-¿Dónde están los negrus, sañur? -dijo el turco Jalif en la mesa del café.

-¿Cómo qué adonde están los negros? -replicó Minguito ante la pregunta del otro.

-¿Si sañur, yo bregunta, dónde están los negrus que vendían embanadas y bastelitos en los libros de historia que trae mi hijo del colegio? ¿Se murieron todos, sañur? -insistía el turco implacable en la ronda vespertina de aquel bar.

Los asistentes se miraron. Causaba gracia la forma como lo decía, pero Jalif tenía razón. ¿Dónde estaban los negros? Brasil tiene negros a montones y en la otra banda, la oriental de la República del Uruguay, hay toda una negritud significativa que llegó hasta nuestros días. Influyen en la música folclórica, el candombe, las murgas, las barriadas bullangueras… ¿Y los negros argentinos?, ¿dónde estaban?

-Lo que pasa turco -terció Joaquín- es que en Argentina casi no hubo esclavitud. La Asamblea del año trece la abolió definitivamente…

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-¡Con más razón, sañur!,  -insistía Jalif-  ¡Si no hubo esclavos, tendría que haber muchos más negrus! ¡Yo creo que los mataron, sañur!  -afirmó temerario.

-¿Cómo que los matamos, vos estás loco? ¿Qué creés, que estamos en Turquía! -estalló peligrosamente el Cholo, haciéndole frente.

Rápidamente se metió en medio el gallego Jesús, dueño del bar, antes que empezaran las piñas y le rompieran todo el boliche.

-¡Basta, señores, que esto es un establecimiento de en serio, como lo manda la ley!  -argumentó el mozo para serenar los ánimos.

-¡Qué serio ni que ocho cuartos!  -dijo el Mota-  Lo que pasa turco, es que ustedes se vinieron “para hacer la América” y no respetan nada.  ¡Qué embromar! -concluyó involucrándolo al gallego en la disputa.

-¡Yo no digo nada, sañur, ni tamboco combro cuartos!, -insintía Jalif con la vena en el ojo. -¡Lo que basa, sañur, es que mi hijo me lo breguntó cuando vino de la escuela!…

-¡Pará turco! ¡Pará! No sigas porque se arma la bronca. Está bien, tenés razón en una cosa. No hay negros o hay muy pocos, que es lo mismo. Pero por eso no podés andar por ahí diciendo que los matamos a todos. ¿Qué se yo lo que les pasó a los negros, andá a saber? Capaz que se fueron para Uruguay  -afirmó Mingo tratando de apaciguar los ánimos.

Pero el Turco, duro para entrar en razones y obsesivo por naturaleza, esgrimía una lógica aplastante. Además, la firmeza de sus convicciones no pasaba sólo por obtener una respuesta más o menos coherente; no, pasaba por la angustia de tener que  responder a las preguntas de su hijo. Por sentir la convicción del Corán, cuando afirmaba que en la edad avanzada y en la serenidad del espíritu, reside el conocimiento. Así que, fiel a su raza y a su estirpe, afirmó:

-¡Sañures, ustedes digan lo que digan, bero aquí no hay negrus!… ¿y algo basó?  -concluyó con malicia.

El Mota se levantó violentamente dispuesto a terminar la discusión de un cachetazo. Mingo quiso interponerse pero el Cholo se lo impidió, porque en el fondo, estaba de acuerdo con el Mota. Joaquín intentó un último recurso, antes de que se armara la podrida.

-¡Paren, che! ¡Están todos locos! ¡Aflojá, turco!…, y vos también Mota, ¡Sentate, haceme el favor  -indicó imperativamente.

-Matar, no los matamos, pero…, es cierto que se formó un batallón de negros en la guerra de la triple alianza contra el Paraguay y, por lo que pude saber, eran los primeros que mandaban al frente. ¡Y bueno…, en la guerra ya se sabe! -afirmó Joaquín.

-Además -dijo Mingo- durante las plagas de viruela que azotaron Buenos Aires, los pobres la pasaron mal; ¡Muy mal! ¡Y los negros eran pobres! -sentenció como para completar la explicación que intentara Joaquín.

-¡Bero entonces tengo razón, sañur! ¡A los negrus los mataron!  -volvió a afirmar Jalif…

El ruido que hizo la silla al destrozarse en la espalda del Turco, sorprendió a todos. El Cholo, con un pedazo de respaldo entre sus manos, era la viva imagen de la locura homicida.

-¡Tomá, sañur! -parodió el Cholo-  ¡Y a los turcos también los vamos a matar! –dijo con una furia creciente.

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Jalif se desplomó, como una bolsa de papas, sin conocimiento. Todos corrieron para intentar detener al Mota que quería patear al Turco desparramado en el suelo. Minguito intentaba en vano hacer reaccionar a Jalif, mientras Joaquín corrió al teléfono para llamar a la ambulancia. El Gallego Jesús se agarraba la cabeza y calculaba las pérdidas.

Cuando llegaron los paramédicos, el Cholo seguía aún aferrado a lo que quedaba de la silla.

-¡Pasame el amoníaco! -indicó el médico, después de revisarlo con cuidado.

-¡Ya reacciona…, ya reacciona!  -se alegró Mingo.

-¡Despacito…, despacio, no trate de levantarse! -indicó el médico con profesionalismo y poniendo calma.

-¿Qué basó…, qué basó? -dijo Jalif tocándose el chichón que empezaba a asomar en su cabeza.

-¡Nada, turco!, ¡Yo te lo dije!… – afirmaba Joaquín con una sonrisa que intentaba ser conciliadora.

-¡Cómo nada! -se enojó Jalif-  ¿Yo bregunto qué basó con los negrus, sañur?…

Nota: Este cuento fue editado en el año 2002, en una “Antología de Escritores Entrerrianos”, financiada por la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Concepción del Uruguay, Provincia de Entre Ríos de la República Argentina.

DANIEL OMAR GRANDA

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