Siglo XX :  “Cambalache…”
La Literatura Argentina de fin de siglo y el modernismo:

La organización nacional que empieza con la Constitución de 1853 y culmina en 1880 con la federalización de la ciudad de Buenos Aires, trae un largo periodo de modernización, desarrollo, poblamiento y riqueza. Los escritores de la llamada generación del 80 practican una literatura cosmopolita, de crónica elegante y amable, a medias entre la historia y la narrativa, inclinándose por la prosa: Lucio Vicente López, Miguel Cané, Eduardo Wilde, Lucio Víctor Mansilla. Es muy importante la tarea de orientación intelectual que cumple el francés Paul Groussac. En la novela, Eugenio Cambaceres introduce el naturalismo, inspirado en las ideas de Émile Zola y en la filosofía del positivismo y de la teoría de la evolución. La narrativa realista se afianza en la obra de Carlos María Ocantos, Antonio Argerich, Francisco Sicardi, Julián Martel y, más tarde, con Roberto Payró, Benito Lynch y Manuel Gálvez.

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En la década de 1890 se instala en Buenos Aires Rubén Darío, fundador del modernismo, el cual halla en la Argentina a su principal seguidor, Leopoldo Lugones. En torno a ellos se reúnen modernistas de diverso origen, como Ricardo Jaimes Freire, Eugenio Díaz Romero, Leopoldo Díaz y Luis Berisso. La prosa modernista se manifiesta en las novelas de Enrique Larreta, Angel de Estrada y los comienzos del uruguayo Horacio Quiroga, afincado en Argentina, en caso similar al de su paisano Florencio Sánchez, primer nombre relevante del teatro nacional.

Las ideas filosóficas van dejando atrás al positivismo y asumiendo el espiritualismo, el idealismo y el vitalismo en los trabajos y enseñanzas de Alejandro Korn y Coriolano Alberini.

Tras la eclosión modernista, la poesía se desprende de su gusto por lo decorativo y fastuoso y recupera un cierto romanticismo intimista en autores como Enrique Banchs, Arturo Capdevila, Rafael Alberto Arrieta, Baldomero Fernández Moreno y Pedro Miguel Obligado, contemporános de la peculiar figura de Alfonsina Storni.

Las vanguardias:

La obra de cierto Lugones y el curioso ejemplo de Macedonio Fernández introducen el mundo de las vanguardias, que inciden sobre todo en la poesía por la influencia del creacionismo y del ultraísmo de Vicente Huidobro, Ricardo Güiraldes y Oliverio Girondo. La variante argentina de la vanguardia es el llamado martinfierrismo, por la revista emblemática del movimiento, Martín Fierr (véase José Hernández, Revistas literarias). Entre los renovadores figuran Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal, Horacio Rega Molina, Francisco Luis Bernárdez, Evar Méndez, Eduardo González Lanuza, Conrado Nalé Roxlo, Ricardo Molinari y Carlos Mastronardi. En lugares de especial individualidad, Jacobo Fijman y Juan L. Ortiz. En el plano de la poesía social, Nicolás Olivari y Raúl González Tuñón.

La narrativa sigue con variantes muy pronunciadas del realismo, en las obras del mencionado Güiraldes, Roberto Arlt, Julio Fíngerit, Roberto Mariani, Elías Castelnuovo, Leónidas Barletta y Carlos Alberto Leumann. En cambio, toma otros rumbos en los libros de Borges, Eduardo Mallea, Manuel Mujica Láinez, Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar, Ernesto Sábato y José Bianco.

El teatro alcanza sus mejores logros con Samuel Eichelbaum y sus perfiles más característicos en los sainetes y grotescos de Armando Discépolo, Carlos Mauricio Pacheco y Francisco Defilippis Novoa.

Al terminar la experiencia de las vanguardias, en 1931, se funda la revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo, que reúne a buena parte de los vanguardistas en una nueva etapa de su evolución hacia un neoclasicismo actualizado.

