(Artículo textual publicado en el INFORMEDH -Revista del Movimiento Ecuménico por los derechos Humanos- de Agosto de 1981 en Buenos Aires- República Argentina)
Si rastreamos el término “violencia” en cualquier diccionario de la lengua, vemos que se la define como: “a una fuerza intensa, impetuosa o como el abuso de fuerza”. También como: “la fuerza que se emplea contra el derecho o la ley”, usar la violencia. Si retrocedemos algunas páginas, vemos que “fuerza” es una potencia capaz de obrar. Ahora, ambas definiciones no nos dicen gran cosa acerca de la naturaleza de la violencia, ya que se refieren a ella en forma abstracta.
Mucho se ha dicho acerca de la violencia en el hombre. Sería una larga e inagotable lista de “motivaciones” las que se podrían enumerar tratando de hallar el porqué de su empleo; pero ese no es el objetivo de este trabajo. Nos basta con partir de una de las definiciones expuestas: “la violencia es un abuso de fuerza que se emplea contra el derecho o la ley”.
Ahora bien, “La Ley” se define como una regla obligatoria o necesaria; y el derecho, como el conjunto de leyes y disposiciones que determinan las relaciones sociales desde el punto de vista de las personas y de la propiedad. En ese “determinar las relaciones sociales”, entran en juego motivaciones profundas que llevan al hombre a ejercer la violencia como medio válido para lograr sus fines.
Es notorio que si la violencia es un “abuso de fuerza”; la intensidad de la misma va a depender de la “cantidad y calidad de fuerzas” con las que se cuente. Podemos inferir por lo tanto, que existen grados de violencia y que no es de igual intensidad la violencia ejercida por un individuo sobre otro, que la que puede ejercer un Estado sobre los individuos.
Aproximación a una tipología de la violencia
Varias son las formas de violencia que puede ejercer un individuo sobre otro, pero básicamente las podemos reducir a dos: violencia física o moral. En ambos casos, suelen traer aparejado graves daños, ya sea en uno u otro plano. Pero también en ambos casos, tanto la víctima como el victimario suelen sufrir las consecuencias de dicha violencia.
Por ejemplo: Si un individuo golpea brutalmente a otro (causándole lesiones de magnitud) es probable que tome estado público, intervenga la Justicia y que el primero pague al Estado por su inconducta. También es probable, que si un padre educa a su hijo con el empleo de la fuerza y la coerción; años más tarde sufra la reacción del hijo (cuando éste tenga capacidad de respuesta). Vemos así, con ejemplos muy simples, cómo en una relación entre individuos, ambos tienen posibilidad de actuar y de responder a esa acción. Es real que a veces resulta imposible por parte de la víctima, modificar el estado de cosas dado, cayendo en aceptar la situación de sometimiento. Vale aclarar que, el problema es en sí mismo, mucho más complejo que lo expuesto; pero sirve en función del análisis general.
¿Violencia de Estado…?
Diversas son las formas que adopta la violencia en manos del Estado. Es común ver en nuestra América Latina cómo se instrumentan todo tipo de políticas (económicas, sociales, culturales, etc.), con la única finalidad de favorecer el desarrollo y la riqueza insultante de sectores minoritarios, a costa de la necesidad y el dolor de las grandes masas populares.
Es a partir de la “fuerza organizada” del Estado, como el mismo puede instrumentar y ejecutar sus políticas represivas, impidiendo así el desarrollo y la participación de los pueblos a elegir libremente sus destinos.
En el documento de la III Conferencia Episcopal de Puebla, los Obispos católicos, llamaron la atención sobre la “Doctrina de la Seguridad Nacional” diciendo: “ es de hecho, más una ideología que una doctrina. Está vinculada a un determinado modelo económico-político, de características elitistas y verticalistas que suprime la participación amplia del pueblo en las decisiones políticas. Pretende incluso justificarse en ciertos países de América Latina como doctrina defensora de la civilización occidental y cristiana. Desarrolla un sistema represivo en concordancia con su concepto de guerra permanente. En algunos casos expresa una clara intencionalidad de protagonismo geopolítico” (Puebla 5. 5-547).
