¿Quién nos dicta el camino a seguir? Hay un largo trayecto hacia la eternidad y no conviene entretenerse. No siempre el camino más corto es el mejor.
Buscamos el que nos haga mejorar como personas, el que nos devuelva la ilusión y la felicidad. Esa felicidad tejida a base giros del destino, construída sobre una base fuerte de sentimientos y nutrida por una ilusión diaria.
Una ilusión que vamos creando nosotros mismos, a base de esfuerzo y tesón, con las pocas fuerzas que nos van quedando, cuando ya hemos dado todo por perdido.
Muchos son los que se van quedando atrás…
Buscaba la forma de desaparecer por completo pero no encontraba lugar donde esconderme. Desaparecí sin dar explicación a los que me rodeaban, a los que me apoyaban, desde que se quebraron mis alas.
Esperaba algo mejor del porvenir desde hacía ya mucho tiempo. Volví a equivocarme, mi fe ciega me jugó otra mala pasada. Pasaba los días aislado del mundo exterior.
No buscaba refugio en ningún sitio, sólo pensaba evadirme de la realidad por un instante y volver cuando las cosas se hubiesen calmado, con la esperanza de que se arreglasen, cuando la calma entrase en escena.
Tenía la esperanza de que, de alguna manera, todo volviese a empezar de nuevo. Lo que meses atrás me pareció estar inmerso en un sueño, estas semanas, me destrozaban el alma. Mis alas cesaban en su batir inútil por mantenerme en lo más alto y caí.
Cuando el camino empezaba a desviarse, la ausencia se alimentaba de ese odioso olvido y, el olvido, se volvía camino otra vez. Cuando la niebla que nublaba mis ojos desaparezca, todo ésto terminará y volverán a florecer de nuevo los sueños. Más sueños e ilusiones que nunca.
Cuando caiga la venda que me cubre los ojos, será el comienzo de una nueva y ansiada vida, que me hará sentirme vivo de nuevo, marcándome mi camino y, siempre mirando hacia adelante, no dejándome echar la vista atrás.
Alguien dijo una vez que no podemos escapar de nuestro destino, que el mundo iba a dar tantas vueltas como fuese necesario, tan solo para vernos caer, para vernos hincar en tierra nuestras rodillas.
Al menos, una vuelta más ha de dar el mundo si quiere verme desfallecer. Ella, también dijo una vez que los días irían sucediéndose unos a otros, que ansiaba la llegada de la noche para encontrarme en sus sueños, para contemplar la belleza de mis dulces ojos.
Deleitarse escuchando el encantador sonido de mi voz, para sentir el cautivador roce de mis manos.
Hoy, doy por hecho que sus palabras no sirvieron de nada, que terceras personas se llevaron lo mejor de mi vida. Me arrebataron mi sueño, me cortaron las alas y echaron sal en mis heridas.
Pronto, pronto crecerán de nuevo mis alas y podré remontar el vuelo. Libre, podré volar libre y, desde mi cielo gris, ver como ella, quien me hizo sentir, quien me cautivó, quien cuidó de mi con dulzura, es feliz, aunque no sea en mis brazos.
También alzo la vista y ya no veo esperanza alguna. Todas las noches vuelvo a ser el ángel caído, aguardando el día en que volvamos a encontrarnos vagando en la oscuridad hasta que desaparezcamos en ese tumulto de desdichados fantasmas que, por una vez en la vida, nos recuerden lo que una vez fuimos, un mismo corazón.
Tampoco acabó como acaban las historias, porque de amor no muero, porque, cuando todo acabe, empezará otro camino. A ti si que no te olvidaré, porque te lo he prometido.
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