30 monedas, la serie de HBO dirigida por Álex de la Iglesia, nos sitúa en el pueblo de Pedraza (Segovia), en el que aparece una de estas monedas que significaron la traición y la muerte de Cristo. Según el pasaje mencionado anteriormente, Judas Iscariote, discípulo de Jesús, pactó con el Sanedrín traicionar y entregar a su maestro a cambio de dichas monedas. Sin embargo, hay varias cuestiones que suscitan dudas en torno a este pasaje del Evangelio de San Mateo.
En primer lugar, la propia cantidad de las piezas. A pesar de que es archiconocido el número de monedas que le fueron entregadas a Judas, en realidad no es la única vez en la Biblia que se menciona un pago de similar cuantía, lo que ha hecho sospechar a los estudiosos que en realidad esas 30 monedas son un arquetipo recurrente en la mitología bíblica. Dos ejemplos mencionan una transferencia de la misma cantidad. En primer lugar, en Éxodo 21:28-32 se especifican las medidas que se deben tomar si un buey enloquece y mata a un hombre, a una mujer, a un niño o a un esclavo, y unas cuantas circunstancias específicas en las que se hayan podido producir dichas muertes. Sin embargo, también se menciona el castigo que se le impondrá al dueño del buey si el animal, en vez de matar a una persona libre, cornea y asesina a un esclavo o a una esclava. Ese castigo es, efectivamente, resarcir al dueño del infortunado siervo con 30 monedas de plata.
Otra de las ocasiones en que se menciona una cifra similar a la que llevó a Judas a traicionar a Jesús es en Zacarías 11:11-12. En este pasaje, el profeta Zacarías recibe por su trabajo un sueldo de treinta piezas de plata, al que sarcásticamente da la categoría de generoso, y Yahvé le ordena que, si no las desea, las tire en “el alfarero”. Esta referencia al “alfarero” es más importante de lo que parece. Cuando Judas, atormentado por la culpa, trató de devolver a los sacerdotes las monedas y estos se negaron, el antiguo discípulo arrojó las piezas al tesoro del Templo de Jerusalén y poco después se suicidó ahorcándose (Mateo 27:5). Los sacerdotes, entonces, decidieron no dejar esas monedas en el Templo al estar manchadas de sangre y emplearlas en la compra de un terreno, precisamente llamado el campo del Alfarero (Mateo 27:7), para construir un cementerio para los peregrinos, para los extranjeros que llegaran a la ciudad. Mateo menciona entonces:
«Entonces se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías: “Y tomaron treinta piezas de plata, el precio en que fue tasado aquel a quien pusieron precio los hijos de Israel, y las dieron por el campo del alfarero, como el Señor me lo había ordenado”».
Mateo 27:9
En este pasaje, Mateo hace referencia a la compra de un campo por parte del profeta Jeremías, aunque el reformador Calvino planteó ya en el siglo XVI que en realidad Mateo o bien se equivocó o bien se refería en realidad a Zacarías (por la referencia a las treinta monedas). Es decir, el pago exacto de treinta monedas que menciona Mateo sería una forma de cumplir la profecía hecha por Jeremías o por Zacarías y así enraizar con el Antiguo Testamento, y no tanto la descripción de una cantidad histórica entregada a Judas.
Por otro lado, también podemos tener en cuenta otro aspecto, y es la propia forma en que los pueblos semíticos concebían el número treinta. Los sumerios, civilización muy anterior a la época de Jesús, basaban su sistema numérico en el 60, era un sistema sexagesimal. Treinta era, por tanto, la mitad de este número completo, algo que no tenía ningún valor. Esta concepción del número treinta traspasó a la cultura sumeria e impregnó a todas las demás de Oriente Próximo, incluida a la israelita, algo que se puede ver muy bien en que el precio de un esclavo muerto sean treinta monedas de plata o que Zacarías desprecie un sueldo por el mismo valor. Por tanto, la cantidad que Mateo menciona de treinta monedas entregadas a Judas serían en realidad una forma de los sacerdotes del Templo de mostrar desprecio tanto por Jesús, al que consideraban un farsante, como por Judas, al que veían como un miserable traidor, aunque podríamos apreciar también otra visión, que es la que nos daría el profeta Isaías cuando describe al futuro Mesías:
«Despreciado y abandonado de los hombres varón de dolores y familiarizado con el sufrimiento, y como un ante el cual se oculta el rostro, menospreciado sin que le tengamos en cuenta. Pero fue él ciertamente quien soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores, mientras que nosotros le tuvimos por castigado, herido por Dios y abatido».
Isaías 53:4
Es decir, es probable que Mateo fuera consciente de ese poco valor que tenían las 30 monedas de plata en el imaginario colectivo y quisiera hacer hincapié en ello, en que Cristo se sacrificó por la humanidad a cambio de una cantidad irrisoria de dinero.
