El otoño en la vida, es mansedumbre, alguna que otra sabiduría adquirida por allí y sostenida por esta fuerza aún intacta, de una juventud todavía plena y pletórica de encantos. No voy a negar que algunos piensan que sólo es la antesala del invierno y que otros, creen que es sólo un día fresco del verano que se resisten dejar. Lo cierto, como dice Serrat, «la vida es lo que es, lo que no tiene: es remedio».
Siempre amé la poesía y a su vez, amé a los profetas de la metáfora que con ella lograron asombrarme. Quizás resulte que el asombro, sea también una cualidad del alma. Por qué no. Lo cierto es que la vida pasa sin detenerse ni un sólo instante. La vida, siempre fue una señora de compromiso abyecto, que no acepta el ciego traqueteo de andar y detenernos. Ella sólo genera. No vive del ensueño.
Nosotros sí. Soñamos y nos ensoñamos. Buscamos y perseguimos, como posesos a veces, cosas que con el tiempo se diluyen o simplemente, que se extravían en sus contornos. Intentamos una y mil veces: alcanzar el prestigio, el poder, el dinero, la grandilocuente «realización personal» y no nos damos cuenta de que la vida es más simple. La vida es sólo vida, la de todos los días, la de las pequeñas cosas.
Esa es la vida, la verdadera: la que se nos escapa por entre los dedos sin poder retenerla. La simple vida. La vida simple. Cuántas veces nos detenemos a pensar por un instante, en las pequeñas cosas que nos rodean. Esas pequeñas cosas que nos dan felicidad.
Alguna vez, Borges, confesó amargamente que había cometido el peor de los pecados: no haber sido feliz. Alguna vez; quizás nosotros mismos, nos confesemos en la intimidad cometer el mismo error: dejar que la vida pase «sin pena, ni gloria».
Por eso es una buena estación «el otoño». Uno tiene la mochila cargada con alguna sabiduría. Tiene también la fuerza suficiente para poder transportarla. Todavía camina con ojos de asombro por la vida. Por eso, a pesar de todo. A pesar de la sentencia de Discépolo que nos acompaña y señala: la Biblia y el calefón. A pesar de otras certezas, dolorosas y crueles. Digo: a pesar de todo y a pesar de uno mismo «hay que andar por los caminos del otoño». A pesar de la vida misma, somos este animal de luz que tan bellamente pintó con palabras el gran Vate de la poesía latinoamericana: Pablo Neruda
Animal de luz (Pablo Neruda)
Soy en este sin fin sin soledad
un animal de luz acorralado
por sus errores y por su follaje:
ancha es la selva: aquí mis semejantes
pululan, retroceden o trafican,
mientras yo me retiro acompañado
por la escolta que el tiempo determina:
olas del mar, estrellas de la noche.
Es poco, es ancho, es escaso y es todo.
De tanto ver mis ojos otros ojos
y mi boca de tanto ser besada,
de haber tragado el humo
de aquellos trenes desaparecidos:
las viejas estaciones despiadadas
y el polvo de incesantes librerías,
el hombre, yo, el mortal, se fatigó
de ojos, de besos, de humo, de caminos,
de libros más espesos que la tierra.
Y hoy en el fondo del bosque perdido
oye el rumor del enemigo y huye
no de los otros sino de sí mismo,
de la conversación interminable,
del coro que cantaba con nosotros
y del significado de la vida.
Porque una vez, porque una vez,
porque una sílaba o el transcurso de un silencio
o el sonido insepulto de la ola
me dejan frente a la verdad,
y no hay nada más que descifrar,
ni nada más que hablar: eso era todo:
se cerraron las puertas de la selva,
circula el sol abriendo los follajes,
sube la luna como fruta blanca
y el hombre se acomoda a su destino.
*** Daniel Omar Granda ***
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