Ayer almorzamos juntos. Hacía tiempo que no nos veíamos y sigue tan hermosa como siempre. La profundidad del mar en sus ojos celestes, distrajeron nuevamente mi atención. Laura está en pareja y eso nos contiene. Pero lo cierto, es que no creo del todo en sus palabras. Sé que algo no anda bien, que no es lo feliz que dice ser, que también ella recuerda con ternura nuestra relación. Sé que aún no está dicha la última palabra.
Luis, el dueño del restaurante, nos atendió personalmente. El lugar es perfecto: Una casona reciclada a nuevo y decorada con muy buen gusto y poca plata. Nos ubicamos sobre uno de los laterales, en una mesa discreta y agradable. Pedimos un buen vino, un Comte de Valmont, de bodegas Chandon y esperamos golosamente que Luis nos trajese la entrada. Y empezaron los raccontos…
Repasar con la mirada del otro nuestra vida, intentando asumir las consecuencias de lo que había sucedido en medio de nosotros, no fue tarea sencilla. En todo caso, intentamos que el otro no sintiera responsabilidad alguna. Dejamos previamente en claro, que fueron las opciones que alguna vez hicimos y que en ese sentido, ambos éramos responsables.
Laura intentó justificar su presente y no la dejé. Todo lo que me importaba era saber si era verdaderamente feliz. Sus labios dijeron sí, mientras la tempestad de sus ojos me gritaba otra cosa. Traté de distender la conversación y llamé a Luis.
Enseguida nos trajo el plato principal. Laura suspiró. Le dije lo que me pasaba. Que no me convencían sus palabras o en todo caso, que intuía que sus ojos decían algo más. Fue entonces que comenzó a llorar en silencio. Traté de contenerla con ternura y dejé que se desahogara, entonces ella me contó de su dolor y su infelicidad. Convivía con Ernesto, desde hace un año, casi por un reflejo condicionado. Había intentado ser feliz con tanta fuerza, que sentía un rechazo viceral a tener que aceptar otro fracaso en su vida.
No podía soportarlo y se sentía atrapada. Creyó que Ernesto era distinto y evidentemente, se equivocó. A pesar de todo, tenía el valor de revisar su vida, aunque esto no le alcanzara para tomar determinaciones más concretas. Aún debía madurarlo, o al menos, probarse si había hecho todo lo posible por superar las distancias. Callé mis pensamientos por respeto a su dolor. Me costaba horrores verla sufrir, nunca lo había tolerado. Mi soltería actual la inquietaba, porque era motivo de nuevas fantasías, pero inevitablemente era mi realidad. Jamás pude olvidarla, aunque nunca se lo dije. Intenté vestir una de mis máscaras, pero ella lo advirtió. Siempre que me desbordaba la realidad, asumía “algún papel discreto y actuaba otro libreto”. Laura me conocía tanto, que no dejó que me escondiese en una nueva simulación y me pidió ser sincero.
Sus idas y venidas no me excusaron de la respuesta esperada. Le pedí disculpas por la brutal sinceridad de mi respuesta. Simplemente, dije: Aún te amo y espero.
Por recuperar el don de la palabra, le solté mi poema como una paloma al viento…
*** Daniel Omar Granda ***
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