Sin embargo, la segunda teoría es la más probable y plantea que las monedas eran en realidad siclos de Tiro. Se trata de una moneda que, aunque no es mencionada por su localización geográfica original en el Nuevo Testamento, se sabe que fue la más popular entre los judíos. Lo interesante acerca de esta moneda es su gran contenido de plata, en torno a un 97%, razón por la cual se convirtió en la moneda usada para pagar el impuesto anual al Templo de Jerusalén, y que todo varón judío mayor de 20 años debía abonar. Teniendo en cuenta que Judas recibió treinta piezas de plata por parte de los sacerdotes, lo más probable sería pensar que, precisamente por su gran contenido de plata y por ser la moneda utilizada para pagar el citado impuesto, fueran siclos lo que recibió Judas.
Otro de los aspectos más debatidos acerca del pasaje de Mateo ha sido aclarar qué clase de monedas fueron las que Judas recibió por la traición. Lo primero que debemos tener en cuenta es que la gran variedad de monedas atestiguadas en Judea en aquella época dificulta discernir el origen exacto de estas. Judea, antes de convertirse en provincia romana en el año 6 d. C, había estado bajo el control de los persas, de Alejandro Magno, del Egipto tolemaico y de los seléucidas. Durante cada etapa, cada vez que cambiaban las élites dirigentes, se introducían nuevas monedas, por lo que es complicado averiguar cuáles fueron las monedas exactas utilizadas como pago.
No obstante, los estudiosos han presentado dos posibles hipótesis. La primera es que podrían haber sido estáteros griegos. Los estáteros fueron la moneda más valiosa de las mencionadas en el Nuevo Testamento. Fueron acuñados originalmente en oro y después en plata por Filipo II y Alejandro Magno, y continuaron estando en circulación tiempo después de la muerte de ambos. En este sentido, cabe destacar un pasaje de Mateo (17:27) en el que se recoge cómo Pedro encontró, en la boca de un pez, una moneda que sería un estátero, la cual utilizaría para pagar el impuesto anual al Templo de Jerusalén. Por ello, algunos autores han deducido que las treinta monedas pudieron haber sido estáteros.
Los siclos fueron acuñados en varias ciudades, como Tiro, Antioquía, Gaza o Ascalón. Sin embargo, fue la ciudad fenicia de Tiro la que produjo la mayoría de las monedas de plata. El siclo, introducido durante la etapa seléucida, experimentó una transformación a la muerte de Demetrio II. A partir de entonces, en el reverso de las monedas de plata emitidas en Tiro se reemplazó la representación del monarca seléucida por el de la deidad fenicia Melqart.
Y es precisamente el siclo de Tiro la moneda elegida por los creadores de la serie 30 monedas. A lo largo de la misma vemos varias veces el anverso de la moneda, en el que aparece el semidiós fenicio antes mencionado. En el reverso, que apenas se muestra, se representa a la tradicional águila que encontramos en los siclos de Tiro.
Por otro lado, hay que mencionar que, dado que cada siclo equivalía a cuatro denarios, Judas, al recibir treinta monedas, habría obtenido cuatro meses de salario, la misma cantidad que se daba en compensación cuando alguien moría accidentalmente, algo que no casaría muy bien con el deseo de los sacerdotes del Templo de mostrar desprecio por Judas o por Jesús.
Son varios los lugares que afirmaban tener en su posesión alguna de las 30 monedas de Judas. Aparentemente, en nuestro país se habrían encontrado dos monedas. Una de ellas habría sido fundida en Velilla del Ebro (Zaragoza). La otra habría sido llevada, en 1788 y bajo las órdenes del cardenal Lorenzana, desde Puebla de Montalbán a la catedral de Toledo. Junto a España, Alemania, Brasil, Colombia, Francia, Italia, Perú, Portugal y Venezuela también sostienen que cuentan con alguna de estas monedas. Más llamativo es el caso de la Catedral de Zacatecas, en México, que afirma tener en su posesión nada menos que siete monedas.
No obstante, teniendo en cuenta la dificultad de conocer si fueron treinta monedas exactas, algo que, como vimos al principio del artículo, ya de por sí ha suscitado dudas, parece poco probable aceptar que haya alguien que pueda afirmar saber dónde se podrían encontrar dichas piezas a día de hoy… Y volviendo a Calvino, que en su Tratado de las reliquias afirmaba que “Si quisiéramos recoger todo lo que se ha encontrado , habría suficiente para cargar un gran barco”, si juntásemos todas las monedas de Judas quizá este hubiese podido comprarse un reino, aunque fuese de este mundo.
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FUENTE
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