Aproximación a la Novela (II Parte)

El siglo XX: Búsqueda y experimentación

En el curso del presente siglo la novela ha sufrido importantes transformaciones temáticas y estilísticas. Los temas psicológicos y filosóficos cultivados por los novelistas de finales del siglo XIX alcanzan la cima de su desarrollo con las tres principales figuras literarias del primer tercio del siglo XX: Marcel Proust, Thomas Mann y James Joyce. En busca del tiempo perdido, uno de los proyectos literarios más ambiciosos de todos los tiempos, supone por parte de Proust un análisis minucioso de la memoria y el amor obsesivo, en un complejo contexto de cambio social. Este grandioso fresco de la sociedad francesa de comienzos de siglo introduce un modo de narrar y escribir profundamente nuevo y provocará una auténtica revolución expresiva en toda la literatura posterior. La obra de Mann, de la que cabe destacar Los Buddenbrook y La montaña mágica, analiza con inigualable lucidez y virtuosismo literario los grandes problemas de nuestro tiempo, fundamentalmente la guerra y la crisis espiritual en Europa. Ulises de Joyce es uno de los libros fundamentales de la literatura moderna y su repercusión ha sido tal que se habla de literatura pre y post-joyciana. Inspirada en la epopeya homérica, la novela narra un sólo día en la vida de Leopold Bloom. La obra de Joyce se propone compendiar todos los aspectos del hombre moderno y su relación con la sociedad. Para ello se sirve del monólogo interior, técnica que permite al lector introducirse en la mente de los personajes y habitar en su inconsciente. La complejidad de esta novela, que revela una vasta erudición y ha llevado el realismo hasta extremos desconocidos, se refleja en el lenguaje a través de la invención de nuevas palabras y sintagmas.

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Otros grandes novelistas europeos del siglo XX comparten con Mann la preocupación por transmitir sus ideas filosóficas a través de sus personajes. Los más destacados son el alemán Hermann Hesse (El lobo estepario, 1927), cuyo interés por los componentes irracionales del pensamiento y ciertas formas del misticismo oriental anticipó en cierto sentido las posturas de las vanguardias europeas; los españoles Pío Baroja (El árbol de la ciencia, 1911) y Miguel de Unamuno (Niebla, 1914; Abel Sánchez, 1917); los escritores y filósofos franceses Albert Camus (La peste, 1947) y Jean-Paul Sartre (La náusea, 1938) —principales exponentes de la corriente existencialista—, que abordan en sus obras temas como el absurdo, el dolor y la soledad de la existencia; el novelista checo Franz Kakfa (El proceso, 1925; El castillo, 1926), creador de una singular obra de carácter alegórico y difícil interpretación que gira en torno al tema fundamental de la culpa y la condena; el irlandés Samuel Beckett (Molloy, 1951), muy próximo a Kafka en sus parábolas de la futilidad humana y a Joyce en su afición a los juegos de palabras; o el estadounidense William Faulkner, heredero de Joyce y Proust y autor de novelas sumamente complejas sobre la derrota y el desmoronamiento existencial.

La influencia de Tolstoi en escritores posteriores se ve reforzada en Rusia por la estética marxista. Máximo Gorki (La madre, 1907) y Borís Pasternak (Doctor Zhivago, 1956) siguen abordando la relación entre los problemas personales y los acontecimientos políticos. El exiliado Vladimir Nabokov (Lolita, 1955; Pálido fuego, 1962), que escribió en alemán y en inglés, desprecia las preocupaciones morales y filosóficas de Tolstoi y opta por el esteticismo de Proust.

Tras la II Guerra Mundial se produce una auténtica explosión literaria en el ámbito hispánico: el ‘boom latinoamericano’. Entre los principales representantes de esta corriente destacan el argentino Julio Cortázar (Rayuela, 1963), el colombiano Gabriel García Márquez (Cien años de soledad, 1968), el mexicano Carlos Fuentes y el peruano Mario Vargas Llosa.

Gran Bretaña

El escritor polaco en lengua inglesa Joseph Conrad fue el novelista de las situaciones límite, del hombre que lucha por ser fiel a una concepción ideal de sí mismo. Conrad fue marino por espacio de veinte años y su experiencia en el mar le proporcionó el material de sus principales novelas. En ellas celebra la vida en el mar y el exotismo oriental con una elocuencia insuperable. Uno de los grandes estilistas de nuestro tiempo, entre las principales novelas de Conrad cabe citar Lord Jim (1900) y Nostromo (1904).