Sería repetitivo de nuestra parte, tratar de ejemplificar cómo se utiliza el “poder” por parte del Estado, para ejercer sobre el pueblo una violencia sistematizada. Léase desprecio por la Constitución Nacional, por los derechos civiles, laborales e incluso por los simples derechos que devienen de la dignidad humana. Larga es la lista de pruebas con las que se cuenta para afirmar ese “exceso de profesionalismo en el ejercicio de la represión”, que ha sembrado a nuestros países con miles de muertos, torturados, prisioneros del Estado sin proceso ni causa alguna e incluso, esa nueva versión Latinoamericana que fueron “los desaparecidos”.
¿…O estado de violencia?
Siguiendo el esquema inicial de nuestro análisis, vemos que el diccionario de la lengua define a un sistema como un conjunto de principios, verdaderos o falsos, reunidos entre sí de modo que formen un cuerpo o doctrina. Hacer algo sistemáticamente es, hacerlo por sistema. O sea, combinar las partes reunidas para obtener un resultado.
Por ello, si el objetivo del Estado es favorecer la riqueza y el poder de unos pocos (a costa de la mayoría), debe necesariamente estructurar un sistema coherente que sirva a sus fines. Quizás los aspectos de la política represiva (que se ejecutan contra el cuerpo físico) son los más evidentes por su crudeza; pero para que el sistema funcione deben implementarse medidas más sutiles, pero no por eso menos violentas. ¿O quizás, no es violencia el hambre? ¿El desamparo social y judicial? ¿La desigualdad de posibilidades? ¿La discriminación de clases? ¿La marginación de determinadas clases? ¿La utilización de los medios masivos de comunicación que tratan de mantener un status quo y afirman que los “valores” de quienes detentan el poder “deben” ser los de la mayoría? ¿La censura de la prensa o su nueva versión, la autocensura? ¿La falta de libertad al disentimiento?, etc., etc., etc.
Ese estado de violencia que se vive, lleva como pretensión inmediata el sometimiento sin más al “poder” del Estado, que es quien debe decidir cuál es el bien y cuál es el mal, en una clara actitud Deísta. El empleo de esa violencia sistemática no es indiscriminada (contra todos los habitantes de la Nación), sino que quienes la soportan con mayor crudeza son los sectores marginales de la población, quienes tienen poca posibilidad de responder judicialmente contra los “excesos” de las fuerzas represivas, debiendo soportar por ello todo tipo de vejámenes. De allí para arriba (dentro de la escala social) vemos como se modifica la relación del individuo respecto de la Ley, en una estrecha relación con el sector social al que pertenece.
El niño y la violencia
Para cambiar la óptica, les vamos a contar “El cuento de la buena pipa” (en su versión nacional): “El cuento de nunca acabar”…
…Había una vez un niño, el Toto, no distinto a muchos niños que crecen como pueden, en el barrio de las latas. Su padre, Juan, es obrero de la construcción y trabaja a destajo. De madrugada casi, toma el tren de las 04:00 (colgado y apiñado como ganado) para ir a su trabajo. Sus jornadas son cortas (tan sólo doce horas) sin incluir las dos o tres que tiene de traslado, colgándose de los trenes para viajar colado. A la vuelta de la obra, suele tomarse unos vinos en el boliche del barrio…, y a veces, llega a casa (en pedo y cansado) y agarra a los golpes al que se le pone a tiro. Otras veces, se muestra tierno, manso y juega con sus niños; pero a un juego callado (distinto al de la tele), parece que en silencio les dijera más cosas o quizás, Juan no sabe qué decir a sus hijos y entonces solamente putea contra su puta suerte y contra la miseria que lo tiene acorralado.
