No existe la vida eterna porque nada es eterno. Así como todo tiene un principio, también todo tiene un final. Las más grandes cosas han de morir para nuevamente volver a empezar como un ciclo interminable.
La energía transmitida por una persona, no es la persona, es lo que hay dentro de ella. La energía que surge de cada pensamiento, su propia fuerza de voluntad. El impulso para hacer las cosas y motivar a otros a levantarse y luchar, esa persona que emana amor y parece que nada pudiera quebrantar su alma, a simple vista parece eterno.
Pero nada es para siempre y lo que ha nacido debe morir. Como hoguera que da calor a quienes lo necesitan y como lámpara que ofrece luz a tu camino, no tienen una fuente inagotable dentro, porque no existe fuente inagotable. La energía no puede ser creada ni destruida, solamente se transforma.
Exactamente por esa misma razón debemos suponer que tal persona debe ser alimentada constantemente, no su cuerpo, sino lo que habita dentro de ella. Sus pensamientos, su propia fuerza de voluntad y el impulso para contagiar a otros de la misma forma, su alma. Porque alguien que da una parte de si mismo constantemente, que comparte quién es, sin medir, una y otra vez, que contagia de amor y sonrisas, sin obtener nada y recibir golpes a cambio, se apaga.
Se convierte en otra alma cansada, agotada. Debe morir para que otra nazca. Quizás cuando entendamos ésto y actuemos con reciprocidad, cuando demos la misma medida de lo que recibamos y sepamos apreciar, cuando al fin entendamos que todo tiene un origen pero también un final.
Sólo ahí,quizás, grandes mentes y grandes almas, grandes luces que hacen del mundo un buen lugar, no tengan que morir y, al ser constantemente alimentados, como fuego vital, durante una noche fría, más y más personas agradecidas puedan refugiarse a su lado.
Mi alma se está agotando.