Desde mi cumpleaños que no venía por este boliche. Mi memoria emotiva me traía recuerdos que no eran agradables. Alguna despedida no querida, pero que a veces resultaba necesaria. Esta vez no me embargaba la nostalgia. Quizás, hasta podría decirse que estaba contento por el reencuentro y la esperanza.
El tiempo, ese pasajero necio, no acepta el ciego traqueteo de andar y detenernos, tan sólo genera y no vive del ensueño. Ese tiempo, también sabe hacer que el sentido de las cosas vaya tornando a sus cauces naturales. Hay veces, que nos perdemos en un tiempo absurdo, sin tiempo. El día nos lleva y nos trae de cosa en cosa, y pasamos saltando sobre las mismas sin detenernos siquiera para saber qué estamos haciendo. Nos ponemos en automático sin darnos cuenta. A veces, el transcurrir del tiempo, nos pone a prueba y agudiza más aún nuestros sentidos. Es cuando creemos que somos parte de una maquinaria. Un simple y pequeño engranaje que encaja, diente a diente, con el otro engranaje que nos complementa. Otras veces, las mejores vivencias se nos presentan de forma imprevista y sirven para reconstruirnos. Es entonces, cuando el alma, vuelve a danzar al ritmo de la magia de las mejores emociones.
Danzar como aquella noche que nos sorprendió con la radio encendida en una música suave y el tiempo desapareció, de repente, quedando suspendido sobre esos ojos verdes que me mostraban su asombro. Era un tiempo distinto al de las soledades. Un tiempo agradable. Un tiempo de nuevos misterios y nuevos anuncios. Un tiempo de presagios. Un tiempo que creía posible, a pesar de mí mismo.
El mozo, amablemente, entendiendo que lo mío era una cita y faltaba mi acompañante, me ofreció una mesa sobre uno de los hermosos ventanales del local, que me permitiera entretenerme con los ocasionales transeúntes y dejar pasar el tiempo. Todo estaba en orden, sólo quería que el mismo desapareciera y ella llegara. Cuando hizo su arribo, todo se detuvo. El de hoy es un nuevo punto. No punto suspensivo, tan sólo un nuevo punto. El del punto y aparte. El de las nuevas palabras aún no escritas. Solo después de mirarnos para vernos por dentro, intentamos partir desde ese punto negro y redondo como el mismo misterio. Tratábamos de reconocernos sin especulaciones después del paso del tiempo. De un tiempo sin tiempo; que es el tiempo de la espera y el de las separaciones. Quisimos comprender cómo había sido el tiempo del otro comparando, sin quererlo, con nuestro propio tiempo.
Es difícil entender que sucede por dentro de uno en un nuevo encuentro. Aparecen imágenes que no queremos ver, pero sabemos que son inevitables. A veces resultan imprescindibles las palabras que tratan de explicar lo inexplicable. Es como jugar a las escondidas con uno mismo. El otro no es el otro insignificante, de la otredad cotidiana. El otro es parte de uno y no sabemos si el engranaje va a volver a encajar. Sabemos que algunos dientes se rompieron por el paso inevitable del tiempo y entonces: Nos preguntamos si funcionará nuevamente la magia y especulamos sin saberlo. O sin quererlo.
Entonces inevitablemente retrocedemos y dejamos convertirse al punto que creímos último, suspendido con los otros puntos que la misma vida hizo que lo acompañaran y fueran así, simplemente, unos puntos suspensivos…
*** Daniel Omar Granda ***