Tumbado en la cama, no dejaba de pensar en algo que intentaba taladrarme la cabeza, que me ahoga. Mi respiración era débil y pausada. Entrecortada por gemidos de dolor que intuían lo peor. Cerraba los ojos y todo a mi alrededor se teñía de oscuridad.
Gritos y llantos montados en cólera, surgían entre las sombras. Mis ojos intentaban centrarse en un punto y vislumbrar algún haz de luz, pero en vano, se cegaban por la impotencia de no poder ver ni hacer nada. Las voces en mi mente me perturbaban y tuvo que ser la música la que apaciguara ese momento. De repente, la luz de mi habitación se encendió…
Abriendo los ojos poco a poco, para acostumbrarme a la luz, pude distinguir rápidamente una persona que me hacía una señal con la mano, como diciéndome: ¡!!vamos!!!
Acababan de llamar del hospital con la excusa de que ella había empeorado. Nadie se creía aquello, pero nos temíamos lo peor. Uno a uno fuimos llamando al resto. En aquella fría y gélida sala de hospital nos reuníamos todos. Eran cerca de las 2 de la madrugada.
Con su cuerpo presente frente a nosotros, nuestras manos se unían en un gesto de desesperación. Había llegado el momento y, a pesar de tenerlo todos preparado para cuando llegase, nos habíamos quedado petrificados ante aquel menester. El silencio, roto por los llantos, nos invadía a traición.
Poco quedaba por hacer y decir en aquel momento. Llamar a algún familiar cercano y pensar en llamar al resto al día siguiente. Abatidos por el dolor, decidimos regresar cada uno a su casa. Los días siguientes serían muy duros…
Aquella noche fue sin duda, la peor noche de mi vida. Como bien se dice, nunca sabes cuánto quieres a una persona hasta que la pierdes. Aquella noche perdí a mi madre y recité a la brisa nocturna, canciones y poemas tristes, porque la noche triste era lo que me pedía.
Por muy lejos que esté siempre está tan cerca de mí, que hasta puedo tocarla. La recuerdo por los malos y por los buenos momentos, porque por una cosa u otra, ha escrito parte de mi vida. Dicen que nadie muere hasta que alguien le olvida. Ella me dio la vida, ¿qué más le puedo pedir?. Si ya no está entre nosotros, no me importa, sé dónde puedo encontrarla…
Nunca te olvidaré, te lo he prometido…
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