Se llama Pablo y es «Carbayón» de toda la vida. Roza el medio siglo de vida, tiene un trabajo bueno y estable, coche propio y es feliz compartiendo piso junto a su pareja. Cada Domingo, porque no se pierde ninguno, se desplaza casi 300 Km, hasta unas residencia a las afueras de Burgos, para poder ver a su madre, Lola.
La residencia de mayores donde se aloja su madre, cuenta con muchas comodidades y excelentes cuidados. Uno de esos «extras», es poder pasear libremente por las instalaciones exteriores, rodeadas de bancos de piedra y custodiado por innumerables árboles centenarios, que dan una sombra espléndida en verano.
Como cada Domingo, Lola, espera ansiosa la llegada de su único hijo, Pablo. Conversan durante horas y, ella, entre carcajada y carcajada, le acaba contando lo mismo del último Domingo. Como ella dice: «creo que se me está llenando la cabeza de telarañas». Le pregunta a su hijo, infinidad de veces, por su trabajo. En la residencia presumo mucho de ti, que lo sepas, dice ella.
Él, en cambio, le habla de sus cosas cotidianas. De lo que menos quiere conversar es de su trabajo. No es tan bueno como su madre piensa. No obstante, es un buen puesto en una, digamos, gran empresa, aunque las cosas no van bien últimamente, pero van «arrastrándose como pueden».
Al final de la tranquila zona, donde vigilan de cerca los bancos esos hermosos árboles que dan su esplendorosa sombra, hay una pequeña cafetería donde hacen un estupendo café y lo suelen acompañar con unos churros recién hechos. A Lola le encantan. Mientras Lola le espera sentada para no caminar mucho, su hijo, se acerca a la cafetería a por unos descafeinados y media docena de churros.
Los cafés aún llegan templados y, los churros, aunque llegan más fríos, duran un suspiro. Así que lo principal, es comerse los churros y luego bajarlos tomando el café. La conversación a continuación es más airosa y, como pronto empiezan a irse que llega la hora de la cena, y son siempre muy puntuales, su hijo se despide de su madre, hasta el próximo Domingo. Sin apenas palabras, se dicen un sincero «cuídate mucho», un «te quiero» y cada uno se va por su lado.
Pablo, no es de «pisarle» mucho al coche y tarda sus cuatro horas tranquilamente, pero eso si, hace siempre una corta parada en el mismo restaurante de siempre, al lado de la carretera, para tomar algo e ir cenado ya para casa. Allí le comenta a Ramón, el cocinero, con el que tiene mucha confianza, el cómo está su madre de salud y el tiempo que hacía en Burgos, que ya empieza a oscurecer pronto y refrescar por las tardes.
Por otro lado, Lola, mientras cena con su compañera de habitación, le cuenta lo bien que se lo pasó la tarde del Domingo.
Hoy, mi hijo Pablo, volvió a irse pronto porque seguramente que mañana madrugará bastante. Estuvimos hablando de nuestras cosas y de lo feliz que era con su pareja. Se mudaron no hace mucho y aún están arreglando el piso a su manera. En el trabajo le va bastante bien, no tiene mucha queja. Luego se fue, casi siempre sin despedirse, como si desapareciera. Ya sabes que mi cabeza me juega malas pasadas. A veces no me doy cuenta que se va y, otras veces si, pero ya es tarde para despedirme.
Luego, como todos los Domingos, apareció de nuevo, ese hombre tan galante y misterioso, que me halaga y me trata tan bien. Me trajo, como siempre, un café descafeinado y unos churros tan ricos de esa cafetería al otro lado de la residencia. Creo que intenta algo conmigo pero ninguno de los dos da el primer paso y apenas hablamos nada. Me suele decir: «cuídate» y «te quiero», pero será porque me tiene aprecio. Le veo muy joven para mi, pero se pensará que soy una viuda con dinero… Pobrecillo cuando se entere de que no es así.
Prólogo y edición de Juan Rodr guez Madrid, Instituto Cervantes (Colección Los Galeotes), 2019, 212 pp. Edicion de Juan Aguilera Sastre Sevilla, Renacimiento (Biblioteca de la Memoria, Serie Menor, 65), 2019, 564 pp.