Su madre, María, es lavandera. Va y viene incansablemente por toda la casa con los más chicos a cuesta. Se levanta con su hombre a cebarle unos mates y arropa a los niños que quedaron en su cama (son los tres más chiquitos que duermen con ella, por el complejo de Edipo y dos elásticos viejos que sacó de la quema). Su día es muy simple: deja a sus hijos mayores (11 y 8 años) que se ocupen de sus hermanos, mientras ella trabaja por horas en un chalet del centro de la zona. Por la tarde, cuando vuelve, se ocupa de su casa. Prepara la comida, lava la ropa, asea a los niños, mira la novela (y hasta se preocupa porque Alejandra viajó a Río de Janeiro para olvidar su desengaño…) y así, espera que su Juan regrese del boliche para servir la cena magra. Por la noche, cuando todos duermen, se entrega a su hombre como una fugitiva (en silencio y con miedo de que los niños despierten)…
Sus hermanos menores son tres; José, cinco años; Rosario, cuatro años y Evaristo, dos años. Potrean todo el día por los alrededores y a veces, al Toto le cuesta encontrarlos entre el basural donde suelen ir a buscar cualquier cosa que sirva. La mayor es Mimí, once años. Ya es casi una madre. Se ocupa de la casa y cuida de sus hermanos. Lava, plancha, prepara la comida y cuando puede le hace los mandados a la señora de al lado (que siempre le regala alguna chuchería). Hace tiempo que Mimí dejó la escuela, porque si la mamá trabaja, alguien se tiene que ocupar de atender la casa. La Mimí, de noche, ya no sale a la calle (desde aquella vez que la agarró un tipo en el pasillo de la villa y la metió en su casa. Juan lo anduvo buscando durante algún tiempo y si lo agarra lo mata; pero el tipo era policía y se fue de la villa y no pasó nada; por eso de noche los mandados los hace el Toto.
Y ahora, el Toto, ocho años, nuestro niño, el del cuento. El Toto no es distinto a muchos niños que crecen como pueden en “el barrio de las latas”…
En este contexto, con diversas situaciones, más o menos dolorosas y violentas, rodeados de otras circunstancias quizás, más o menos crudas, que las de nuestro “cuento de la buena pipa”, van creciendo los Totos de nuestra tierra y los Totos de toda la América Latina. Esa violencia institucionalizada se va internalizando en los niños del pueblo como una norma de conducta, ya que es la misma sociedad quien les fija los parámetros de un mundo de violencia, como estado natural en el hombre. Es por eso que muchos años atrás, los obispos de la Iglesia señalaron en Puebla:
“La Iglesia tiene el derecho y el deber de anunciar a todos los pueblos la visión cristiana de la persona humana, pues sabe que la necesita para iluminar su propia identidad y el sentido de la vida y porque profesa que todo atropello a la dignidad del hombre es atropello al mismo Dios de quien es imagen. Por lo tanto, la Evangelización en el presente y en el futuro de América Latina exige de la Iglesia una palabra clara sobre la dignidad del hombre” (Puebla 3.1. 306).
¿Es preciso ser violento para subsistir en un mundo de violencia?
Los Totos de nuestro cuento se hallan sumergidos en un mundo de violencia
desde antes de nacer. Detengámonos a pensar un instante envueltos en qué circunstancias se desarrollan casi todos los días de sus vidas.
El medio en el que nacen y crecen es el de la miseria y la frustración. Soportan
toda forma de explotación, aceptándola (no siempre) con resignación natural (como si fuese la única forma de vida posible). Los Totos, se ven obligados a crecer de golpe, a responder a roles de adultos cuando aún no alcanzan a comprender, con el agravante de que los medios de comunicación de masas, cotidianamente, les venden una forma de vida falsamente “feliz” a la que deben aspirar; no como comunidad sino en forma individual. Les dicen que podrían salir (si quisieran) del medio en que se encuentran, desarrollando sus capacidades personales y poniendo voluntad (SIC). El mundo violento que los rodea, se hace en ellos natural, su habitat. No tienen necesidad de comprender la violencia intelectualmente; simplemente la viven. Aprenden a los golpes a convivir con ella y, de ella se sirven para enfrentar al otro.