Alrededor de 1914 la fe en las ciencias sociales pasa a ocupar temporalmente un lugar secundario entre los pensadores progresistas y el psicoanálisis se sitúa en el centro de todas las preocupaciones. La teoría del complejo de Edipo (al parecer la clave de las relaciones sexuales) ofreció a D. H. Lawrence la inspiración para su novela Hijos y amantes (1913). En novelas posteriores, como El amante de Lady Chatterley (1928), Lawrence analiza la naturaleza de la sexualidad femenina.

La técnica del monólogo interior fue desarrollada con mayor delicadeza que Joyce y de un modo más cerebral por Virginia Woolf. En obras como La señora Dalloway (1925), Al faro (1927) y Las olas (1931), Woolf refleja los sentimientos más íntimos del ser humano con una profundidad y una sutileza rara vez igualadas por otros novelistas.

Tras la muerte de Joyce la crítica ha señalado la falta de humor y originalidad en la narrativa inglesa. Entre los autores más brillantes destaca Graham Greene, que cosechó un amplio éxito de público con sus novelas de pecadores perseguidos por un Dios bondadoso.

Estados Unidos

Los novelistas estadounidenses de la primera mitad del siglo XX reflejaron la sociedad con voluntad reformista o revolucionaria. Algunos se preocuparon ante todo por denunciar la injusticia, como John Dos Passos o John Steinbeck.

Las novelas de F. Scott Fitzgerald (El gran Gatsby, 1925; Suave es la noche, 1934), Ernest Hemingway (Adiós a las armas, 1929; Por quién doblan las campanas, 1940) y Nathanael West (El día de la langosta, 1939) se caracterizan por el uso coloquial del lenguaje. La propensión al mito de los novelistas estadounidenses se pone de manifiesto en la obra de William Faulkner, especialmente en Luz de agosto (1932) y Absalom, Absalom (1936).

Tras la II Guerra Mundial destaca un importante grupo de autores judíos que sitúan la ficción estadounidense a la altura de la novela rusa del siglo XIX: Norman Mailer (Los desnudos y los muertos, 1948), Saul Bellow (Las aventuras de Augie March, 1953) y Philip Roth (Adiós, Columbus, 1959). Entre los principales autores contemporáneos cabe mencionar a John Updike, Joyce Carol Oates y Toni Morrison.

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España

Con la llegada del siglo XX se inicia en España un amplio movimiento de renovación cultural y artística —perfectamente ejemplificado en las obras de Unamuno, Azorín, Valle-Inclán y Baroja— que da lugar en el primer tercio del siglo a una prosa enormemente plural y rica tanto estilística como temáticamente. La novela de los años veinte rompe con la disposición lineal del tiempo y asimila la influencia de las vanguardias plásticas, los avances científicos y técnicos, el cosmopolitismo y el nacimiento del cine, al tiempo que alerta contra los peligros de deshumanización que acechan tras este complejo proceso social. En esta línea se inscriben los escritores Ramón Pérez de Ayala, Gabriel Miró y Gómez de la Serna, que intentan encontrar un equilibrio entre la conciencia ética y la conciencia estética o artística.

Tras la Guerra Civil y la instauración de la dictadura franquista se produce un grave empobrecimiento intelectual en la vida española. Los escritores que no se han exiliado se ven obligados a reducir su universo narrativo al ámbito de lo cotidiano y la intimidad, mientras que otros se acomodan a la nueva situación. Entre los principales narradores de posguerra cabe citar a Camilo José Cela (La familia de Pascual Duarte, 1942), Torrente Ballester (Javier Mariño, 1943), Miguel Delibes (La sombra del ciprés es alargada, 1947) y Carmen Laforet (Nada, 1945).

Durante la década de 1950 este individualismo de carácter existencialista da paso a un realismo consciente de la dimensión social, al tiempo que se amplía y enriquece el horizonte formal de la novela. Sobresalen en este periodo La colmena (1951), de Cela; y El Jarama (1956), de Rafael Sánchez Ferlosio. La década de los sesenta supone para la novela la clausura del período de posguerra, el reencuentro con algunos novelistas del exilio y el acercamiento hacia el experimentalismo europeo. Este proceso comienza con la novela Tiempo de silencio (1962), de Luis Martín Santos, y culmina con una serie de personales y sólidas realizaciones que aparecen a mediados de la década, entre las que cabe mencionar las obras de Juan Benet (Volverás a Región, 1968) y Juan Goytisolo (Señas de identidad, 1966).­­­­

En vísperas de la muerte de Franco el proceso de experimentación produce sus frutos en importantes creaciones de Juan Benet (Un viaje de invierno, 1972), Gonzalo Torrente Ballester (La saga/fuga de J.B., 1972), Juan García Hortelano (El gran momento de Mary Tribune, 1972) o Juan Marsé (Si te dicen que caí, 1973).