Las últimas décadas:

Tras la década de 1920, no se registran movimientos orgánicos de renovación, aunque hay una multitud de tendencias que eclosionan en diversos campos, recogiendo las huellas del historicismo (en los ensayos de Ezequiel Martínez Estrada, Raúl Scalabrini Ortiz, Carlos Astrada y el citado Mallea) del existencialismo (en los escritores del grupo Contorno: el novelista David Viñas y el ensayista Juan José Sebreli, ambos influidos también por sugestiones del marxismo), en las reiteraciones de la observación realista de muy variable matiz (Bernardo Kordon, Abelardo Arias, Alberto Rodríguez, Bernardo Verbitzky, Andrés Rivera, Antonio di Benedetto, Beatriz Guido, Silvina Bullrrich, Juan José Manauta, que aparecen en las décadas de 1940 y 1950), del surrealismo (en las obras de poetas como Enrique Molina, Olga Orozco, Francisco Madariaga y Carlos Latorre).

Una poesía de tipo intelectual y reflexivo se da en Alberto Girri, Alejandra Pizarnik y Roberto Juarroz. Optan por la expresión más coloquial y vallejiana Juan Gelman, Horacio Salas y Juana Bignozzi. Véase César Vallejo.

La narrativa de las últimas décadas carece de encuadramientos rígidos y registra matices diversos, que van desde un realismo costumbrista tradicional hasta el ficcionismo posmoderno, pasando por la novela histórica o de dominante psicoanalítica, la incorporación de los lenguajes de los medios masivos o el pop art. Vayan como ejemplo los nombres de Juan José Hernández, Manuel Puig, Isidoro Blaisten, Daniel Moyano, Héctor Tizón, Abelardo Castillo, Ricardo Piglia, Juan José Saer, Jorge Asís, Héctor Lastra, Rodolfo Rabanal, Amalia Jamilis, Alicia Steinberg, Juan Martini y Liliana Heker.

Algo similar cabe decir del teatro, donde el gusto farsesco tomado del antiguo sainete (Juan Carlos Ghiano, Tulio Carella, Agustín Cuzzani) llega al teatro del absurdo en Griselda Gambaro, en tanto Carlos Gorostiza, Osvaldo Dragún y Roberto Cossa ensayan fórmulas críticas de realismo social.

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El cuento en el ámbito hispanoamericano:

El romanticismo, que da una nueva vida al elemento maravilloso como soporte fundamental del cuento, tiene su principal exponente en España en la figura de Gustavo Adolfo Bécquer. En la primera mitad del siglo XIX el género se desliza hacia el costumbrismo y adquiere plena carta de naturaleza en la literatura de la segunda mitad del siglo. Sobresale en este periodo la figura de Fernán Caballero, seguida de importantes cuentistas como Leopoldo Alas Clarín, Juan Valera y Emilia Pardo Bazán. A finales del XIX el cuento queda plenamente liberado de su significado primigenio y se sitúa en un plano semejante al de la novela, permaneciendo vivo en la obra de una serie de escritores que identifican el relato breve con la obra de sabor popular. Tras la Guerra Civil conoce un nuevo florecimiento con autores como Ignacio Aldecoa, Ana María Matute o Álvaro Cunqueiro.

