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Recuerdo cuándo y cómo pasó, pero nunca imaginé que fuera a sentir tanto terror al mismo tiempo. En aquel verano resultaba alentador cambiar de aire. Con Josefina habíamos probado todo, menos vivir en el campo. Nuestro trabajo como investigadores universitarios nos alentaba. La Universidad Tecnológica nos encargó desarrollar un fertilizante químico que sirviera para los vegetales, aptos para el consumo humano, y para el forraje de los animales. Indudablemente, la tierra ya no daba para más. Se agotaba y era necesaria una solución rápida.
Al principio nos costó adaptarnos a la falta de comodidades de la gran ciudad, pero de a poco lo fuimos aceptando. Josefina salía a hacer las compras por la mañana y se relacionaba con los nuevos vecinos mientras que yo; típica rata, me encerraba horas y horas en el laboratorio investigando. Por la noche, salía a caminar hasta el arroyo que corría por detrás de la casa. La quietud del campo, los incansables grillos, la destellante luminosidad de las luciérnagas y sobre todo, el silencio, me reconfortaban. Acordé con Josefina en colaborar. Una de las cosas que me atrajo de inmediato, fue la posibilidad de observar de cerca los raros fenómenos que se daban en la zona y que no coincidían con lo que se pudiese evaluar como naturales. En alguna de las recorridas, junto a mi mujer, por las granjas vecinas me llamó la atención el celo profesional con que ocultaban los plantíos de vegetales y los de insignificantes hortalizas.
Julián por ejemplo, no sembraba «sus zanahorias» al aire libre como todo el mundo. No, él lo hacía con el mayor de los cuidados, dentro de un galpón al que le desmontó parte de su techado de zinc. Contaba además, con un sistema de riego artificial de su propia invención, que me resultó ingenioso. Cuando indagué sobre las razones de tamaño esfuerzo, confesó que intentaba ganar ese año el premio al mejor agricultor, justificado por las dimensiones que había logrado con sus hortalizas. En un arranque de confianza me llevó al galpón y me mostró parte de su secreto; era evidente que necesitaba contárselo a alguien. Yo no podía dar crédito a lo que veía. Julián puso en mis manos una zanahoria del tamaño de una sandía, mientras me confesaba que aún no estaba satisfecho. No creía lo que estaba viendo, pero Julián contestó de inmediato a todas mis preguntas y entonces, pude saber, del secreto compartido por toda la comunidad. Era un abono natural, que usaban en sus siembras y, que elaboraban sobre la base de la maceración de un hongo silvestre, que crecía en la zona.
Me mostró, paso por paso el procedimiento y, fui tomando muestras para mi investigación. Como contrapartida, Julián pidió que comprometiera mi ayuda científica para aprovechar mejor sus esfuerzos. Aunque resultó difícil, otros granjeros accedieron también a mostrarme sus propios adelantos y así pude ver frutos, legumbres y hortalizas de los tamaños más descomunales que se pudieran imaginar. Tomates que alcanzaban para darle de comer a una familia entera, hojas de lechuga que parecían palmeras, rabanitos del tamaño de una pera. Todos guardaban celosamente el secreto de aquel hongo; pero la necesidad de hablar con alguien, los hacía competir entre ellos para ver quién lograba ese año los mejores resultados.
Me puse a trabajar de inmediato, en mi laboratorio, con las muestras que pude recoger. A diario, la visita interesada de algún vecino, nos servía como nuevos datos para la investigación. En menos de una semana tuve sobre la mesa de trabajo, todas las variedades de hongos que crecían por la zona. Lo primero que intenté, fue comprender su composición molecular y el proceso químico que desataban. Después de varios fracasos, logré estabilizarlo y pasé a la siguiente fase: reproducir químicamente a ese prodigio. A medida que lograba algún avance, experimentaba de inmediato en la huerta del vecino. A veces obtuve buenos resultados, otras no tanto. Seguí trabajando hasta aquel día, que no se cómo sucedió.
