Y, tras las palabras de ella, fue él quien tomó impulso, se incorporó y acercándose al micro, con la voz delicada y suave, comenzó diciendo:
–Para la persona que me dio la vida, hoy sería un día inolvidable. ¡¿Porqué?, os preguntaréis! Pues bien, hoy es el día en que toda madre se siente feliz y orgullosa de la boda de su hijo pequeño. Él es el último en casarse. El que parecía que no abandonaría nunca el nido. Ese hijo al que tuvo a la edad de 43 años, los mismos que él tiene ahora, y 14 años después de haber tenido al anterior. De sus 4 hijos, el que más guerra dio al nacer y no digamos nada sobre su infancia. Era el mismísimo diablo en persona. Muy servicial, pero muy trasto. El típico chiquillo inquieto que no para de armarla una y otra vez. ¡No lo niego, era muy malo de pequeño!
Hoy, mi madre, madrugaría bastante, aunque es muy probable de que no hubiese conciliado el sueño en toda la noche. Llevaría semanas bastante nerviosa por la boda. Su papel de madrina, aunque fuese una ceremonia civil, sería un combinado perfecto de miedo, nervios, orgullo y felicidad.
A las 8:00 A.M. abre la peluquería de Esther, pero para ella, ya la tendría disponible desde poco más de las 7:00 A.M. Mi madre era una de sus clientas más fieles. Mientras estuviese peinándola, no pararía de hablar de su hijo y su futura nuera, de cómo se conocieron, de cuánto llevan juntos y de qué buena pareja hacen. También hablaría de lo buena que es la familia de ella y de lo bien que se lleva con sus consuegros.¡Estoy en una nube! ¡Se me casa el «mi neñu»!
Al acabar en la peluquería, se dirigiría a la zapatería de Luis a por sus bonitos zapatos. Le habrían quedado genial. Luis es el zapatero de confianza del barrio. Aunque andaría apuradísima de tiempo, se pararía a hablar con cualquier vecina que se cruce en su paso, que le preguntarían que qué tal lo llevaba. De camino a casa, una última parada, para recoger su vestido en casa de Azucena, la modista de toda la vida. Tras probárselo y, mirarse mil veces en el espejo, comprobaría que es un vestido precioso y le queda perfecto.
Mi madre estaría hoy aquí en primera fila. Su peinado clásico enlacado, con su vestido hecho a medida y sus zapatos. A juego unos pendientes de plata, ya que el oro no le gusta, y un bonito broche adornando su figura. Estaría perfecta. En sus manos llevaría un pañuelo blanco que apretaría constantemente mientras a menudo se seca las lágrimas que brotan sin cesar. Apretaría también los dientes y frunciría el ceño, para evitar derramar más lágrimas, pero le resulta imposible. Los nervios le podrían…
Desgraciadamente, mi madre hoy no puede estar con nosotros, porque falleció hace 17 años, aunque sigue viva en mi corazón. No pasa día sin que piense en ella. Al faltarnos la madrina titular he optado por sacer del banquillo a la madrina suplente, mi hermana. Mi segunda madre. La verdad es que no lo está haciendo nada mal para ser su primera vez. Los mismos gestos de nerviosismo que nuestra añorada madre. ¡Cumples bien con tu papel, hermanina!
Aunque he perdido a mi madre, aún tengo la suerte de contar con la compañía de mi padre. A sus 88 años de edad está más bien de salud que el 70% de vosotros, os lo puedo asegurar. Aunque él no lo diga, tenía unas ganas enormes de verme casado. Ya no contaba con ello desde hace muchos años. !Qué ganas de que me independizara¡–
Añadió para finalizar:
–Os mando un abrazo muy fuerte y mi eterno agradecimiento a todos los que estáis hoy aquí: a mis dos familias y a nuestros amigos que ya son parte de esta historia que hoy se empieza a escribir. Gracias, de corazón.–
Concluyó apagando el micro y dándole un apasionado beso a su mujer…
Mientras tanto, fuímos testigos de aquel emocionado discurso.
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