Aunque el cuento hispanoamericano nació a finales del siglo XIX con Tradiciones peruanas de Ricardo Palma, la atención de la crítica se ha centrado principalmente en la nueva literatura latinoamericana, convertida acaso en el fenómeno literario más destacable y fecundo del siglo XX. El escritor argentino Jorge Luis Borges examina la condición humana de un modo que recuerda en cierto sentido a los mitos de Kafka, y su influencia en la literatura universal es comparable a la del escritor checo. En los geniales cuentos de Borges, lo fantástico aparece siempre vinculado al juego mental, y sus elementos recurrentes son el tiempo, los espejos, los laberintos o los libros imaginarios. Entre sus principales libros de relatos cabe mencionar Historia universal de la infamia (1935), El jardín de los senderos que se bifurcan (1941), Ficciones (1944), El Aleph (1949) o El libro de arena (1975). El argentino Julio Cortázar, influido directamente por Poe y muy cercano al surrealismo francés, plantea en sus cuentos la existencia de dos espacios paralelos: el real y el sobrenatural. Sus principales libros de relatos son Bestiario (1951), Historias de cronopios y de famas (1962) y Octaedro (1974). Otras figuras importantes en el panorama iberoamericano son las de la brasileña Clarice Lispector y el colombiano Gabriel García Márquez. En la obra de este último lo inverosímil y mágico no es menos real que lo cotidiano y lógico. Esta nueva concepción de lo literario se ha dado en llamar realismo mágico.

Vida y obra de algunos autores argentinos:

Borges, Jorge Luis (1899-1986), escritor argentino cuyos desafiantes poemas y cuentos vanguardistas le consagraron como una de las figuras prominentes de las literaturas latinoamericana y universal.

Vida: Nacido el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires, e hijo de un profesor, estudió en Ginebra y vivió durante una breve temporada en España relacionándose con los escritores ultraístas. En 1921 regresó a Argentina, donde participó en la fundación de varias publicaciones literarias y filosóficas como Prisma (1921-1922), Proa (1922-1926) y Martín Fierro en la que publicó esporádicamente; escribió poesía lírica centrada en temas históricos de su país, que quedó recopilada en volúmenes como Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929). De esta época datan sus relaciones con Ricardo Güiraldes, Macedonio Fernández, Alfonso Reyes y Oliveiro Girondo.

En la década de 1930, a causa de una herida en la cabeza, comenzó a perder la visión hasta quedar completamente ciego. A pesar de ello, trabajó en la Biblioteca Nacional (1938-1947) y, más tarde, llegó a convertirse en su director (1955-1973). Conoció a Adolfo Bioy Casares y publicó con él Antología de la literatura fantástica (1940). A partir de 1955 fue profesor de Literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires. Durante esos años, fue abandonando la poesía en favor de los relatos breves por los que ha pasado a la historia. Aunque es más conocido por sus cuentos, se inició en la escritura con ensayos filosóficos y literarios, algunos de los cuales se encuentran reunidos en Inquisiciones. La historia universal de la infamia (1935) es una colección de cuentos basados en criminales reales. En 1955 fue nombrado académico de su país y en 1960 su obra era valorada universalmente como una de las más originales de América Latina. A partir de entonces se suceden los premios y las consideraciones. En 1961 comparte el Premio Fomentor con Samuel Beckett, y en 1980 el Cervantes con Gerardo Diego. Murió en Ginebra, el 14 de junio de 1986.

Sus posturas políticas evolucionaron desde el izquierdismo juvenil al nacionalismo y después a un liberalismo escéptico desde el que se opuso al fascismo y al peronismo. Fue censurado por permanecer en Argentina durante las dictaduras militares de la década de 1970, aunque jamás apoyó a la Junta militar. Con la restauración democrática en 1983 se volvió más escéptico.

Obra: A lo largo de toda su producción, Borges creó un mundo fantástico, metafísico y totalmente subjetivo. Su obra, exigente con el lector y de no fácil comprensión, debido a la simbología personal del autor, ha despertado la admiración de numerosos escritores y críticos literarios de todo el mundo. Describiendo su producción literaria, el propio autor escribió: “No soy ni un pensador ni un moralista, sino sencillamente un hombre de letras que refleja en sus escritos su propia confusión y el respetado sistema de confusiones que llamamos filosofía, en forma de literatura”. Ficciones (1944) está considerado como un hito en el relato corto y un ejemplo perfecto de la obra borgiana. Los cuentos son en realidad una suerte de ensayo literario con un solo tema en el que el autor fantasea desde la subjetividad sobre temas, autores u obras; se trata pues de una ficción presentada con la forma del cuento en el que las palabras son importantísimas por la falsificación (ficción) con que Borges trata los hechos reales. Cada uno de los cuentos de Ficciones está considerado por la crítica como una joya, una diminuta obra maestra. Además, sucede que el libro presenta una estructura lineal que hace pensar al lector que el conjunto de los cuentos conducirán a un final con sentido, cuando en realidad llevan a la nada absoluta. Otros libros importantes del mismo género son El Aleph (1949) y El hacedor (1960).

