El jueves fue un día festivo y de recuerdos; de la amistad compartida por mucho tiempo. Rosana, mi comadre, cumplió treintitantos y como buena Fabrizio, no podía estar ausente el “calzone italiano”, “la sfogliata” y  “los sfogliatine” de la bella Italia.

Con Néstor pretendimos darle una sorpresa y desde temprano, empezamos con los preparativos para el aperitivo. Al mediodía arrancamos con los encurtidos caseros, elaborados en la Vaquería Martín Fierro, que así se llama un campo que ellos tienen; con una mesa de quesos, chorizo de campo, jamón casero, palitos salados, aceitunas, papitas fritas y un buen par de vinos Chianti para celebrar en familia, como merecía la ocasión.

Con el vino llegaron las anécdotas de nuestros viajes de estudiantes por el viejo mundo y salpicados con antiguos recuerdos. En verdad la “picada” fue un verdadero tour-europeo en nuestra memoria: Las aceitunas comidas con las mismas ganas que en la casa de Miracolina, la tía de Casalbordino, entre los olivares de los Abruzos itálicos. Los quesos nos obligaron a discernir si los habíamos probado en Interlaken o Oberdiesbach, en Suiza. El paté untado y el queso crema, como el de la noche obligada en el Campanile, cuando perdimos el avión por ir al aeropuerto de Orly en vez de ir al De Gaulle parisino. El jamón, casi espiritual, hecho en la dorada Salamanca y degustado en la Gran Vía madrileña, hojeando los folletos cubistas del Museo Reina Sofía. Los pepinillos en vinagre más pequeños pero, tan potentes como los de la “cena” improvisada del día en que, casi sin dinero, nos tomó la noche entre las columnas gaudianas del Park Güell en Barcelona y tuvimos que caminar hasta el albergue Mare de Déu, donde nos hospedábamos. Los saladitos, como en la merienda improvisada, sentados en la Piazza Ducale, aquella giornata que nos dedicamos a descubrir el mosaiquismo bizantino de la Chiesa di San Marco, en Venezia.

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Y por la noche la sorpresa central para Rosana. Con un grupo grande de amigos fuimos a festejar al Pizza House, para matarnos comiendo pastas y pizzas caseras en todas sus variedades preparadas al ritmo del saxofón por Jorge Satto, su dueño. Realmente el local se presta para este tipo de reuniones o para cualquier clase de acontecimientos para celebrar a lo grande.

Es un lugar cálido, una verdadera casa antigua e inteligentemente decorada con poca plata y muy buen gusto. Uno puede encontrar rincones y estar apartado, o un lugar enorme y solidario donde compartir la amistad. Lástima que a Rosana se le ocurrió nacer un 29 de agosto y la temperatura no nos favorecía  para disfrutar del hermoso patio donde, en el verano,  le agregan también la buena música de los spirituals, blues y jazz que interpreta el propio Jorge con su saxofón. Otras veces convocan a grupos musicales invitados, que hacen todo tipo de música popular. Así mismo, más de una vez se presenta alguna que otra propuesta teatral o del Stand Up, tan de moda en estos tiempos.

Realmente el local es como lo describen: Íntimo, familiar, ameno y con muchísima buena onda. Ideal para un festejo de amistad. A los postres, el cumpleaños feliz, interpretado a viva voce por el coro polifónico: “Los desarrapados de siempre” ycon  el acompañamiento efectivo del saxofón de Jorge Satto y el aullido desconsolado de algún que otro perro vagabundo.

Una hermosa noche y un merecido festejo para una silenciosa pero siempre: bella amiga.

*** Daniel Omar Granda ***

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