Encendí la luz en noviembre
para ser centinela de tus noches.
Tomé tu mano y me miraste
reconociste a tu niño,
besaste mi mejilla y tu belleza me tocó
desapareciendo el hervidero en mi interior;
en diciembre me diste un nuevo nombre,
que he sollozado hasta el dolor de pecho
hasta la disnea;
han cambiado nuestros tiempos.
Es enero, y no estoy en casa.
Fue nuestro peor año,
estuve cansado, al punto de la desesperanza
conteniendo una furia punzante,
pensando en un poema sobre la viscosidad de la rabia.
Tú, con el cuerpo abatido
llenando cántaros con lamentos
estoica resistiendo el oleaje de los daños;
esperando que llegara a casa con algo para ti,
como quien insiste en taimar a Las Moiras.
Fue nuestro peor año,
pero siempre lo nuestro fue más grande que esta tragedia,
más grande que ese Nibiru orbitándome adentro,
más grande que este irremediable silencio plutoniano.
Te sobé la espalda para aliviar tu dolor
lloré en silencio para no causarte más angustias.
Me sonreíste para alumbrarme esa noche,
dijiste: “aún no”, dos veces
confié en tu promesa,
en tus victorias magnas.
Sin querer nos perdimos,
y perdimos,
a mitad del telar de Érebo,
con las Litaí abrumadas por tu nombre.
Dormías cansada de luchar
lejos de los azufaifos y nuestros lirios
fuera del alcance de la luz que encendí,
frente a un enjambre de langostas
consumiendo hasta la última hoja de tu jardín.
El amor no nos salva, mamá.
Lo que callamos al mundo entre todos los ruidos.
Porto un desierto en mi media luna fértil
cuánto espacio en desuso,
cuánto destierro del Edén;
todos los aromas disipados
lo que veo frente a la llama de Hestia extinta.
Me quedas, como un Comala
Llueve.
Vamos en pasillos angostos,
en los que nos es imposible voltear.
No sé cuál sea hoy tu esperanza, mamá
la mía la llevo empuñada en el corazón,
volverte a ver más allá de las representaciones,
de mi memoria.
Porque soy otra vez un niño
que no sabe cómo retenerte ante el paso del tiempo
que busca volver a casa en medio de la multitud
que imagina que piensas en mí
y sonrío prometiendo estar bien.
Mas en el fondo le inquieta el mundo
y olvidó cómo dormir con la luz apagada.
*# Carlos Arturo / Caco #*
*No puede crecer la luz si nos ahogamos en la oscuridad.
Muchísima fuerza y ánimo, amigo.
[…] «Lo que callamos al mundo entre todos los ruidos» […] Es realmente muy profundo como todo el poema. Gracias