Roberto Arlt (1900-1942), novelista y dramaturgo argentino, que abrió el camino a una nueva narrativa de tema urbano.
“Prólogo y palabras del autor de “Los lanzallamas”, Roberto Arlt, para su novela”:
“Con Los lanzallamas finaliza la novela de Los siete locos. Estoy contento de haber tenido la voluntad de trabajar, en condiciones bastante desfavorables, para dar fin a una obra que exigía soledad y recogimiento. Escribí siempre en redacciones estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana. Digo esto para estimular a los principiantes en la vocación, a quienes siempre les interesa el procedimiento técnico del novelista. Cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier parte. Sobre una bobina de papel o en un cuarto infernal. Dios o el Diablo están junto a uno, dictándole inefables palabras. Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo. Máxime, si cuando se trabaja se piensa que existe gente a quien la preocupación de buscarse distracciones, les produce surmenage.
Pasando a otra cosa: se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de sus familias. Para hacer estilo son necesarias comodidades, rentas, vida holgada. Pero, por lo general, la gente que disfruta de tales beneficios se evita siempre la molestia de la literatura. O la encara como un excelente procedimiento para singularizarse en los salones de sociedad. Me atrae ardientemente la belleza. ¡Cuántas veces he deseado trabajar una novela que, como las de Flaubert, se compusiera de panorámicos lienzos…! Mas hoy, entre los ruidos de un edificio social que se desmorona inevitablemente, no es posible pensar en bordados. El estilo requiere tiempo, y si yo escuchara los consejos de mis camaradas, me ocurriría lo que les sucede a algunos de ellos: escribiría un libro cada diez años, para tomarme después unas vacaciones de diez años por haber tardado diez años en escribir cien razonables páginas discretas. Variando, otras personas se escandalizan de la brutalidad con que expreso ciertas situaciones, perfectamente naturales, a las relaciones entre ambos sexos. Después, estas mismas columnas de la sociedad me han hablado de James Joyce, poniendo los ojos en blanco. Ello provenía del deleite espiritual que les ocasionaba cierto personaje de Ulises, un señor que se desayuna, más o menos aromáticamente, aspirando con la nariz, en un inodoro, el hedor de los excrementos que ha defecado un minuto antes. Pero James Joyce es inglés. James Joyce no ha sido traducido al castellano, y es de buen gusto llenarse la boca hablando de él. El día que James Joyce esté al alcance de todos los bolsillos, las columnas de la sociedad se inventarán un nuevo ídolo a quien no leerán sino media docena de iniciados. En realidad, uno no sabe qué pensar de la gente. Si son idiotas en serio, o si se toman a pecho la burda comedia que representan en todas las horas de sus días y sus noches. De cualquier manera, como primera providencia he resuelto no enviar ninguna obra mía a la sección de crítica literaria de los periódicos. ¿Con qué objeto? Para que un señor enfático entre el estorbo de dos llamadas telefónicas escriba para satisfacción de las personas honorables: “El señor Roberto Arlt persiste aferrado a un realismo de pésimo gusto, etc., etc.” No, no y no. Han pasado esos tiempos. El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un “cross” a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y “que los eunucos bufen”. El porvenir es triunfalmente nuestro. Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes, frente a la “Underwood”, que golpeamos con manos fatigadas, hora tras hora, hora tras hora. A veces se le caía a uno la cabeza de fatiga, pero… mientras escribo estas líneas, pienso en mi próxima novela. Se titulará “El amor brujo” y aparecerá en agosto del año 1932. Y que el futuro diga.”
Su vida:
Nació en Buenos Aires el 2 de abril de 1900, hijo de padre alemán y madre italiana. Abandonó la escuela primaria antes de aprobar el tercer curso, aunque a los ocho años ya escribió sus primeros relatos. Pronto fue un fiel frecuentador de la biblioteca del barrio donde leía libros de tendencia anarquista y luego a los escritores rusos Gorki, Tolstoi y Dostoievski. Entró en la Escuela Mecánica de la Armada de donde le expulsaron en 1910, lo que provocó conflictos con su padre. En 1924 comienza a relacionarse con los escritores de Florida y Boedo a cuyas diferencias poéticas y políticas asiste pero sin adherirse a ninguna en particular. Entró como secretario de Ricardo Güiraldes en 1924 y empezó a publicar en la revista Proa que Güiraldes dirigía; también escribió crónicas policiales en el diario Crítica, y desde entonces se dedicó al periodismo. En 1930 obtuvo el tercer premio del Concurso Literario Municipal con su novela Los siete locos (1932) que es un examen desesperado sobre la desorientación que provocó la I Guerra Mundial. Viaja a España y a su regreso a Argentina se encuentra con Juan Carlos Onetti con el que mantuvo una buena amistad. Murió el 26 de julio de 1942 víctima de un ataque cardiaco. Roberto Arlt llevó una vida llena de privaciones y de todo de tipo de problemas y Onetti ha dicho de él: «Es el último tipo que escribió novela contemporánea en el Río de la Plata».
Su obra:
Su primer libro, El juguete rabioso (1926), es una de las mejores novelas argentinas. Llena de rasgos autobiográficos y picarescos, expresa angustia y violencia con un soporte lingüístico áspero, vivísimo, al narrar la iniciación de un adolescente al mundo del hampa. En Los siete locos (1929) y Los lanzallamas (1931), donde se aprecia la influencia de Fiódor Dostoievski, uno de sus escritores preferidos, vuelve a aparecer retratado de modo muy realista el mundo de los bajos fondos de Buenos Aires, con sus tangos, delincuentes, prostitutas y rufianes. Arlt también escribió relatos, crónicas y obras de teatro renovadoras como La isla desierta (1937), un amargo retrato sobre la burocracia.
Bibliografía:
NARRATIVA:
El diario de un morfinómano (1920)
El juguete rabioso (1926)
Los siete locos (1929)
Los lanzallamas (1931)
El Amor brujo (1932)
Aguafuertes porteñas (1933)
El jorobadito (1933)
Aguafuertes españolas (1936)
El criador de gorilas (1941)
Nuevas aguafuertes españolas (1960)
Las Fieras y otros cuentos (1933)
TEATRO:
El humillado (1930)
300 millones (1932)
Prueba de amor (1932)
Escenas de un grotesco (1934)
Saverio el Cruel (1936)
El fabricante de fantasmas (1936)
La isla desierta (1937)
Separación feroz (1938)
África (1938)
La fiesta del hierro (1940)
DANIEL OMAR GRANDA
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