En este ritual de soledades, mis manos,
conjuran en el aire
el silencioso recuerdo de tu cuerpo ausente.

Cierro los ojos
y con las yemas, apenas,
modelo tu geografía en mi memoria.

Como un viejo cóndor, sobrevuelo
el territorio en círculos perfectos,
te espío hasta el cansancio y devoro
en mi mirada, desde tus pies desnudos
hasta la alondra de tus ojos.

En vuelo rasante paso cerca de tu nuca
y mis alas, torpemente,
se anudan en la tibieza de tus hombros.

Atalayas altivas, desde donde observo,
la terrible suavidad y el candor
de la sabana de tu espalda.

Fuente de imagen


Entonces me convierto en un lobo estepario,
entrecierro los ojos y salto y avanzo agazapado
por las colinas de tus pechos.

Decido, al fin, poseerte
y me relamo y sofocado me detengo:
es todo un desafío, de audacias y corajes,
alcanzar ileso el llano de tu vientre.

Cobro altura y en un salto
me hago viento y penetro y me pierdo sin remedio,
en la hondura de tu sexo.

En sacro silencio me recojo y exploro el milagro
de tus húmedas cavernas,
navego tu lava mitológica en la barca del averno,
y te existo con furiosa rabia hasta el naufragio final,
donde me aventuro, otra vez,
por las columnas níveas de tus piernas,
y despliego mis brazos emplumados
y te sobrevuelo en círculos perfectos
y te espío hasta el cansancio
y te devoro en mi mirada
y todo recomienza.

*** Daniel Omar Granda ***

2 comentario sobre «METAMORFOSIS (204)»

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