Girondo, Oliverio (1891-1967), escritor argentino, que destacó especialmente en la poesía. De familia acomodada, viajó a Europa en su primera juventud, tomando contacto con las vanguardias. Participó en la implantación de las mismas en Argentina, intentando el teatro y el periodismo, pero afincándose en la poesía. Contribuyó a la trayectoria de revistas que difundieron el ultraísmo, como Proa, Prisma y Martín Fierro. En ellas se dieron a conocer algunos de los principales escritores de su tiempo: Borges, Marechal, Güiraldes. Su primer libro perfilado es Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922), donde recoge la poética de la gran ciudad moderna, propuesta por el poeta francés Guillaume Apollinaire y el futurismo. El uso de palabras propias (neologismos) alternado con el verso libre y algunas formas clásicas, marca la diversidad de su obra en títulos como Calcomanías (1925), Espantapájaros (1932), Interlunio (1937), Persuasión de los días (1942), Campo nuestro (1946) y En la masmédula (1956).

Arlt, Roberto (1900-1942), novelista y dramaturgo argentino, que abrió el camino a una nueva narrativa de tema urbano.

Vida: Nació en Buenos Aires el 2 de abril de 1900, hijo de padre alemán y madre italiana. Abandonó la escuela primaria antes de aprobar el tercer curso, aunque a los ocho años ya escribió sus primeros relatos. Pronto fue un fiel frecuentador de la biblioteca del barrio donde leía libros de tendencia anarquista y luego a los escritores rusos Gorki, Tolstoi y Dostoievski. Entró en la Escuela Mecánica de la Armada de donde le expulsaron en 1910, lo que provocó conflictos con su padre. En 1924 comienza a relacionarse con los escritores de Florida y Boedo a cuyas diferencias poéticas y políticas asiste pero sin adherirse a ninguna en particular. Entró como secretario de Ricardo Güiraldes en 1924 y empezó a publicar en la revista Proa que Güiraldes dirigía; también escribió crónicas policiales en el diario Crítica, y desde entonces se dedicó al periodismo. En 1930 obtuvo el tercer premio del Concurso Literario Municipal con su novela Los siete locos (1932) que es un examen desesperado sobre la desorientación que provocó la I Guerra Mundial. Viaja a España y a su regreso a Argentina se encuentra con Juan Carlos Onetti con el que mantuvo una buena amistad. Murió el 26 de julio de 1942 víctima de un ataque cardiaco. Roberto Arlt llevó una vida llena de privaciones y de todo de tipo de problemas y Onetti ha dicho de él: “Es el último tipo que escribió novela contemporánea en el Río de la Plata”.

Obra: Su primer libro, El juguete rabioso (1926), es una de las mejores novelas argentinas. Llena de rasgos autobiográficos y picarescos, expresa angustia y violencia con un soporte lingüístico áspero, vivísimo, al narrar la iniciación de un adolescente al mundo del hampa. En Los siete locos (1929) y Los lanzallamas (1931), donde se aprecia la influencia de Fiódor Dostoievski, uno de sus escritores preferidos, vuelve a aparecer retratado de modo muy realista el mundo de los bajos fondos de Buenos Aires, con sus tangos, delincuentes, prostitutas y rufianes. Arlt también escribió relatos, crónicas y obras de teatro renovadoras como La isla desierta (1937), un amargo retrato sobre la burocracia.

