Cae el sol y llega la noche. Un día más que se ha perdido. En la cama, soy un muerto más, que cae en un vacío existencial, buscando el llegar a todo fondo, a tocar un suelo donde apoye mis pies cansados.
Intento encontrar una salida del infierno que me busca sin cesar, que sigue mis pasos, que se alimenta de mis huellas. Un sólo segundo me vale para recordar cómo mi vida llegó a estos cauces, cómo mis sueños se ahogan sin saber si existe un final próximo, donde halle de una vez por todas, la puerta a una nueva sonrisa.
A veces, bastan sólo unas pocas palabras para darme aliento y seguir hasta la siguiente mirada y poder detenerme unos minutos y contemplar con orgullo, cómo mi alma se disuelve una vez más con la llegada de la luz del sol.
Tengo miedo al silencio y a lo que pueda llegar después. El fracaso es tan sólo una parada más en la vida. Velé por ella en momentos en los que mi salud lo era todo, en momentos en los que la vida me ponía a prueba y disfrutaba un instante más poniéndome dudas.
No es el viento, es mi voz, quien recorre los parajes más inhóspitos, recordando esas palabras dulces que deletreaban un simple: «te quiero» o un «te amo». Cada palabra que te he dicho en cada instante de esta vida, me ha servido para hacerme valer, para ganarle otra partida más a quien cada noche juega conmigo, a quien cada noche me apuesta que tú y yo no volveremos a vernos.
La ignorancia me hizo fuerte, la envidia me animó a sentirte cada vez más lejos y las mentiras me alentaron a continuar, a sentirme útil, donde no hay excusas para la libertad, a notar la presión de tus puñales en mi pecho y, sin mirar atrás, me dí cuenta, de que hay vida más allá de estas puertas, que no hacen más que cerrarse.
Otro día, ya nace el sol. Ya queda menos para olvidar, pero más para seguir odiando. Nunca se extinguen esas pequeñas frases de amor, que dictaba el corazón. Por cada palabra que salió de mi boca es una bala más para acabar contigo…
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