¡Si habremos desculado hormigas! -dijo el Braulio en alusión a la vieja parrilla que ya no estaba y que ahora, se había convertido en una parrilla-restaurante espectacular y con un local totalmente renovado.
– ¡Más que hormigas, botellas! -le recordó Venturini, mientras observaban la exquisita decoración del nuevo restaurante.
Como todos los 20 de julio, en la Argentina se festeja el día del amigo y ellos; se habían reunido por años por ese viejo ritual de la amistad. Esta vez era distinto. Se encontraron gratamente con un cambio que no se lo esperaban. Los «muchachos» de la desaparecida “Administración General de Puertos”, de Concepción del Uruguay; solían reunirse año tras año, sólo por festejar su amistad.
– Mirá, ahí viene Renato. Fijate la cara que pone cuando vea los cambios en el local -dijo Venturini.
– No nos vio. Si será corto de vista el boludo. Mira para todos lados, desorientado como Adán en el día de la madre -bromeó el Braulio.
– ¡Aquí Renato! -saludó Venturini ayudándolo a ubicarse.
– ¡Pero qué nivel, che! -dijo Renato a modo de saludo, mientras se acercaba a la mesa que ocupaban sus amigos.
– Nos reíamos con el Braulio, por la cara de desorientado que traías -replicó Venturini.
– ¡Realmente me sorprendió! No pensaba encontrarme con semejante restaurante. Y menos con un asador en el medio del local. Esto sí que es una novedad para ésta ciudad -aseguró Renato.
– ¿Che, qué es de la vida de la Vieja? ¿Saben algo? -preguntó Braulio por su compañera en la administración de la que no se tenían datos después del cierre.
– ¡Mirá, sé que se había casado y que andaba viviendo por Gualeguay o por Gualeguaychú! -dijo Venturini mirando hacia la puerta desde dónde, con la misma desorientación de Renato, se acercaba el Rengo Rodríguez.
– ¡Salú, a la barra! -saludó el Rengo, mientras se acomodaba como podía con su pierna ortopédica a cuesta.
– Raúl no va a venir -aseguró Renato- Así que el único que nos falta es el Tarta. Amigos por años, le decían “El Tarta” porque era tartamudo, por esas bromas inocentes que entre los amigos no importaban.
– ¡Essso, sssi lo dededejan vevenir! -se burló el Braulio del evidente defecto para hablar de corrido de su viejo compañero de trabajo.
– ¡Hablando de Roma…! -Venturini le hizo señas al Tarta para que los viera.
– ¡Cacacaca! -se atascó el Tarta al saludar.
– ¡Epa, que modales! -mmme paparece que este no es el momento para ir a hacer caca, replicó Braulio mientras los otros soltaban las carcajadas.
– ¡Cacaramba, nno los eencontraba! -dijo de Tarta de un tirón y como pudo.
Todos rieron y llamaron al mozo para empezar con el ritual. De entrada atacaron con un par de provoletas a la parrilla. Eso sí, cuando llegó el momento de elegir los vinos todos opinaron y al unísono. Al final, hubo consenso general con aceptar regar la mesa con la línea del Calvet y del Cabernet Sauvignon. El pobre Tarta, tuvo sus dificultades para decir que él prefería un: Chachachardodonnnay. Como no le hicieron caso, se terminó conformando con sumarse a la mayoría. Llenaron las copas e hicieron el primer brindis de la noche. Y entonces empezaron los raccontos: Venturini hacía ya dos años que trabajaba en una hostería de la ciudad de Colón y sobrevivía decorosamente. El Braulio era el único que se había quedado fiel al puerto. Consiguió que lo absorbiera el nuevo Ente Autárquico que administraba el puerto y seguía trabajando en los silos. Renato, correteaba todo artículo agropecuario que circulara por las dos orillas del río Uruguay: Argentina y la República Oriental del Uruguay. El Rengo ya se había jubilado por su discapacidad y se las rebuscaba como podía haciendo algunos trabajitos de gráfica. El Tarta quedó en el misterio ya que nunca hubo el tiempo suficiente para que explicara, con exactitud, en que empleaba sus días.
Venturini llamó al mozo y arrancamos con las achuras. Una maravilla. Nos trajeron una rosca que llamaban «la rueda», y por lo que pudimos saber, las armaba el mismo frigorífico con tripa gorda cortada para el convite. Los chorizos eran de campo y eso se notaba. Nada que ver con los que vendían en las carnicerías o en los supermercados. Se notaba que estaban hechos realmente de carne vacuna y carne de cerdo. Un par de riñoncitos y una mollejitas completaron el pedido. Cuando arrimaron la mesita para poner la parrilla al lado de nuestra mesa, estalló la fiesta. Las botellas del Calvet y del Cabernet Sauvignon iban y venían, con tanta asiduidad, que rápidamente hubo que reemplazarlas.
– Tarta – le dijo Braulio- Habla a repetición, pero no cocomás pppor dddos que no va a alcanzar para los demás. Todos rieron por la broma pero el Tarta no aflojaba con los dientes. Sin dejarlo respirar, lo llamaron al mozo y arrancamos con la carne. Cordero al asador para Braulio y Venturini, unas porciones de costillar al asador para Renato y, el Negro y el Tarta, prefirieron la tapa de asado mechada. Una verdadera olimpíada masticatoria. No se daban ventajas ni tampoco la pedían. El mozo nos observaba atentamente, no se sabe si para acudir rápidamente a nuestro llamado o simplemente, por qué no podía creer en tanta voracidad.
A la hora de los postres las cosas se calmaron. Para no perder la costumbre el fallo también fue dividido. Braulio y Venturini atacaron sendas Islas Flotantes mientras que Renato y el Rengo se conformaron con el mamón en almíbar. El Tarta, para llevarnos la contra, se pidió unos huevos Quimbos con crema y todos se rieron. Cuando el mozo trajo el pedido, nos quedamos esperando conocer los comentarios del Tarta.
– ¿Qqqué ssson, mmmozo? -dijo el Tarta.
– Los huevos Quiquimbos que mme pppidió, seseñor -respondió el mozo hablando por primera vez y poniéndose colorado al tartamudear igual que el cliente. Además, se ponía más nervioso, pensando que los comensales pudieran creer que se estaba mofando de su amigo.
– ¡Ahh! -dijo el Tarta sabiendo que todos esperábamos que la embarrara.
– Grraccias, hermamano -le dijo el Tarta con un gesto de aliento hacia el pobre mozo, que se sentía molesto por no poder controlar su tartamudeo.
La carcajada de la mesa fue general. Hasta el mozo, superado el primer momento, se sumó a la risa colectiva de todos aquellos amigos festejando.
Y ese fue el broche de oro de esa noche que, sin lugar a dudas, iban a recordar por siempre como se recuerdan las cosas simples y bellas que tiene la vida.
*** Daniel Omar Granda ***
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