Distinta es de hecho, la situación de otros sectores sociales como la “clase media”. Su medio es distinto. El Estado tiene para ellos otra actitud. Emplea otros medios para su manipulación, juegan otros intereses en su explotación (a pesar que vemos cómo en este último tiempo se ha ido deteriorando visiblemente). Dicha clase media, cuando responde a la explotación y a la violencia institucional, lo hace por reacción (haciéndose violencia a sí mismos y procesando la misma previamente en forma intelectual). Suelen (en general) ser sectores que se desclasan y asumen el rol de otra clase a la que pasan a pertenecer por elección y no por origen.
Ahora bien, por razones de espacio, el análisis del proceso de los niños de la clase media respecto de la violencia va a ser materia de otro trabajo, circunscribiendo el presente al mundo de “los Totos”.
Los agentes de socialización
Frederick Elkin define la socialización como “el proceso mediante el cual alguien aprende los modos de una sociedad o grupo social dado, en tal forma que pueda funcionar en ellos. La socialización incluye tanto el aprendizaje como la internalización de pautas, valores y sentimientos apropiados”. El término socialización se refiere al aprendizaje de los modos de cualquier grupo estable y duradero. El niño nace en un mundo que existe, con anterioridad a él. Desde el punto de vista de la sociedad, la función de la socialización es la de transmitir a los nuevos miembros la cultura y las motivaciones necesarias para que estos puedan participar de las relaciones sociales.
El niño recibe a través de los agentes de socialización (la familia, las instituciones, la escuela, los medios de comunicación, etc) los valores y las normas de conducta; el papel o rol que deben desempeñar en la sociedad de acuerdo a su ubicación en la estructura social. El aprendizaje de la conducta social no es sólo un proceso de conocimiento, sino que está ligado a “los otros”. El niño busca aprobación y amor en los otros, y tiene motivos para pensar y comportarse como estos desean y a modelar su conducta de acuerdo a la de ellos. Estos “otros” se convierten así en agentes de socialización porque son modelos de conducta, ya que otorgan significados a los objetos por el simple uso que hacen de ellos. Además, reflejan sus valores en sus conductas indicando actitudes, sentimientos y relaciones sociales esperadas. De esta manera, afectan el desarrollo de la personalidad del niño, ya que este va a adecuar su conducta buscando agradar y ser retribuido con amor por los “otros”.
La familia, su primer ámbito de socialización
Aunque los lazos afectivos suelen ser sólidos en la casa de Toto, la familia a veces se halla desestructurada (al menos en el concepto tradicional de familia que habitualmente maneja la sociedad). A pesar de tener conciencia del medio al que traen a sus hijos, la vida suele ser un valor en sí mismo. Por ello es válido engendrar tantos hijos como su amor pueda abarcar (a pesar de que cada boca que se suma complica el panorama familiar).
Es común encontrar familias ensambladas, donde los padres se juntan circunstancialmente. Madres con hijos que luego, se juntan a un hombre y conviven con él. También es común que el hombre suela tener hijos con otras mujeres; madres solteras que suelen tener hijos de distintos padres; criaturas abandonadas y recogidas por otra familia; etc. Esta “imagen familiar” desestructurada, suele ser el fruto de la promiscuidad en la que se ven obligados a vivir por su situación de miseria. Es característico de una villa miseria, o de un barrio obrero, donde la situación habitacional es insuficiente (en un sólo ambiente, llegan a vivir varias personas con sus criaturas, y también es común ver cómo conviven con el grupo familiar (tipo), tíos o abuelos de la pareja).
