julián, pero de a poco fui regulando mis esfuerzos para no entorpecer las maniobras de mi ocasional compañero. Al rato de navegar, los remos se hundían (más o menos) al unísono, y entonces la canoa se deslizaba suavemente sobre el Uruguay. El paisaje era un espectáculo en sí mismo. Jamás había visto tal variedad de pájaros y menos se me hubiese ocurrido, que los verdes del slogan periodístico, fuesen absolutamente ciertos. Debo aclarar aquí que al río Uruguay le dicen popularmente “El río de los pájaros” y además, a la provincia de Entre Ríos se la destaca con el slogan publicitario de “Todos los verdes”. Realmente disfruté de un paisaje sobrecogedor. Ese contacto con la naturaleza me fortificaba el espíritu y me hacía olvidar del cansancio natural de quién no está habituado a realizar ejercicios físicos permanentemente.
No sé, a ciencia cierta, cuanto tiempo remamos. Tampoco sé, cómo se llamaban esas playas de arenas blancas que teníamos sobre el costado (a babor, supongo), lo cierto es que al tiempo de navegar apaciblemente, alcanzamos a la otra canoa con Agustín y Alberto y convinimos a los gritos, dar la vuelta y emprender el viaje de regreso. Cuando desembarcamos, las piernas no me respondían. Los muchachos me dijeron que era absolutamente normal, por ser la primera vez que remaba y me aconsejaron, que para elongar los músculos, lo mejor era jugarnos un partidito al paddle. Desde chico fui habilidoso con las manos, así que en este deporte no hice tan mal papel. Además, estaba habituado a jugar pelota paleta, y nada menos que con la pelota rápida (la negra, de caucho macizo). Después de un reparador descanso, unos largos en la pileta nos permitieron refrescarnos y realmente elongar los músculos de verdad. Supe por los muchachos, que el Club Regatas funciona en Concepción desde hace más de sesenta años y que dispone de excelentes instalaciones para practicar todo tipo de deportes: natación, remo, padle, tenis, rugby, futbol, gimnasio con aparatos y todo lo que se les ocurra. Una buena ducha, y a practicar otro deporte que me encanta: el masticatorio. Después de cansar el cuerpo, estaba realmente hambriento. Así que decidimos encontrarnos en el buffette del club, para poner en práctica mis conocimientos gastronómicos. Cuando llegué al buffette, Alberto y Julián ya estaban masticando. Al rato llegó Agustín. Nos atendió Miguel, el dueño y nos contó que la cocina estaba comandada por su propia esposa: Irma, reina y señora del lugar. Por lo tanto, nos aconsejó pensar en las pastas que son absolutamente caseras, afirmando que nos decía caseras pero, con toda la significación que tiene hacer las pastas del domingo en nuestra propia casa.
Nos trajo un buen vinito tinto, que no conocía y que nos recomendó Miguel, un borgoña que realmente nos pareció estupendo. Inevitablemente, me tuve que hacer cargo de las bromas “por mi habilidad con el remo”. Hice de tripas corazón y los dejé que disfrutaran. De paso, me reí a lo grande con los relatos mímicos de Julián. Y entonces llegó el momento de la verdad. Después de un rato, hizo su aparición Miguel con sendos platazos de Canelones a la Rossini que Irma prepara con los panqueques, verdura fresca y con las dos salsas. De postre, una nueva botella de borgoña y helados para todos. Realmente de primera.
Felicité sinceramente a Irma por su mano en la cocina y sin hacer demasiado barullo (para no despertar a los pájaros), me pedí un taxi y me hundí en una reparadora siesta entrerriana.
*** Daniel Omar Granda ***