«En toda Europa se apagan ahora las luces, puede suceder que jamás volvamos a verlas encendidas”, manifestó el ministro de Exteriores británico, Edward Grey, aquel 1 de agosto de 1914. Un mes antes, un nacionalista serbio, Gavrilo Princip, había asesinado en Sarajevo al heredero de la Corona austrohúngara, el archiduque Francisco Fernando.
Austria culpó a Serbia del asesinato y exigió satisfacciones. Al no lograrlas, le declaró la guerra e invadió su territorio. Rusia, con pretensiones hegemónicas en los Balcanes, llamando a la hermandad eslava, movilizó sus tropas. Alemania, miembro de la Triple Alianza junto a Austria e Italia, mandó un ultimátum a Rusia y Francia, que formaban la Triple Entente junto a Gran Bretaña.
El 1 de agosto Alemania declaraba la guerra a Rusia y estallaba el conflicto. Dos días después, Alemania violaba la neutralidad belga y atravesaba su territorio camino de Francia. Gran Bretaña, que se mantenía dubitativa, reaccionó alineándose con sus aliados el día 4. Aquella “semana negra” dio paso a una espiral de alianzas que implicaría en los siguientes cuatro años a veintiocho países de todo el mundo, entre ellos Japón y Estados Unidos, contra las potencias centrales: Alemania, Austria-Hungría, el Imperio otomano y Bulgaria.
Los alemanes esperaban deshacerse rápidamente de Francia, como había ocurrido en 1870, para volcarse en Rusia. Según el Plan Schlieffen, directriz de combate del Estado Mayor Central alemán, se incitaría el ataque francés hacia sus unidades agrupadas en la frontera, en una maniobra que permitiría al grueso de sus tropas, atravesando Bélgica, rodearlas por la retaguardia. Pero no salió como esperaban.
Tras derrotar a los franceses en Morhange y Las Ardenas y a los británicos del general French en la frontera franco-belga, en Dixmude, los aliados se replegaron hasta el Marne. Allí, el general francés Joffre, gracias a la movilización de todo tipo de vehículos parisienses para llevar tropas al frente, frenó el avance alemán y, de la mano del general Foch, les obligó a que se retiraran a las regiones fronterizas. Al fracasar el avance alemán hacia el mar del Norte –los belgas inundaron la región del río Yser–, se estabilizó una línea de frente, desde la frontera suiza hasta el canal de La Mancha, que se convirtió en una sangrienta guerra de trincheras hasta 1918.
El fracaso del Plan Schlieffen en Francia fue aprovechado por los rusos para lanzar una ofensiva que, de no haber sido frenada por el mariscal Hindenburg en Tannenberg, habría alcanzado el corazón de Alemania. Aun así, le arrebataron Galitzia a Austria. En esos días Rusia, Gran Bretaña y Francia firmaban el Pacto de Londres, por el que coordinaban sus fuerzas militares.
En 1915, el general Falkenhayn, que había sustituido a Moltke al frente del Estado Mayor alemán tras la derrota del Marne, modificó en parte el Plan Schlieffen y decidió acabar con los rusos antes de volcar todos su esfuerzos contra franceses y británicos. Con el apoyo austrohúngaro, los derrotó en Gorlice y les obligó a retirarse de Polonia. Al mismo tiempo, la entrada de Bulgaria en guerra al lado de los imperios centrales provocó la debacle serbia y que perdiera todos los territorios recuperados a finales del año anterior, incluida Belgrado.
Los otomanos atacaron los puertos rusos del mar Negro y avanzaron por el Cáucaso, lo cual fue replicado por el bombardeo naval británico de la costa turca, además de una ofensiva en Mesopotamia por parte del Ejército de India. Un nuevo reequilibrio de fuerzas se produjo con la entrada de Italia, en mayo de 1915, al lado de Francia y Gran Bretaña, a pesar de ser miembro de la Triple Alianza, ya que supuso la apertura de un nuevo frente para los austrohúngaros.
En 1916, Alemania dejó que la situación se pudriera en el frente ruso y se volcó en el occidental, lanzando una ofensiva sobre la línea fortificada francesa de Verdún. La resistencia del general Pétain convirtió este campo de batalla en una tumba diaria para millares de hombres. La paralización del avance alemán fue aprovechada por el general francés Joffre y el británico Haig para lanzar una ofensiva en el Somme.
Pero, como en Verdún los alemanes, fracasaron a la hora de romper las líneas enemigas, convirtiéndose la ofensiva en otra innecesaria sangría de soldados. En el curso de esta batalla los británicos utilizaron por primera vez los carros de combate. En el frente del este, el general ruso Brusilov aprovechó la situación para lanzar a su vez un contraataque por el que derrotó a los alemanes en Galitzia y en Bucovina. Mientras que en los Balcanes el Ejército serbio, reorganizado en Grecia con el apoyo militar francés y británico, pasaba al contraataque.
A mediados de año, la flota alemana había intentado romper el bloqueo naval británico, que le impedía recibir los suministros necesarios para proseguir el esfuerzo bélico, pero fue repelida en Jutlandia. La situación se agravó con la entrada en guerra de Rumanía en el bando aliado. El riesgo de que Alemania perdiera sus suministros de trigo y petróleo provocó la sustitución de Falkenhay por Hindenburg y Ludendorff, y que se le encomendara al primero conquistar Rumanía, lo que logró en tres meses.
Para esas fechas, Alemania ya había perdido sus colonias: en Asia, Tsingtao había caído en manos británicas y japonesas; sus colonias del suroeste de África las tomaron los británicos; y las de África oriental las perdieron con la capitulación en Dar es Salam; mientras que la Nueva Guinea alemana fue tomada por Australia. Como réplica, Alemania intentó castigar la retaguardia británica apoyando la sublevación en Dublín, pero fracasó. Lo mismo haría con respecto a México, alentando un conflicto contra Estados Unidos para reclamar sus viejas posesiones, pero en este caso solo aceleraría la entrada norteamericana en el bando aliado.
Inmovilizados los alemanes en Verdún, los aliados coordinaron sus fuerzas para contraatacar en Ypres y en Cambrai, en donde emplearon 400 carros de combate. En el mar, tras no lograr sus objetivos en Jutlandia, Alemania desató una guerra submarina sin cuartel para intentar cortar la vía de suministros a Francia y Gran Bretaña. De 130 submarinos, Alemania tenía navegando continuamente 70, sembrando el terror entre los mercantes aliados.
Pero el hundimiento de algunos barcos, como el Lusitania y el Sussex, con ciudadanos estadounidenses a bordo se volvió en su contra y precipitó la entrada en guerra de Estados Unidos con los aliados en abril de 1917. En Italia, meses después, los alemanes arrollaban al general Cadorna en Caporetto. El ejército italiano se replegó hasta el Piave y no pudo reorganizarse de no ser por la presencia de un contingente franco-británico.
Donde mejor iban las cosas para los aliados era en Oriente Próximo, en donde el coronel Lawrence, el mítico Lawrence de Arabia, sublevó a las tribus árabes contra los otomanos, lo que permitió a los británicos tomar Bagdad y Jerusalén. 1918 llegó para los aliados con el serio inconveniente de la retirada rusa de la guerra por la revolución soviética. La abdicación del zar no había impedido que el nuevo gobierno de Kerenski prosiguiera la guerra; pero el Ejército estaba agotado y fue derrotado en Bucovina.
FUENTE
https://www.lavanguardia.com/
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