Y quiero dejar constancia que no hablo de encantamientos superfluos ni de simple hechicería. Sólo hablo de la magia que habita esas paredes. Del misterio develado que se encierra tras su puerta cancel.

Una noche cualquiera, una de tantas, caminaba lentamente por las calles de la ciudad de Concepción del Uruguay hasta que mis huesos, distraídos, se toparon de repente con uno de esos misterios que encierra la noche. Una casona vieja y hechizada, parecía llamarme desde el interior. Me detuve un instante, observé su fachada y busqué aclarar algunas ideas. La enorme puerta de madera se hallaba entreabierta y entré. Desde el patio, una suave música de saxo melancólico, parecía flotar en la noche uruguayense. Era una bar y en su barra iluminada por cálidas luces, una hermosa morena de increíbles ojos negros,  releía una y mil veces el mínimo poema de Ernesto Cardenal:

Al perderte yo a ti, tú y yo hemos perdido:
yo porque tú eras lo que yo más amaba
y tú porque yo era el que te amaba más.
Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo
porque yo podré amar a otras como te amaba a ti
pero a ti no te amarán como te amaba yo.

Fuente de la imagen

Respeté su silencio y me acomodé en la mesa que se hallaba en el otro extremo de la barra. Cada una de las habitaciones de la casona, parecían querer hablarme y contarme cosas que yo desconocía. Una agradable penumbra contagiaba de misterio cada ambiente. Era un hermoso lugar y tranquilo. Me distraje leyendo la carta de las pizzas que ofrecían, mientras una inquietante sensación me invadía lentamente. Pedí unas empanadas y una cerveza;  traté de comprender. Esas paredes me hablaban de los otros que ya no estaban o quizás,  de las cosas que habían sucedido entre esos muros.

Recorrí con la mirada la casona. Tres habitaciones interconectadas por arcadas, daban la sensación de un lugar amplio y familiar. En cada una de ellas, un conjunto de mesas y colores,  permitían a  ocasionales comensales disfrutar de un lugar de encuentro y a la vez, de cierta intimidad para las parejas que adornaban la casona. Realmente era perfecta y habían aprovechado muy  bien el espacio. Disfruté de unas buenas empanadas riojanas y otras de humita, para suavizar el picante; una cerveza bien helada era la perfecta compañera.

Misterio y embrujo eran dos razones fuertemente atrayentes para que empezara a indagar. Charlando con Jorge, supe que en el lugar antiguamente, habrían funcionado un Juzgado Correccional  y más tarde un jardín de infantes. Qué extraña paradoja que encerraba aquella casa. Era la amalgama perfecta de la historia. De la culpa a la inocencia y de allí, en un audaz salto del tiempo,  a la síntesis que proponía, la música y  un lugar del encuentro con el otro. Quizás eran esos los murmullos, inaudibles por el tiempo transcurrido, que yo lograba percibir. Probablemente se confundían en el tiempo. Se entreveraban.  Deambulaban mezclados,  por los muros de la casa.

Tal vez,  habrían quedado atrapados en las paredes. O tal vez, siempre estuvieron allí, esperándome. La culpa y la inocencia. La inocencia y la culpa.  Quizás ambas pujaban por salir a la superficie, vestidas con las ropas de otra realidad distinta. Más humana e imperfecta. Me levanté atraído por la puerta que daba sobre los fondos. Pedí permiso y me dejaron ver el enorme patio. Cuando abrieron esa puerta, el sonido a negritud de un saxo bien soplado,  resonó en un Spiritual. Jorge me explicó que, en temporada, presentan allí  a grupos musicales y a veces, algún que otro espectáculo teatral. Todos esos sonidos se mezclaron. Se mezcló la risa y el canto dolorido de los esclavos del Mississippi. Se mezcló lo absurdo de Ionesco con el canto dulce de una chamarra entrerriana. Un títere me explicó, que las cosas se suceden, pero no pasan. Que todos estaban allí, esperando que se encendieran las luces y la risa de las gentes. Que alegría y dolor, son la dos caras de una misma moneda. Que a veces, jugaban a la ronda con los chicos del jardín y que otras, presentían la condena de un reo que iría a la cárcel. Luz y sombra inseparables, necesarias. Intentando aceptar el concepto del tiempo. Inventando el espacio, desandando los vientos. Noche y día, secuencia interminable de la vida.  Pero… ¿Qué es la vida? Me pregunté.

Cerré la puerta con cuidado para no molestar a los duendes, saludé a Jorge y me fui. Y por eso hoy afirmo y quiero dejar constancia,  que no hablo de encantamientos superfluos ni de simple hechicería. Sólo hablo de la magia y del misterio que se encierran en esa casa.

*** Daniel Omar Granda ***

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