Quiroga, Horacio (1878-1937), escritor uruguayo, nacido en Salto y muerto por suicidio en Buenos Aires. Deportista y aficionado a las ciencias, funda la tertulia de “Los tres mosqueteros” y se inicia en las letras bajo el patrocinio de Leopoldo Lugones. Viaja a París en 1900 y hace una breve experiencia de la bohemia pobre. La mayor parte de su carrera transcurre en Argentina, donde llega a ser muy leído por sus cuentos publicados en revistas y recogidos en libro. Ejerce empleos consulares y la crítica de cine, y pasa largas temporadas en el medio rural de Misiones, en la frontera argentino-paraguayo-brasileña, ambiente del que tomará temas para sus narraciones.

Su carrera se abre en la poesía, dentro del ámbito del modernismo, con Los arrecifes de coral (1901), obra sin mayor consecuencia. Una vida dramática, siempre cercana a la estrechez económica, matrimonios conflictivos, experiencias con el hachís y el cloroformo y el constante cerco del suicidio, alimentan su tarea cuentista, una de las más importantes de América. No le son ajenas las influencias de Rudyard Kipling, Joseph Conrad y, sobre todo, el magisterio de Edgar Allan Poe, por las atmósfera de alucinación, crimen, locura y estados delirantes que pueblan sus narraciones.

A veces se remonta a escenas conjeturales de la vida prehistórica o mezcla, con extraña astucia, personajes humanos y animales que hablan, como en las fábulas clásicas, pero estableciendo una sutil frontera entre la vida natural y la civilización. Sus figuras de pioneros, de europeos abandonados en los confines de la selva, de cansados de la vida y de empresarios alocados, crean un mundo de intransferible personalidad, que no daña el habitual descuido de su redacción.

Obras: El crimen de otro (1904), Historia de amor turbio (1908), Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), Cuentos de la selva (1918), El salvaje (1920), Las sacrificadas (1929), Anaconda (1921), El desierto (1924), Los desterrados (1926), Pasado amor (1929), Suelo natal (libro de lectura para niños, en colaboración con Leonard Glusberg) y Más allá (1935).

Conti, Haroldo (1925-1976), escritor argentino que nació en Chacabuco (provincia de Buenos Aires). Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y fue profesor en centros de enseñanza secundaria de la Capital Federal.

Fue un narrador con un optimismo extraño que, finalmente, resulta patético. La literatura fue para él como un deseo de hallar señales inequívocas de que alguien ha existido y ha dejado su marca sobre las cosas y los seres que lo rodean. Por eso se sirvió del realismo, aunque le incorporó procedimientos propios del lenguaje cinematográfico.

Entre sus obras más destacadas se pueden citar: La causa (1963), Sudeste (1962), Todos los veranos (1964), Perfumada noche y Balada del álamo carolina, ambas de 1976.

Por su obra Mascaró, el cazador americano (1975) obtuvo el primer premio de la Casa de las Américas de Cuba.

Cortázar, Julio (1914-1984), escritor argentino. Nació en Bruselas pero sus padres se trasladaron pronto a Buenos Aires. Estudió en la Escuela Normal de Profesores y fue profesor de Lengua y Literatura francesa en varios institutos de la provincia de Buenos Aires, y más tarde en la Universidad de Cuyo. En 1951 consiguió una beca para realizar estudios en París y ya en esta ciudad pasó a ser traductor de la UNESCO, trabajo que desempeñó hasta su jubilación. Un rasgo importante de su vida es que a raíz de un viaje que realizó a Cuba invitado por Fidel Castro se convirtió en gran defensor y divulgador de la causa revolucionaria cubana, como años más tarde haría con la Nicaragua sandinista. Murió en París en 1984.