Le llevaba a Julián un frasco, con un concentrado para abonar una hectárea sembrada de arroz, cuando me enredé con las hojas de una planta rastrera y al caer, derramé el líquido sobre la tierra. A pesar de eso, volví al laboratorio y reinicié mi trabajo. Meses después, vino el dichoso concurso. Como vecino con cierto prestigio y sobre todo, no comprometido con la producción en forma directa, fuimos convocados junto a Josefina para ser jurado. Casi no podíamos creer el fruto de nuestro trabajo. Se tuvo que habilitar un enorme galpón para que los granjeros expusieran sus creaturas.
Chauchas enormes como arcos de flechas, tomates pulposos que no entraban en la caja de una camioneta; pepinos del tamaño de un palo borracho; zapallitos como zapallos y zapallos como carrozas de Cenicienta. Realmente era imposible decidir, hasta que llegó Julián haciendo sonar la bocina de su tractor, nos convocó a todos afuera del galpón donde se desarrollaba el concurso. Ante la mirada atónita del pueblo, y con la ayuda de un complicado sistema de rampas y palancas para empujar, hizo descender de la caja playa de su acoplado una enorme papa, que al caer al suelo, hizo vibrar la tierra.
No se podía creer. En silencio y con una admiración cercana al pánico, fuimos rodeando esa papa tratando de comprobar si no era un artificio. Al palparla, sentí que aún estaba viva y que el proceso de crecimiento no se había detenido. Aparté a Julián y se lo hice saber, pero era tal el nivel de excitación que tenía, que ni me escuchó. Se sabía ganador de aquel delirante certamen y fue entonces, cuando sucedió.
Un vecino, mortalmente asustado, voceaba a los gritos que había que abandonar rápidamente el pueblo, porque la tierra se había vuelto loca. A una velocidad increíble y desde la granja de Julián, una planta rastrera crecía y crecía floreciendo en enormes papas que rajaban la tierra y que se erguían como montañas destruyendo todo a su paso. La Iglesia había desaparecido de repente, o mejor dicho, se la veía enclavada sobre el lomo de una descomunal papa que le nació por debajo. El camino principal ya estaba cortado en varios lugares y las enormes hojas, las ramas como árboles y las papas mismas, avanzaban sin remedio. El pánico se apoderó de la gente. Sin esperar el resultado del concurso, todos trataron de llegar a sus granjas para rescatar algo y abandonar la zona. Julián, aturdido, se sentó al pie de su papa que seguía creciendo sin la menor intención de detenerse. Tuve que sacudirlo porque no reaccionaba y así, obligarlo a salvarse.
Realmente fue aterrador, indescriptible, apocalíptico, diabólico. Nunca quise volver por San José, ni saber de sus hongos, ni de sus experimentos, ni de sus rarezas. Nunca quise volver. Por eso recuerdo cuando y como pasó, lo que aún no pude superar es el terror que sentí en aquel momento.
He pasado por todo en esta vida. Sufriò mi alma y aùn te siento viva. Quiero seguir y no quedarme atràs, aunque sean duras las secuelas que dejan las huellas del llorar.
Contigo se cierra el libro de sueños y sus pàginas se empeñan en ocultar mis miedos. Miro siempre hacia adelante, porque todo es caminar, por muy duras que sean las huellas del llorar.
Duerme tranquila que por ti velarè, aunque las noches sean amargas y me mantengan en pie. Nunca estaré preparado para afrontarlo. Son duras las secuelas que dejan las huellas del llorar.
Nunca renuncié a nada, nisiquiera a mi propia religiòn. Me diste la vida y no puedes darme nada màs. Sólo me quedan las huellas del llorar.
