Miércoles 3 ochobre / octubre
“Los rudos semblantes de los mineros aparecen preocupados, inquietos. Interrogándose unos a otros con la mirada. ¿Qué va a pasar?.. ¡La CEDA, no! La participación de la CEDA en el Gobierno sería una primera victoria oficial del fascismo. Aceptar esto, sin resistencia, sin lucha, sería tanto como prepararse la derrota, el aplastamiento, la tumba. Sería una complicidad”.
Manuel Grossi Mier. “La insurrección de Asturias”. Ediciones Júcar. Madrid, 1978.
“En la noche del 3 al 4 de octubre, el diputado socialista Teodomiro Menéndez viajó en tren de Madrid a Oviedo. En el forro de cuero de su sombrero llevaba escondido un pequeño papel que contenía la consigna del Comité Revolucionario Nacional para el de Asturias. Eran aproximadamente las diez y media de la noche cuando Teodomiro Menéndez llegó a las oficinas de “Avance”. Allí le esperaban Ramón González Peña, Graciano Antuña, Javier Bueno y Francisco Martínez Dutor. El papel contenía una escueta consigna: “Huelga general insurreccional”, y la clave con la que sería confirmada telegráficamente. Todo debía de estar preparado para ese momento”.
Javier Rodríguez Muñoz. “La revolución de octubre de 1934 en Asturias”. La Nueva España, Oviedo, 2010.
“¡A la acción! ¡No más palabras! Peña endereza su figura gigantesca, un poco inclinada de costumbre. A sus ojos asoma la lumbre de “los días grandes”… Su paso pierde el ritmo vacilante del paseo y se vuelve hacia sus compañeros:
-Ea… ¡Ya está aquí! Ahora… a no perder tiempo… La vida “la hay que perder”; pero con provecho. Todo está listo. Hay que constituir los Comités. A ver, tú… vosotros… ya sabéis”.
Matilde de la Torre. Periódicu “El Socialista”. 31 de enero de 1936.
Jueves 4 de ochobre / octubre
“En efecto, el día 4 de octubre de 1934, al hacerse pública la constitución del nuevo gobierno presidido por Lerroux, en el que participaba Acción Popular (tres ministros de ésta y dos Agrarios), los socialistas hicieron a la Alianza Obrera otra de sus comunicaciones. Pero no se trataba de la insurrección para la que tantas alertas hipócritas habían dirigido al proletariado, no de la insurrección a la que tan cabalística y exclusivamente dedicaban las A.O., no de la “batalla decisiva” en nombre de la cual dejaron vencer la huelga campesina y obstaculizaron todas las batallas tácticas, no se trataba de la revolución social, cuyo “compromiso solemne” de desencadenar había contraído el Partido Socialista “ante el proletariado español y mundial”; no, los socialistas comunicaban a la A.O. una orden de huelga general pacífica… para dar tiempo a que el presidente Zamora reflexionase y exigiese la dimisión del gobierno recién formado”.
Manuel F. Grandizo Munis. “Jalones de derrota: promesa de victoria”. Edit. Lucha Obrera. Méjico, 1948.
“A prima noche se recibe la noticia de haberse formado el nuevo Gobierno. ¿Será ese el instante elegido por los revolucionarios para lanzarse al movimiento? Toda la fuerza pública está en la calle, salvo los retenes indispensables que permanecen en sus cuarteles con los coches a la puerta. Los carros de Asalto y los camiones de la Guardia Civil recorren sin cesar la capital y los pueblos de las inmediaciones. Lo mismo se ordena que hagan los vehículos oficiales que se han enviado a la cuenca minera”.
Fernando Blanco Santamaría. “Notas informativas sobre su gestión en el Gobierno Civil de la provincia de Asturias”. Archivo de la Guardia Civil. Salamanca. Citado en “La revolución de octubre de 1934 en Asturias”, de Javier Rodríguez Muñoz.
Viernes 5 de ochobre / octubre
“El día cinco, a las dos de la madrugada, en la pequeña localidad de Figaredo y de boca del hijo mayor de Manuel Llaneza, recibí la orden de salir a la calle, orden que transmití al resto de comprometidos para la acción y que, la víspera, habían pasado la noche en vela esperando la consigna que no llegó. A las seis, cada cual estaba en su puesto, requisadas ya las armas en posesión, hasta entonces, de elementos derechistas de la localidad, más las de los guardas jurados de las empresas mineras desarmados sin resistencia de su parte. Y, como había previsto nuestro grupo – nuestros grupos, pues cada nueve hombres componían uno el mando de un responsable – se fue en dirección del pueblo de Ujo, del otro lado del río Caudal, considerando que los compañeros de Valdecuna y de Mieres se encargarían del Cuartel de la Guardia Civil de Santullano. Despacio, ya que los guardias de Ujo se habían parapetado del otro lado del río y tiraban sobre nuestra columna, logramos pasar el puente, haciendo retroceder a la patrulla en dirección del cuartel. Cuando llegamos a las cercanías de éste, nos encontramos con los compañeros de la localidad, a los que nos unimos y, hacia las siete, el cerco era total. Desde un principio empezó el tiroteo entre sitiados y sitiadores, los primeros habiendo creído, al principio, que se trataba de una huelga de tantas como había conocido en el pasado la cuenca minera, según confesión de uno de los guardias al autor de este trabajo. Yo, en compañía de un gigantón de Cuna, me metí debajo de un vagón de mercancías estacionado cerca del cuartel, frente a la Estación del Norte, para intentar lanzar, desde allí, paquetes de dinamita. Juan, mi compañero, salió de debajo del vagón y, cuando, en pie, iba a lanzar un paquete de explosivos, recibió una bala en el vientre, se plegó en dos, cayó al suelo y la dinamita estalló cerca de él. Fue el primer y único muerto en esta operación.
