«Cerré los ojos por un instante. Los apreté con fuerza y creí tenerla cerca. Al abrirlos, regresé en silencio a mi cruda realidad. Quizás fue por las ganas de verla, de tenerla junto a mi; o por la fuerza con la que apreté los ojos, pero varias lágrimas resbalaron por mi cara, deslizándose suavemente y empapando mi tristeza. Al llegar a mis mejillas se suicidaban sin pensárselo dos veces. Una de ellas, colgando de mi mejilla izquierda, pensaba:
¿No hay amargura suficiente para acabar con este dolor, para concluir con esta pena y desaparecer?. Nací libre y broté de unos ojos que no conocen tristeza alguna.
Cuando es por amor, las lágrimas no llegan a desprenderse de la cara, porque todas son diminutos sentimientos de recuerdos hacia la persona que se ama. Todas son parte de esa magia interior que nos hace especiales y únicos. Todas son parte de una misma historia, la que nace, crece y va inundando nuestro corazón.
La distancia tiene incompatibilidad con el olvido y, cada piedra que en esta vida nos ha hecho tropezar, va forjando nuestro futuro, nuestro único camino, juntos hacia la eternidad.«
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