Esta situación de promiscuidad se extiende al “barrio”, sobre todo en el caso de las villas, donde en un reducido terreno se levantan varias casillas separadas tan solo por un estrecho “pasillo”. De hecho, es muy difícil en este contexto, mantener una “intimidad familiar”. La educación sexual que reciben los Totos desde niños, no escapa a este entorno de miseria y promiscuidad; resultando ser brutal y mal aprendida, siendo para ellos del todo normal y natural tener relaciones sexuales desde temprana edad, con la consecuencia de niñas que conciben entre los 14 y 15 años.
Ahora bien, junto a los elementos citados que quizás podríamos computar como negativos, vemos que los Totos suelen aprender desde niños a compartirlo todo.
La solidaridad es en ellos algo natural e instintivo; no siendo necesario que tengan que adoptar actitudes intelectuales para compartir lo que tienen. Los Totos viven naturalmente esa actitud de socializar “la maman desde la cuna”; lo ven por las calles, en sus casas, donde, si bien es “promiscuo” que tengan que vivir con tíos o parientes en una habitación, donde ni siquiera entran con sus padres y hermanos; saben que es algo natural el ayudar y contener a alguien que necesita de ellos. Esta espontánea solidaridad social hace que permanentemente choquen con los criterios que se filtran de la sociedad en general (basada en el individualismo y la competencia). Es significativo (y también, por qué no, contradictorio) que a pesar de la desarticulación familiar tengan un profundo arraigo al “sentimiento de familia”, a su pertenencia y a su defensa. Quizás la explicación a este fenómeno esté dada porque su situación surge de la constante “migración interna y externa”, que los ha llevado a abandonar sus provincias o países de origen, por hambre, falta de trabajo, entre otras vicisitudes. Este desencaje familiar y territorial, aporta a la “desarticulación familiar” que antes mencionábamos, pero dejan intactos su sentido moral de la familia y su función.
Otros agentes de socialización: las instituciones, la iglesia, la escuela…
La situación de los Totos, frente a la escuela no es distinta a la de la familia. En la escuela (salvando las excepciones) se practica una discriminación social solapada (y a veces abierta), por su situación de clase. Es común ver a educadores afirmar que el cociente intelectual y la capacidad de aprendizaje de los Totos es inferior al del resto de los niños. Ahora bien, si tomamos tal premisa como algo probable, sería necesario investigar sus causas: ¿Es quizás que los Totos son distintos intelectualmente por herencia? (léase inferiores), ¿O es que el método de enseñanza que se emplea con ellos no sirve? (bastan ver los resultados obtenidos por educadores que han empleado el método Freire, partiendo de otras premisas). Aunque no se puede desconocer que el entorno de los Totos los determina, ya que el deficiente aspecto sanitario, de nutrición, habitacional, etc., provoca necesariamente problemas en el aprendizaje. Por otro lado, el índice de deserción escolar en los establecimientos que funcionan cerca de barrios y villas nos dice claramente de la falta de interés que despierta en los Totos un tipo de escuela que pretende enseñarles un mundo que no es el suyo, que no los contiene, sino que, por el contrario, busca destruir los valores de su clase, presentando como alternativa los de una sociedad regida por el individualismo y la competencia.
Ante esta situación, se produce el “crak” o, el Toto se integra. Si a esta situación sumamos que deben desde niños asumir roles de adultos, teniendo que trabajar para colaborar con la familia (en el mejor de los casos), y a veces también buscando otras salidas a su miseria, por lo negativo (vagancia, delincuencia juvenil), entenderemos el resto.