Gran parte de su obra constituye un retrato, en clave surrealista, del mundo exterior, al que considera como un laberinto fantasmal del que el ser humano ha de intentar escapar. Una de sus primeras obras, Los reyes (1949), es un poema en prosa centrado en la leyenda del Minotauro. El tema del laberinto reaparece en Los premios (1960), una novela que gira alrededor del crucero que gana un grupo de jugadores en un sorteo, y que se va convirtiendo a lo largo del relato en una auténtica pesadilla. Rayuela (1963), la obra que despertó la curiosidad por su autor en todo el mundo, implica al lector en un juego creativo en el que él mismo puede elegir el orden en que leerá los capítulos, ordenados de un modo poco convencional. En Rayuela, Cortázar se enfrenta al problema de expresar en forma novelada los grandes interrogantes que los filósofos se plantean en términos metafísicos. Se trata de representar el absurdo, el caos y el problema existencial mediante una técnica nueva. El autor pretende echar abajo las formas usuales de la novela para crear ex profeso una antinovela, sin trama, sin intriga, sin descripciones ni casi cronología. Él mismo dice que quiere superar el falso dualismo entre razón e intuición, materia y espíritu, acción y contemplación para alcanzar la visión de una nueva realidad, más mágica y más humana. Entre sus restantes obras se encuentran numerosos relatos breves cuya atmósfera fantástica retoma la de los relatos de su compatriota Jorge Luis Borges. Como Las armas secretas (1969), uno de cuyos relatos, ‘El perseguidor’, se ha convertido en un referente obligado de la obra de Cortázar. A diferencia de las restantes novelas de su autor, El libro de Manuel (1973) gira en torno a temas políticos y humanistas.

Marechal, Leopoldo (1900-1970), escritor argentino. Fue maestro de primeras letras y director de Bellas Artes. Hizo un par de viajes a Europa, antes y después de la II Guerra Mundial, colaboró en las revistas literarias de las vanguardias de los años veinte, manifestando siempre su fe católica y simpatizando con el movimiento fundado por Juan Domingo Perón.

Su poesía se inicia en el ultraísmo, cultivando el verso libre en poemarios como Los aguiluchos (1922) y Días como flechas (1926). Luego evolucionó hacia una forma de clasicismo, volviendo a los modelos del siglo de Oro español: Odas para el hombre y la mujer (1929), Cinco poemas australes (1937) y, sobre todo, en Laberinto de amor (1936), El centauro (1940), Sonetos a Sophia (1940) y Heptámeron (1966). Véase Soneto y Romance.

Marechal ha explicado sus convicciones estéticas y políticas, que provienen del escolasticismo, en Descenso y ascenso del alma por la belleza (1939) y en Autopsia de Creso (1965). También ha dejado obras de teatro donde trata mitos clásicos en clave moderna: Antígona Vélez (1951) y Las tres caras de Venus (1966).

Su obra más singular es una extensa novela, Adán Buenosayres (1948), que ocurre en tres días en una Buenos Aires cotidiana que se convierte en un infierno, donde se encuentran huellas de Dante Alighieri y James Joyce. El uso combinado del habla callejera, las figuras clásicas y la poética de vanguardia le dan un perfil muy acusado y particular. Otras novelas suyas como El banquete de Severo Arcángelo (1965) y Megafón o la guerra (1970) también se insertan en su “mitología bonaerense”, según palabras de Julio Cortázar.

Mastronardi, Carlos (1901-1978), escritor argentino que nació en Gualeguaychú (Entre Ríos), inició sus estudios de Derecho en Buenos Aires, pero abandonó dicha carrera para dedicarse al periodismo.

Se plegó al grupo Martín Fierro (véase Literatura argentina) y allí se relacionó con Güiraldes y otros autores de la época.

Cuando su padre se desempeñó como cónsul italiano en Entre Ríos, el escritor viajó por su provincia y tomó contacto con los más diversos estilos de vida —tanto urbana como rural— y esa experiencia la utilizó para el desarrollo de su poesía.

Entre sus obras merecen citarse: Tierra amanecida (1926) y Tratado de la pena (1930).

En 1937, publicó Conocimiento de la noche —poemario que incluye a Luz de provincia— y obtuvo el Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires.

También escribió ensayos: Valery o la infinitud del método (1955) y Formas de la realidad nacional (1961).

FUENTE


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