Serás siempre mi ùnico Dios y, saber que en ti tan sòlo habìa amor, hacen duras las noches, en mi triste caminar, hacen eternas tus caricias y las huellas del llorar…
Alguna vez os habréis preguntado: ¿y si…? ¿Qué pasaría si no abandonase ahora, si continuase con mi sueño? Muchos son los que abandonan sus sueños a primera de cambio, cuando sus fuerzas se les resisten y creen que la mejor forma es abandonarlo todo y continuar por otro camino. El fracaso, una palabra que es veneno para un soñador. Una retirada a tiempo parece ser el camino más rápido, pero, el camino más corto, no siempre es el mejor. Hace meses me encontré con alguien que me hizo cambiar para mejor, me devolvió la sonrisa y, tan rápido me la dio como me la quitó, pero marcó huella en mi vida. Lo asemejo a una mezcla con la típica película americana, donde sería uno de los protagonistas y mi labor, hablando en plan fictício, sería la de invitar a una chica al baile de fin de curso. Fueron muchos intentos y todos en vano, hasta que decidí continuar con mi sueño y hacer la pregunta clave en cuestión. Su respuesta fue “SI”. Nunca me imaginé esa contestación, pero no tenía mucho que perder, la verdad. El “NO” lo tenía asegurado, claro está. Todo empezó como empiezan las historias de amor. Nos veíamos a diario y si no lo conseguíamos, hablábamos por teléfono. Era todo tan perfecto… Los días pasaban y la relación se afianzaba cada día un poco más. Su familia me trataba a cuerpo de Rey, cosa que llevaba tiempo sin pasarme. Viajábamos mucho y nos reíamos constantemente. Sus caricias y abrazos, me llenaban de vida. Sus besos me hacían tener más cerca el cielo, un lugar ansiado por los soñadores, pero mantenía mis pies en el suelo, aunque solamente por estar cerca de ella y no alejarme demasiado. Comentarios amargos en el trabajo, me desesperaban, pero me alentaban a seguir en la cresta de la ola. Eran muchos, pero yo estaba sólo contra viento y marea. Lo que algún Dios había unido y no lo separarían tan fácilmente. Nos conocíamos más y más… y empezaron los problemas. Las dudas atormentaban y ofendía hasta el más puro silencio. El cielo se me alejaba de mis manos y, el suelo, me quedaba, cada vez, algo más alejado a cada paso que daba. Llegó un lunes, de esos tan traicioneros como mis viejos amigos… y todo se acabó. Traté de pensar en lo sucedido y, después de muchas deliberaciones, todo se fue por cauce seco. Conclusiones que no llevan a ningún punto, pero que escatiman en pensamientos libres, con principio pero sin un final ajustado a la medida de la ocasión. Quizás fue mi torpeza, mi falta de entendimiento, mi carácter inusual, mi falta de tacto… pero, no todas las conclusiones pecan de falta de autoestima. Quizás el destino, tenía un as guardado en su manga y acabó con todo, por puro deseo, por falta de realidad. Tal vez, a estas alturas, esa circunstancia, me lleve a pensar en cosas que no tienen respuesta, en paralelismos análogos a mi plena conciencia. Deseos subjetivos que alcanzan un período de inestabilidad emocional, plena y duradera.
Hay algo más tras los cristales del corazón, algo más que me invita a seguir soñando, a mantenerme vivo en éste o el otro mundo. Aún queda vida dentro de mí y aún queda aire que respirar fuera de mi jaula de huesos. El viento me favorece y, por una vez en la vida, no soy yo el que ha hecho algo mal, por lo que mi conciencia me persigue. Lo dicho anteriormente, es el destino, el cuál ya está escrito. No tengo claro lo que soy ahora, no tengo decidido mi postura hacia ella… pero, hay algo que permanece y eso es amor. ¿Amor hacia ella?, aún no lo sé, pero sí, un deseo que me lleva a continuar ese sueño, por mucho que me lastimen, por mucho que mi corazón sufra… Abandonar no es mi estilo, aunque sea por el mero hecho de aprovechar mis nulas oportunidades o por el sabor de sacar provecho a las escasas oportunidades que nos brinda la vida. Pero, de algo estoy seguro y es que, aún a día de hoy, rendirse sigue siendo cosa de cobardes, de personas que no muestran ni el más mínimo detalle en alcanzar algo por lo que han luchado tan duramente… Mi más sincera enhorabuena a los duros de corazón, a los soñadores empedernidos, a los luchadores nobles de alma que continúan el camino que se han marcado en la vida. Por mi parte, ya no creo en ángeles de caras bonitas, en las señales que se dejan ver en el cielo, en pasados olvidados y presentes sin futuro, en “nunca digas nuncajamás” y “de esta agua no beberé”, en palabras que muestren el miedo como lenguaje universal, en versos sin sentimiento… Hoy por hoy, ya no bailo con princesas. Cuando mi estrella veas apagarse, ya no estaré junto a ti para seguir dándote luz. Déjame ser algo más que un instante en tu vida…
Qué distinto se ve todo desde aquí arriba. Qué importa si es noche o día, si acabo de morir. Así de despejado estaba y qué poco nos duró. Tormenta y nervios.