El grupo de pares; otro agente fundamental
Habitualmente los Totos crecen solos y de golpe. Carecen, por lo general, de un mundo infantil de risas y juegos; es común oír decir que se “crían solos”…, lo que normalmente no se dice, es lo que pesa en los Totos esa soledad. Es por todo esto que el mundo de sus pares cobra en los Totos particular importancia. En ese medio deben aprender rápidamente a valerse por sí mismos, contando tan sólo con su fuerza y su astucia; las diferencias se arreglan a los golpes de puño. Están rodeados de un mundo que es violento y solamente haciéndose parte de esa violencia les es dado subsistir; es quizás un círculo vicioso que no pueden romper, pero es su realidad.
Si hiciésemos una encuesta entre los rateros y delincuentes juveniles que se pudren en las cárceles sin ser rehabilitados; ya que a la sociedad no les interesan como individuos, sino para declamar huecamente sus principios y valores; veríamos cómo en su gran mayoría son y fueron Totos, que alguna vez, respondieron equivocadamente al reaccionar contra su situación. No es muy difícil comprender el equívoco. Año tras año vieron a sus padres y a los padres de sus padres gastarse la vida detrás de un pedazo de pan y, así reaccionaron optando por lo más fácil. A veces es no saber qué hacer con la violencia que sienten en su interior, esa violencia que los subleva y no saben cómo emplearla.
La barra o la patota, tiene en los Totos sus características particulares. Reflejan en ella los criterios sociales con los que se manejan. El código del valor personal, la inteligencia innata para sobrellevar la existencia (viveza criolla); su concepto del honor que se reduce en no traicionar al amigo; la sobredimensión que hacen de la fuerza física, en el ámbito en que crecen y forman los parámetros con los que van a encarar sus vidas en adelante. Ese querer reaccionar contra la miseria, los lleva a pretender por imitación, intentar integrarse al mundo de jóvenes felices que beben Coca-Cola, o a sumarse a un idioma “de onda” y de “blue jeans” que no es el suyo; perdiendo su identidad de Totos y equivocando el camino.
Vuelven a sentir entonces que la sociedad los margina. Que la discriminación racial y de clases es cierta. Que a pesar de todo siguen siendo Los Totos, Los Pardos, Los Cabecitas Negras, Los desarrapados. En una palabra: los marginados de siempre.
Los medios de comunicación de masas
Los medios de comunicación son un arma demasiado peligrosa por su utilización por medio del Estado. Son una herramienta eficaz para manipular la conciencia de las masas. Su objetivo supuesto es el de difundir la cultura a todos los ámbitos de la sociedad; pero vemos que en la práctica tienen y sirven a los mismos objetivos que el estado que los controla. Son un agente socializador que transmite los valores de una cultura que no contiene los intereses de las clases trabajadoras, ni de los sectores marginados; sino que por el contrario, digita eficazmente la opinión pública, apuntando a afirmar los valores de una sociedad individualista y altamente competitiva.
Filtran, a través de esos medios, “objetivos y valores sociales” tales como: el consumismo; la venta del sexo y la violencia; la desintegración del hombre en su unidad biológica (basta para esto, ver un inocente dibujito animado); la competencia es la base de todo dentro de la estructura social que nos muestran; el individualismo y la lucha por ganar posiciones en la escala social: Esa es la hipótesis de trabajo que nos proponen cotidianamente. El estado cuenta con una herramienta eficaz para que no se filtren en los medios de comunicación de masa, individuos e ideas disolventes. La censura (a pesar de repetir hasta el cansancio el cuento de la libertad de prensa), y su nueva versión (aún más nociva) la autocensura.
La deformación deliberada de la información y su uso, es otro de los elementos con los que cuentan dichos medios para manipular la conciencia de un pueblo. También la compartimentación deliberada de los hechos o noticias conflictivas (sociales-políticas-gremiales) en el ámbito nacional e internacional. En síntesis; adormecer las conciencias, utilizando los medios como un catalizador de ideas y como un eficaz adormecedor de conciencias, sin dejar de tener en cuenta su eficacia como agente de propaganda.