Más tarde, vista la resistencia de los guardias, mandados por el teniente Torrens, arreció el ataque, ya desde la parte trasera – la Estación del Norte -, ya por la parte delantera donde el cuartel estaba separado de los revolucionarios por una plazoleta. De repente, un joven socialista de Ujo, Amador, se lanzó en dirección de la puerta del cuartel y yo le seguí, por reflejo, sin tener en cuenta que era una operación suicida, lo que probaba nuestra inexperiencia en el arte de la guerra. Así estuvimos ambos, ante la puerta cerrada, durante algún tiempo y sin correr, en principio sin ningún peligro gracias al ángulo muerto, a menos, lo que no creíamos, que un defensor dejara caer una granada a lo largo de la ventana. Inesperadamente, a las nueve en punto de la mañana, se abre la puerta del cuartel – una de las dos puertas -. Sale el primero, pistola en mano, tomada por el cañón, el teniente jefe del puesto. Amador se precipita y toma el arma. Seguidamente, van saliendo los guardias, desarmados, que son detenidos por los revolucionarios. Amador y yo, entramos los primeros en el cuartel rendido. En aquel momento, ya rendida la guarnición, aparece un grupo de revolucionarios en medio de los cuales está Don José Sela y Sela, banquero, ex-alcalde de Mieres, al que los de Santullano, donde él vivía y en cuyo domicilio fuera detenido, traían para presionar a la guarnición mandada por Torrens. Demasiado tarde. Amador y yo, encontramos dentro del cuartel bombas de mano, varias cajas de municiones, tres de ellas abiertas pero casi llenas, varios fusiles en el suelo. Poco después todo este material fue requisado y enviado a los frentes”.
Alberto Fernández. “Tiempo de historia”, nº 17. Abril 1976.
“Los guardias, con un sargento al frente se entregaron y se les hizo prisioneros. Sus armas reforzaron el menguado arsenal revolucionario. En el Ayuntamiento (de Mieres) perdieron la vida dos guardias y resultaron heridos siete. Dos días después apareció escondido otro guardia que en el momento de la rendición buscó refugio en la torre del reloj”.
Ignacio Lavilla. “Los hombres de octubre”. Xixón, 2004.
“Nos encaminamos hacia el cuartel de los guardias de Asalto (a las ocho y media de la mañana, una vez tomado el Ayuntamiento). Por mi parte querría, si ello fuera posible, evitar la efusión de sangre. Tenemos en nuestro poder al sargento de los guardias de Asalto. Quizá pueda él influir para que se rindan estos sin lucha. Se lo digo. Él se niega alegando que no sabe lo que les tiene que decir. Redactamos una cuartilla y se la entrego para que la lea ante sus compañeros. Él muestra su conformidad.
Llegamos ante el cuartel. El sargento da lectura al escrito que acabo de entregarle. Tras una corta deliberación, los guardias de Asalto deciden rendirse sin lucha. Nos mandan para comunicárnoslo a un emisario. Está éste cumpliendo su cometido cuando un desgraciado apodado “Fantomas” le da un culatazo en la cabeza. Los otros guardias, que presencian la escena desde el cuartel, rompen inmediatamente el fuego contra nosotros, hiriendo a varios camaradas. Algunos mortalmente.
Nos encontramos a unos metros de la puerta del cuartel. Comprendemos que un retroceso en estas condiciones sería darles a los guardias la sensación de la derrota. Decidimos avanzar a toda costa. Nuestra decisión en el ataque se ve coronada por el éxito; diez minutos después logramos apoderarnos del cuartel. Han caído muertos todos los guardias que se encontraban en el interior del edificio. Sin el gesto imbécil de “Fantomas” se hubiera evitado este estúpido derramamiento de sangre”.
Manuel Grossi Mier. “La insurrección de Asturias”. Ediciones Júcar. Madrid, 1978.
“Entre la multitud, la mujer de un guardia civil daba voces, preguntando por su marido. La llevaron adonde se hallaba herido, para consolarla. El pueblo es generoso con sus enemigos cuando estos se encuentran abatidos: el dolor y la miseria hace a los hombres compasivos con los que sufren. Así fue el pueblo de Mieres y así son todos los pueblos de la tierra”.
Fernando Solano Palacio. “La Revolución de Octubre. Quince días de Comunismo Libertario”. Fundación Anselmo Lorenzo. 1994.
FUENTE
https://www.mieres.es