Dentro del coche no cabe una palabra más. Si no entiendes las cosas, no soy yo, quien te las tiene que explicar. Son cosas del destino. A mi no me tocó este papel.
Suplicas otra oportunidad y comienzan a arrollar las primeras lágrimas. Las primeras gotas caen sobre el cristal. Fundidos en un abrazo que no tiene final.
Se acercan nubes negras y lluvia intensa que hasta mi casa me acompañarán. Esa luz se apaga, no se encenderá. Si ves que lo hace, es que ésto es el final.
Aquí acaba todo, te pierdo para siempre, a dos metros de tu portal. La distancia no es el olvido, pero si un remedio natural. A las dos os pierdo, por no respetar mi espacio en este pedestal.
Un ingenuo Dios de barro que contra el suelo impactó. Aquí da fin el sueño de ser un poco mejor. Por alegría, triste acabo y, por tristeza, de nuevo se rompe mi corazón.
A cada paso de vuelta a casa, cada gota que impacta contra el cristal, cada lágrima que voy derramando, cada luz que se apaga… me hunde un poco más.
“Cerré los ojos por un instante. Los apreté con fuerza y creí tenerla cerca. Al abrirlos, regresé en silencio a mi cruda realidad. Quizás fue por las ganas de verla, de tenerla junto a mi; o por la fuerza con la que apreté los ojos, pero varias lágrimas resbalaron por mi cara, deslizándose suavemente y empapando mi tristeza. Al llegar a mis mejillas se suicidaban sin pensárselo dos veces. Una de ellas, colgando de mi mejilla izquierda, pensaba:
¿No hay amargura suficiente para acabar con este dolor, para concluir con esta pena y desaparecer?. Nací libre y broté de unos ojos que no conocen tristeza alguna.
Cuando es por amor, las lágrimas no llegan a desprenderse de la cara, porque todas son diminutos sentimientos de recuerdos hacia la persona que se ama. Todas son parte de esa magia interior que nos hace especiales y únicos. Todas son parte de una misma historia, la que nace, crece y va inundando nuestro corazón.
La distancia tiene incompatibilidad con el olvido y, cada piedra que en esta vida nos ha hecho tropezar, va forjando nuestro futuro, nuestro único camino, juntos hacia la eternidad.“
Ahora que el tiempo decidió cerrar mis ojos y que mis palabras ya no guardan sentido. Ahora que el destino perdió todas sus cartas y que a mi vida le sobran los motivos.
Ahora que mi llanto brota en cada esquina y que mi voz aún se siente muy viva. Ahora que mis sueños se nutren de nostalgia y que mil preguntas anidan en mi cabeza…
Serena soy y tranquila me iré, sabiendo que nadie me olvida. Serena soy y tranquila me voy, sabiendo que nadie me olvidará.
Ahora que es llano el camino del amor y es sueño de una noche de invierno. Ahora que soy patrón de causas perdidas y se que mis lágrimas se hacen poesía.
Ahora que se que el amor nunca muere y que la magia se lleva en el corazón. Ahora que la ilusión se va desvaneciendo, rezad por mi una última oración…
Serena soy y tranquila me iré, sabiendo que nadie me olvida. Serena soy y tranquila me voy, sabiendo que nadie me olvidará.
Ahora es cuando más necesito llorar y tener a todos siempre a mi lado. Ahora que la ausencia se nutre de palabra y de ojos que no ven secarse sus lágrimas.
Ahora que mi llanto brota en cada esquina y que mi voz aún se siente muy viva. Ahora que mis sueños se nutren de nostalgia y que mil preguntas anidan en mi cabeza…
Serena soy y tranquila me iré, sabiendo que nadie me olvida. Serena soy y tranquila me voy, sabiendo que nadie me olvidará.
Serena soy y tranquila me iré, sabiendo que nadie me olvida. Serena soy y tranquila me voy, sabiendo que nadie me olvidará...
Son canciones que atrapan recuerdos viajando a lomos de la noche, acunadas por la suave brisa mientras tintinean estrellas por alguna inquieta sonrisa.
Sienten el vacío del alma cuando van acostándose sobre mi pecho como hojas caducas que se alejan cuando sopla fuerte el silencio.
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