Una amiga me dijo una vez que, porqué habría que temer a la oscuridad, si tan sólo son pequeños cúmulos de sombras que se alzan magestuosas, para derrotar los minúsculos destellos de vida que flotan en el ambiente.
Pero… ¿quién teme a la oscuridad? Date cuenta de ésto: si hay sombras, es que existe, aunque sea vágamente, la luz. Esa constante luz que nos ilumina, que nos llena de vida, que derrota todo mal y acaricia nuestros sueños, mientras las sombras de la noche ciegan nuestros ojos.
Esa amiga, nunca percibió la luz, pero si se dejó envolver por las sombras. Se llamaba Lucía y era ciega de nacimiento. Calma sus miedos la bruma del mar y apacigua la tempestad el sonido de las olas rompiendo contra las rocas. Hasta sus últimos días de vida, soñó y soñó, sobre todo, con ver el mar…
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