Punto final
El objetivo del artículo es la polémica. Seguramente lo expuesto no es más que un punto de vista parcial, sobre un problema demasiado complejo y multifacético para pretender abarcarlo en un reducido espacio. No obstante, quedan muchos interrogantes que debemos contestar acerca de qué papel jugamos nosotros en el mundo de los Totos.
Los obispos católicos en la Conferencia Episcopal de Puebla decían al respecto del Hombre y el Poder: “El pecado corrompe el uso que los hombres hacen del poder, llevándolo al abuso de los derechos de los demás, a veces en formas más o menos absolutas. Esto ocurre más notoriamente en el ejercicio del poder político, por tratarse del campo de las decisiones que determinan la organización global del bienestar temporal de la comunidad y por prestarse más fácilmente, no sólo a los abusos de los que detentan el poder, sino a la absolutización del poder mismo, apoyados en la fuerza pública. Se diviniza el poder político cuando en la práctica se lo tiene por absoluto. Por eso, el uso totalitario del poder es una forma de idolatría y como a tal la Iglesia lo rechaza enteramente. Reconocemos con dolor la presencia de muchos regímenes autoritarios y hasta opresivos en nuestro continente. Ellos constituyen uno de los más serios obstáculos para el pleno desarrollo de los derechos de la persona, de los grupos y de las mismas naciones. Es urgente liberar a nuestros pueblos del ídolo del poder absolutizado para lograr una convivencia social en justicia y libertad”. (Puebla (500/502) 4-4
Ahora bien, este artículo fue escrito por mí y publicado en la revista INFORMED que era el órgano de información de uno de los Movimientos de Derechos Humanos en la Argentina de 1981 (Movimiento Ecuménico de los Derechos Humanos) y en plena Dictadura Militar. Después de la Guerra en Malvinas (1982); las Fuerzas Armadas pierden todo tipo de poder y el repudio generalizado de la sociedad y del mundo promueven la caída del mismo y el advenimiento de una nueva Democracia Republicana de la mano del Doctor Raúl Alfonsín (1983). Lo viví, lo sufrí y lo cuento. Pero lo notorio, es la validez de lo planteado frente a la realidad de la República Argentina en el 2021, desde otro lugar en donde este falso progresismo que gobierna disfrazado de un “populismo peronista de izquierda”; lo único que pretende es perpetuarse en el poder a través del “relato social” para sostener “a una nueva oligarquía supuestamente republicana”; pero buscando llevarnos a un sistema feudal, que ya se vive en varias provincias de la República. La lucha del pueblo argentino, no es otra cosa más que pretender mantener una verdadera “República Democrática” donde no se avasalle al resto de los poderes del Estado desde el Ejecutivo: Legislativo y Judicial. Sin ellos la República Democrática no funciona y lo sabemos desde la Revolución Francesa, que los tres poderes se complementan y controlan entre sí.
Pero…, en el histórico sistema presidencialista argentino y por primera vez en nuestra historia; por un Abracadabra Perverso, la que “manda y resuelve” es la vicepresidente, que tiene muchas causas judiciales abiertas y es acusada (entre otras linduras), por ser la Jefa de una asociación ilícita para desfalcar al Estado. Obviamente todo su interés personal se superpone sobre todas las necesidades del pueblo. Su lucha se limita a quedar libre, de culpa y cargo, y si es posible que el pueblo y los jueces le pidan disculpas. Un absurdo total pero, que es el absurdo que vive la Nación Argentina en la actualidad. Millones esperamos que en las elecciones de medio término de Octubre del 2021, el oficialismo pierda por inmensa mayoría, reforzando la cantidad de diputados y senadores para ofrecer una muralla en el Congreso de la Nación, y que el oficialismo deba “negociar” para sacar alguna ley hasta el final de su mandato en el 2023. Caso contrario, el futuro argentino es desesperadamente agorero y negro porque no “hay peor ciego que el que no quiere ver”.
DANIEL OMAR GRANDA