Su familia no aceptaba nuestras relaciones. Absurdas diferencias étnicas y religiosas se anteponían a nuestro afecto. Sara pidió la comunicación, para dejar conforme a sus padres. Gabriel, el conserje del hotel, aseguró que en instantes conectaba con el número solicitado.
Abrí la ducha y me metí dentro. Hacía años que conocía a Sara y siglos que la amaba. Disgustado por esta situación absurda, empecé a enjabonarme. La suite era realmente confortable, con todas las comodidades y el status que exige la vida moderna. Me dejaba satisfecho. Su ingreso en la ducha también. Era un juego y es tan hermoso disfrutar de un juego compartido. Recorrer lentamente su geografía me transportaba hacia mundos aún inhabitados. Beber en su piel como en un claro arroyo. Agotar las formas y las reformas. Andar nuevos caminos enancado en la esperanza. Desandar los sueños de la mano de sus ojos.
Desde el frigo-bar le ofrecí una copa que aceptó en silencio. La observé atentamente. Cómo un águila al acecho, comencé a volarla en círculos, reconociendo el terreno. Sus ojos, sus hombros, sus caderas, sus pies diminutos, su otro costado y otra vez su mirada. Me pongo en camino y me poso en los hombros. De un salto feroz me convierto en lobo estepario y me agazapo. Midiendo mis pasos desciendo la sabana de su espalda. Me aventuro en las caderas y su costado, escondiéndome de un salto en la hondonada de sus senos.
Desde allí observo sus movimientos. Dispuesto a destruirte de un zarpazo y devorarte y relamerme, luego me abalanzo. Convertido ya en viento, te penetro. Recorro una por una, tus cavernas y misterios. Navego en dulce río que de pronto se convierte en lava ardiente y nos funde en el infierno. El Caronte atrevido me rescata a tiempo. Y desciendo por tus piernas níveas hacia otros cielos. Te observo y en silencio…, otra vez te sobrevuelo como un águila al acecho.
Me serví una cerveza, mientras Sara se daba una ducha. Aproveché para llamar al conserje y pedirle que nos reservara una mesa íntima en el restaurante del hotel. Como cualquier sábado, era noche de gala. El dueño del hotel, atendía a los comensales como un maître efectivo y con oficio. Jesús -el mozo- nos trajo de entrada un exquisito jamón glasé con ananás y cerezas al maraschino. Unas estupendas fetas de jamón serrano de medio centímetro de grosor, glaseadas con azúcar y saltadas en manteca. Descubría con Sara un nuevo Malbec de una desconocida bodega mendocina. Percibíamos su aroma suavemente frutado, su estructura aterciopelada y la persistencia del sabor en nuestras bocas, casi como nuestro amor. Jesús arremetió de nuevo con un Lomo Strogonoff y un Carré de cerdo a la Mostaza. El lomo servido con un timbal de arroz y una salsa a la páprika con crema de leche y abundantes champiñones. El carré, saltado en una salsa de crema de leche, mostaza, puntas de espárragos y servidos con papas noisettes milanesadas, que según me aclaró Carlos, el cheff del hotel, se llama Risoll.
A pesar de ubicarnos en una mesa discreta, sobre uno de los costados del salón, fue virtualmente imposible resistirse a la invitación del anfitrión. Una copa de champagne para concluir la agradable velada.Sara y yo, nos hundimos otra vez en los sueños y en nuestras esperanzas. Ya tarde, nos retiramos a la habitación, donde intentamos descansar de los otros.
Durante el desayuno, realmente me sorprendió. No lo esperaba. Sobre una servilleta, dibujó una cuna que me paralizó el corazón. Estaba embarazada. Y entonces recordé aquellos hermosos versos del poeta santafesino José Pedroni:
“Mujer, en un silencio que me sabrá a ternuras // durante nueve lunas crecerá tu cintura; // y en el mes de la siega tendrás color de espiga, // vestirás simplemente y andarás con fatiga. // Un día, un dulce día con manso sufrimiento, // te romperás cargada como una rama al viento, // y será el regocijo de besarte las manos, // y de hallar en el hijo // tu misma frente simple, tu boca, tu mirada, // Y un poco de mis ojos, un poco, casi nada…
Mi felicidad fue indescriptible. Ahora siendo tres, como la santísima trinidad, no existirán las fronteras que pudieran detenernos y mucho menos intentar tan siquiera separarnos.
*** Daniel Omar Granda ***