Latinoamérica

En el naturalismo están el argentino Eugenio Cambaceres con En la sangre (1887), sobre la vida de los emigrantes, y el mexicano Federico Gamboa, con Santa (1908), su obra más leída, en la que apunta la decadencia moral de la sociedad mexicana de principios de siglo.

El modernismo supone una multiplicación temática que va desde el cosmopolitismo, con matices históricos y psicológicos, como La gloria de Don Ramiro (1908) del argentino Enrique Larreta, hasta las obras de carácter regionalista, como Don Segundo Sombra (1926), la mejor novela de Ricaldo Güiraldes, de tema gaucho, o Raza de bronce (1919), del boliviano Alcides Arguedas, una visión realista y objetiva del problema indígena.

La revolución mexicana, en el primer tercio del siglo, favoreció una espléndida floración de novelistas, entre ellos Mariano Azuela, con Los de abajo (1916), premio Nacional de Literatura, y Martín Luis Guzmán, con El águila y la serpiente (1928).

La novela regionalista, que había producido obras de inspiración criolla y denuncia social, dejó paso a las llamadas «novelas de la tierra», verdadero canto a la naturaleza americana, que presentaban el enfrentamiento entre los hombres y el medio, sus luchas y trabajos por transformar la realidad. Abrió el ciclo La vorágine (1924), del colombiano José Eustasio Rivera, impresionante cuadro de costumbres, que narra la destrucción del individuo por la naturaleza y alcanzó su momento culminante con Doña Bárbara (1929), del venezolano Rómulo Gallegos, pedagogo, periodista, presidente de la República y excelente paisajista. Una de las obras más representativas de esta tendencia fue La marquesa de Yolombó (1928), del colombiano Tomás Carrasquilla, que describe la fascinante historia de un personaje femenino en lucha contra el medio, en pleno ambiente minero de Antioquía.

A partir de 1940 se produjo una clara ruptura con el realismo anterior, el realismo social, para dar paso, a través de un largo proceso de maduración, al llamado realismo mágico, que algunos autores han llamado “lo real maravilloso americano”. Mientras el regionalismo seguía las pautas renovadoras del modernismo, las nueva novela era más un vehículo del conocimiento del hombre y de la realidad en la que éste se inserta.

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Aparecen obras de gran interés: El señor Presidente (1946) del guatemalteco Miguel Ángel Asturias, premio Nobel en 1967, que describe magistralmente la deformación del poder político; Los pasos perdidos (1953) y El siglo de las luces (1962) del cubano Alejo Carpentier, el renovador de la novela del momento; Al filo del agua (1947), del mexicano Agustín Yáñez, auténtico fresco histórico narrativo.

Pero el compromiso político de los escritores latinoamericanos iba a encontrar muy pronto, en las luchas revolucionarias frente a la dictadura, nuevos motivos y exigencias expresivas. Al filo de la década de 1960 la multiplicidad de autores, la renovación estilística y la internacionalización de sus obras se vieron favorecidas por una coyuntura irrepetible: el triunfo de la revolución cubana, que provocó una explosión de simpatía y optimismo; la aparición de numerosas revistas que apoyaban y promovían esa circunstancia histórica y, sobre todo, la fuerza de producción y la capacidad expansiva de la industria editorial catalana, que pretendía dominar y recuperar los mercados lectores de América Latina.

La institución de los premios Biblioteca Breve y Nadal, fue una oportunidad bien aprovechada. Gracias a esas circunstancias se consolidó el llamado ‘boom de la novela latinoamericana’, cuyos rasgos definitorios son: preocupación por la estructura narrativa, experimentación lingüística, invención de una realidad ficcional propia, intimismo y rechazo de la moral burguesa. El boom tuvo sus teóricos, como el uruguayo Carlos Rama; sus promotores, como el argentino Julio Cortázar, el colombiano Gabriel García Márquez o el mexicano Carlos Fuentes, e incluso sus detractores, como le ocurrió al cubano Guillermo Cabrera Infante, en una etapa inicial.

FUENTE:
Enciclopedia Microsoft® Encarta® 98 © 1993-1997 Microsoft Corporation.

DANIEL OMAR GRANDA

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